5

301 20 4
                                    

A la mañana siguiente se respiraba cierta tensión en el ambiente.

Los dos durmieron separados, en parte por el orgullo del canario. Raoul seguía sin entender por qué su amigo estaba enfadado con él, pero no tardaría en descubrirlo.

- Buenos días Ago. - Raoul hizo amaño de darle un abrazo al isleño pero éste no se dejó abrazar.

- Mira Agoney, yo no sé qué te he hecho, pero no quiero que estés mal conmigo.

- No me has hecho nada. Más bien, lo has dicho.

Raoul no entendió a dónde quería llegar su amigo hasta que hizo un poco de memoria.

Mierda.

- Si lo que te molestó fue que dijera que ese roce no significaba nada, lo siento. Ya está.

Aunque para el insaciable canario no era suficiente.

- Bésame.

- Pero a ver, ¿estás de coña? - lo preguntó, aun viendo que la cara del canario decía lo contrario.

Es entonces cuando ocurrió.

El ansiado beso que Agoney deseaba darle a su amigo, ya era una realidad.

Raoul se entregó más de lo que en un principio pensaba, pero no se podía quejar.

- ¿Qué? ¿Ahora no dices nada pollito? - y el canario soltó una pequeña carcajada. - Anda, ven aquí. - Y se abrazaron.

Era un abrazo corto, pero que arregló lo que la noche anterior se había roto.

En ese momento se acordaron de una cosa.

- Oye, que es el cumpleaños de Mireya y aún no la hemos felicitado. - dijo el rubio alterado, buscando su móvil. - Ahora mismo se estará pensando cualquier cosa de mí.

Ay si supiera, pensó Agoney.

- ¡Felicidades Mireya! - dijeron los dos chicos al unísono.

Al otro lado de la línea de escucharon risas.

- Gracias chicos. - más risas.

- ¿Cómo te sientes con un año más?

- Pues cómo me voy a sentir idiota, normal. - el canario y la malagueña se estuvieron riendo un rato hasta que Raoul decidió intervenir.

- Sí me disculpas Ago, me gustaría hablar con mi novia.

Al otro lado del teléfono, la cara de Mireya era un poema. Que su amigo le llamara novia le chirriaba un poco. Necesitaba contarle ya a Raoul la verdad, pero no estaba preparada.

Una vez terminó la conversación, los chicos se pusieron a preparar la comida. No les apetecía cocinar por lo que prepararon una ensalada para compartir.

- Ago, creo que esta tarde me voy a poner a estudiar. ¿Te importaría mucho ayudarme?

Al canario nada le habría hecho más ilusión que su amigo le pidiera algo como eso.

- Claro, pollito.

Mientras que Raoul hacía los ejercicios de repaso, Agoney le observaba desde atrás, sentado en su cama, pero lo suficientemente cerca de la mesa de estudio por si su amigo le pedía ayuda.

Llevaban ya dos horas allí encerrados, uno ayudando y el otro practicando. Entonces, Agoney echó una mirada al piano que tenía en un rincón de la habitación, y se dirigió hacia él, sin hacer mucho ruido.

Cuando las primeras notas de la canción llenaron la habitación, Raoul se giró, y hasta que no sonaron un par de notas más, no distinguió la canción que su compañero estaba interpretando.

Ayúdame a conquistarla. {Ragoney}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora