11 - Como dos niños pequeños

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Sorey no tenía ni idea de a qué distancia estaban de Meirchio cuando partieron por la mañana. Habían pasado dos días desde que Mikleo venciese por completo a la supresión y recuperase su auténtica personalidad, y esta se había afianzado con toda la fuerza que pudiera caber en su delgado cuerpecillo. Aun así, a pesar de su determinación, en ocasiones se le notaba el miedo. El pretor sabía que, cuando no miraba, al malak le temblaban las manos ante la perspectiva de sus planes, y la expresión de confianza se le torcía en una mueca durante efímeros segundos. Era comprensible, pero no tenían otra alternativa, al menos no una que les permitiese tomar el completo control de sus vidas. Mikleo también lo sabía, por eso trataba de respirar hondo, calmarse y ser valiente. Para los instantes en los que pudiera flaquear siempre había una mano presente que lo sujetaba a tiempo, que lo tranquilizaba con gentileza y que lograba elevar su vista hasta alcanzar la sonrisa ajena. El saber que estaban juntos en esto hacía al albino sentirse mejor, a pesar de ignorar por completo todo lo demás. Ni dónde estaban, cuánto tardarían o qué harían... sus incógnitas eran importantes, esenciales, sí, pero ya encontrarían las respuestas cuando fuese el momento. Para el dónde y el cuándo no podía faltar tanto.

Los chicos se lanzaron a una gélida aventura en campo de hielo de Gaiburk como quién se va de vacaciones a Southgand, de una manera casi despreocupada. Tuvieron suerte en más de un sentido. El clima quiso acompañarlos en su viaje y, aunque nevaba, no se encontraron con una ventisca. Lo primero que hicieron fue localizar el monte Killaraus. Meirchio estaba casi en línea recta desde la base del caldero, si lo veían sabrían qué dirección tomar. Y no tardaron demasiado en localizarlo, la cima más alta de todo Midgand se veía a kilómetros de distancia. Sorey ya había estimado que estaban en algún punto entre el volcán y la ciudad, no podían tardar demasiado en ver aparecer las murallas de esta última. Basándose en esa esperanza, humano y malak caminaron durante horas sin descanso a través de la nieve, enfrentándose de vez en cuando a los daemons que les salían al paso. No eran muchos, estaban dispersos y -por suerte para ellos- no se toparon en ningún momento con la horda de licántropos que amenazó sus vidas hacía meses. Además contaban con la ventaja de estar descansados. El pretor se encontraba casi en plena forma, vencía a los daemons con una facilidad asombrosa. Mikleo se veía algo más obstaculizado a causa de las secuelas que pudieron dejar sus heridas, pero desde la retaguardia invocaba sus artes sin pausa, ignorando todo cansancio y derrotando a sus enemigos a larga distancia. De vez en cuando jadeaba, abrumado por el dolor fantasma en su vientre. Un par de veces rechazó la oferta de su amigo de parar durante un rato y comer algo para reponer fuerzas, pero la tercera su cuerpo no le dejó más opción que ceder.

-Siento ralentizarte... -Murmuró irritado consigo mismo, sentándose sobre la fría y húmeda nieve.

Sorey negó con la cabeza mientras sacaba de la bolsa de viaje que llevaban un mendrugo de pan y algo de té que se mantenía caliente gracias a las artes de fuego empleadas a la hora de templar el metal del recipiente. Llevaban mucho tiempo caminando, era normal estar agotado. A él sin ir más lejos le dolían los pies de tanto andar y sentía los dedos de las manos entumecidos pese a llevar gruesos guantes protegiéndolos. El pretor se sentó a su lado, partiendo el mendrugo a en dos mitades y ofreciéndole la más grande. Mikleo hizo un mohín de molestia con los labios al darse cuenta de su treta, pero no se lo rebatió ni lo rechazó. Humano y espíritu se acercaron el uno al otro al pasarse la botella de té. Bebían con cuidado, posando los labios en el lugar exacto donde habían yacido los ajenos, quién sabe si siendo o no conscientes de ello. Pese a ir vestidos con fuertes prendas de abrigo y a que los malakhim no sienten frío, acabaron por acurrucarse juntos para darse calor en lo que duraba la pausa.

-No lo sientas. -Habló Sorey, masticando el pan-. Con lo serias que fueron tus heridas, lo sorprendente es que lleves tan bien el ritmo.

-Ya me conoces, soy muy terco.

Mikleo [SorMik] [Tales of Zestiria/Berseria fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora