4 - ¿Cómo te llamas?

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Si no llevaba mal la cuenta de los días, desde el desastre con la horda de daemons había pasado aproximadamente una semana. Encerrado en aquella cabaña, en esa hondonada protegida por paredes circulares y una cúpula de hielo, era difícil calcular el paso del tiempo. Sorey se había hecho algo así como un calendario en el que iba apuntando los días. Claro, que quien dice calendario se refiere a ir grabando con un puñal pequeñas muescas sobre la superficie de un tablón de madera desgastado que se había caído del techo. Su malak todavía no había despertado y aunque parecía mantenerse más o menos estable el pretor estaba preocupado por él. Sus heridas sanaban -con lentitud pero sanaban- gracias a las artes místicas que pudo aplicarle en aquella ocasión. Aun así, se sentía frustrado por no poder curarle del todo. Tenía miedo de que muriese, no sabía si podría soportar la culpa.

La vida en aquellas circunstancias era aburrida, pero no podía hacer mucho más. Intentar llegar a Meirchio supondría dejar solo al malak, y no quería. No podía más bien, porque seguía siendo su receptáculo, les sería imposible distanciarse así como así. Además, sólo el intentarlo era un suicidio. Estaba estancado y perdido y no sabía qué hacer. Sin silfos, sus medios de comunicación se veían reducidos a cero, dejándoles aislados y sin poder pedir ayuda de ninguna forma. Durante los primeros días creyó que el malak de viento que les había salvado regresaría a ver cómo estaban, iluso de él. Con el tiempo se dio cuenta de que sus esperanzas eran vanas, de que se encontraban solos entre montañas de nieve. Lo aceptó con rapidez. Ese hombre no tenía por qué ayudarlos, pero lo hizo, no podía pedirle más. Así que, en lugar de esperar un auxilio imposible, Sorey dedicaba su día a día a hacer lo posible por seguir adelante. Trataba a diario las heridas del malak, cocinaba para él mismo y limpiaba tanto la cabaña como la nieve que se amontonaba en puertas y ventanas. A veces leía, una vez hubiese terminado de limpiar, claro; ese lugar tenía en el salón una única estantería con libros antiguos, tratados abandonados o dejados como un obsequio por cazadores y saqueadores de ruinas. Trataba siempre de mantener el lugar caliente y de que el herido estuviese lo más cómodo posible, dentro de lo realista. Cada vez que cocinaba, dejaba un cuenco apartado para él, por si recuperaba la consciencia. El pretor ignoraba casi por completo las necesidades de los malakhim pero, con toda su buena fe, creyó que al despertar tendría hambre.

Un día, pasada ya la semana, se encontraba haciendo recuento de los víveres que tenían. Era cantidad suficiente para pasar ahí todo el invierno, no debía preocuparse. Hacer inventario con tranquilidad le fue de gran ayuda para calmar sus nervios, pero por desgracia no encontró nada que les pudiese ayudar a comunicarse con el exterior. Al menos tenían para sobrevivir, y eso ya era bastante. Sin embargo, mientras se encontraba clasificando latas de conservas importadas desde Southgand, escuchó un ruidito. Era una voz, una voz débil. Sonaba como un gemido. A toda velocidad, Sorey se puso en pie y corrió a la habitación del malak. En menos de un segundo ya estaba allí. El espíritu se retorcía en la cama, con el ceño levemente fruncido. Era como si todo el dolor que pudiera causar una herida de aquellas características se le viniera encima según recuperaba la consciencia. El pretor se dio cuenta gracias a su pacto de lo mucho que estaba sufriendo, y su enorme empatía le hizo sufrir con él. Como tantas otras veces, intentó hacer todo lo que pudo para ayudarle, humedeciendo su rostro y su frente con una toalla mojada en nieve derretida.

-Ah...

De los pálidos labios del albino salió ese gimoteo ahogado. El humano tragó saliva al ver como apretaba los párpados para luego, tras una semana de inconsciencia, comenzar a elevarlos con lentitud. Parecía que le pesaban varias toneladas cada uno. Nada más despertar, su visión fue borrosa y sólo reconocía formas desdibujadas y colores entremezclados. Notaba la humedad de las gotas de agua fría cayendo por sus mejillas y por su frente, colándose entre sus labios para calmar el ardor que notaba en todo el cuerpo. El dolor le impedía moverse demasiado; se sentía como si fuese a romperse de un momento a otro. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar una imagen. Y al final sus vacíos ojos -su mirada todavía dominada por el lavado mental de Innominat y la Abadía- lograron enfocar la preocupada imagen de Sorey.

Mikleo [SorMik] [Tales of Zestiria/Berseria fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora