14 - Dominio deforme

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Las ruinas de Faldies eran un lugar sombrío y austero. Cuando de niños soñaron con ser exploradores y descubrir las maravillas de antiguas y poderosas civilizaciones caídas en la cruel magnitud del tiempo, nunca esperaron encontrarse con unas ruinas como aquellas. Siendo el único paso entre Meirchio y Hellawes, no era la primera vez que iban ni muchísimo menos. Pero sí era la primera vez que iban en esas circunstancias concretas, siendo conscientes de los miles de años que poseía el suelo que pisaban. Mikleo no recordaba haber pasado nunca antes por aquel triste edificio que en vez de resplandecer con el esplendor marchito de los tesoros olvidados se plantaba sórdido, sin ninguna amenaza de caer sobre ellos y sepultarlos entre escombros para siempre. Los sólidos pilares parecían protegerlos, estaban hechos para resistir un millón de inviernos. Sí es verdad que tenía la sensación de haber estado antes, pero como toda su vida en la Abadía, el recuerdo era borroso y poco exacto, más cercano a la fantasía que a la realidad. Lo odiaba. ¿Cuántos sitios hermosos habría visitado que de ellos no guardaría memoria alguna? Esa era una de las miles de sensaciones incómodas que lo reconcomían por dentro.

Por su parte, Sorey sí tenía claro el haber cruzado las ruinas de Faldies bastantes veces, atravesando los controles de la Abadía con la cabeza en alto y una capa blanca ondeando tras él, exhibiendo con orgullo su autoridad y su rango. Ahora todo era distinto. Ahora caminaba llevando las riendas de su caballo en una mano, encorvado, con la vista fija en sus pasos y procurando que la capucha de la capa cubriera sus cabellos castaños. De los cuatro controles que había a lo largo de las ruinas, la comitiva de mercaderes ya se había librado con éxito de tres. Por desgracia, no sabían si estaban o no de suerte. Les quedaba el más exhaustivo y el más peligroso de todos, el de la salida del extremo de Hellawes, y querían llegar hasta él y cruzarlo antes de que cayera la noche. No sería tarea fácil, no cuando pretor y malak tenían la horrible sensación de estar en busca y captura.

Para facilitar los controles, no viajaba nadie en las caravanas. Mikleo ahora montaba el caballo de su amigo, dejando que él llevase las riendas del animal y caminase a su lado a un paso suave. Ambos iban perdidos en sus pensamientos en silencio absoluto. Pocas palabras habían intercambiado desde su última promesa, ansiosos, temerosos del peligro y zarandeados por los crecientes sentimientos en sus corazones. El malak cabizbajo tenía la mirada clavada en sus propias manos, que se aferraban sin fuerza alguna a la silla de montar. Sentía el cuerpo muerto y rígido -como si no le perteneciera- y una horrible incomodidad en el estómago causada por los nervios y el miedo a que algo saliese mal y Sorey acabase perjudicado por su culpa. También notaba un sabor amargo en la boca, pero eso vino de serie con entrar a las ruinas. Había algo en ellas -en esa estructura en concreto- que no le gustaba nada. Estaba en la vibración del aire, en el ambiente estancado, en la energía extraña que se transmitía por ahí. No era malicia, porque no encontraron ni un daemon y porque había demasiados exorcistas deambulando por la zona como para vérselas contra uno. Era una atmósfera de sospecha, de tensión. Sí, eso la definía bien. Mikleo estaba casi seguro de que algo iba mal. Algo no le encajaba. Se preguntaba por qué habían podido pasar todos los controles tan tranquilamente con inquietud, no pensando que los acompañaba la suerte. Hasta el momento todo le había parecido demasiado fácil, y no era capaz de creer en que les acompañaba algún ángel protector, no siendo él mismo un malak.

Había, por supuesto, más cosas que no estaban bien allí. Al fin y al cabo, las ruinas de Faldies eran el campo de experimentación de la Abadía, y él lo sabía. No se lo había dicho nadie -pues no era información a la que Sorey llegase a tener nunca acceso-, pero lo sabía. Lo notaba. Según se acercaban a Hellawes, la mezcolanza extraña de dominios se hacía más potente. Era un dominio horrible, bendito como el de un malak pero deforme como el de un daemon. Mikleo ignoraba que en aquel lugar se practicaba el envenenamiento con malakhim, y que lo que notaba era el dominio de un ser que nunca debería haber existido, un malak que había nacido a base de devorar a otros. De haberlo sabido, probablemente se hubiese puesto a vomitar. Ya sentía náuseas sólo por estar allí, debajo de las celdas que contenían a aquel engendro. Le dolía el estómago y la cabeza le daba vueltas, tan pesada como si fuera de hormigón. En sus heridas cicatrizadas notaba el latido de su sangre con creciente intensidad, todo por culpa de ese dominio. Mientras el grupo caminaba, el malak de agua no fue capaz de resistir la sensación y acabó por emitir un quejido falto por completo de energías. Se llevó una mano a la cabeza, masajeándose las sienes con dos dedos. Nada más oírle, Sorey alzó la mirada, preocupado.

Mikleo [SorMik] [Tales of Zestiria/Berseria fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora