Me desnudé tantas veces contigo que no te diste cuenta de cuando me quité la coraza delante de ti y me la bajé hasta los tobillos.
Cuando te susurré mentalmente que me hicieras tuyo, que estos demonios se habían apaciguado y que ellos sólo querían la calma de tus manos, como yo.
Me abrí el corazón de par en par y dejé que las mariposas que revoloteaban mi vientre salieran disparadas en busca del tuyo, a ver si así conseguía al menos causar un seísmo en ti.
Pero no.
Lo único que logré fue romperme un poquito más por dentro, sangrar en forma de escritura y hacerte inmortal en cada uno de mis versos y malditos poemas.
Que aquella melodía sonando del piano no era comparable a la paz de tus dedos en mi espalda y que ya no sé cómo dormirme cada noche sin echarte de menos.
Sin pensar que pudimos ser invencibles y que tanto daño nos hizo ser lo contario.
Que todavía recuerdo tu tranquila respiración en la cama y los chillidos de mis pensamientos que no callaban, tus pies fríos y mi miedo ardiendo.
Maldita okupa que no sale de mi mente ni un segundo y que espanta a cualquiera que quiera entrar. Que no hay nadie ya que te supere en algo, porque dime, ¿quién me puede volver a enseñar a amar?
Que no quedan siquiera lunas llenas que consigan llenarme a mí y qué jodida ironía, que esté lleno de vacíos.
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Sempiterno.
PuisiCulturalmente lo llaman el hilo rojo del destino. En física de partículas se le conoce como entrelazamiento cuántico. Pero yo, amor, le he puesto tu nombre.