—¡Joy, cuidado! —gritó Emma—¡Para!
Para su total espanto, su hermano corría a toda velocidad hacia un lago de aguas estancadas cuya orilla era un fangal capaz de tragarse un elefante. No podía dar crédito a lo que veía. Le había advertido del peligro, pero él no le hacía caso.
—¡Joy, detente! —repitió, gritando tan fuerte como pudo.
Presa de una terrible sensación de impotencia por no poder impedir lo que iba a acabar en desastre, Emma echó a correr. Aunque sabía sin asomo de duda que no podría hacer nada cuando Joy se adentrara en el lodazal, no podía permanecer allí impotente y dejar que la tragedia se desarrollara ante sus ojos.
Mientras corría buscó frenéticamente un palo o un tronco largo que pudiera
tender a su hermano cuando quedara atrapado en el lodo. Sin embargo, el paisaje circundante estaba desierto y no había nada, salvo roca desnuda.
Entonces, de repente, Joy se detuvo a unos tres metros del fango que bordeaba el lago. Se volvió y miró a Emma. Sonreía con la misma actitud
desafiante de cuando eran niños.
Aliviada, Emma dejó de correr. Jadeaba y no sabía si sentirse furiosa o agradecida. Acto seguido, y antes de que ella pudiera decir palabra, Joy dio media vuelta y reanudó su loca carrera hacia el desastre.
—¡No! —gritó Emma, pero entonces Joy llegó a la orilla del lago y corrió
todo lo lejos que pudo antes de que sus piernas quedaran atrapadas sin remedio.
De nuevo, volvió a mirar atrás; su sonrisa había desaparecido. En su lugar se veía una expresión de horror. Extendió los brazos hacia su hermana, que había corrido
hasta el borde del terreno seco. Nuevamente, Emma buscó algo que poder lanzarle, pero no había nada. Rápida e irremediablemente, Joy se hundió en el lodo con sus suplicantes ojos fijos en los de ella hasta que desaparecieron en el cieno. Todo lo que quedó fue una mano que intentaba vanamente aferrarse a
algo, y no tardó en ser engullida también por el fango circundante.
—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Emma, pero su voz quedó apagada por el escandaloso repiqueteo que la arrancó de las tinieblas del sueño.Rápidamente se estiró y detuvo su viejo despertador de cuerda. Se dejó caer de nuevo en la cama y se quedó mirando el techo. Estaba sudando y respiraba pesadamente. Había sido una pesadilla que, por suerte, hacía años que no tenía.
Se sentó y puso los pies en el suelo. Se sentía fatal. La noche anterior se había quedado despierta hasta muy tarde, limpiando obsesivamente su sucio apartamento. Había sido consciente de que era una tontería hacerlo a aquella hora, pero le había parecido terapéutico. Era necesario limpiar las telarañas, tanto las reales como las simbólicas.
No podía creer lo mucho que había cambiado su vida en cuarenta y ocho
horas. A pesar de que estaba convencida de que su lazo de amistad con Logan seguiría siendo fuerte, su relación íntima con él probablemente había acabado.
Debía ser realista acerca de lo que ella necesitaba y sobre la forma de ser de él. A eso había que sumar los desvelos por su madre y la nueva preocupación por su propia salud.
Poniéndose en pie, Emma fue al diminuto cuarto de baño y empezó su rutina matinal de ducharse, lavarse, secarse el cabello y ponerse la mínima cantidad de maquillaje a la que se había acostumbrado y que consistía en un poco de colorete, de lápiz de ojos y un toque de carmín natural. Cuando hubo acabado, se contempló en el espejo. No estaba satisfecha. A pesar de sus intentos por disimularlo, tenía un aspecto cansado, que tampoco consiguió mejorar con unos
toques suplementarios de maquillaje. Emma siempre había gozado de buena salud y, salvo durante sus escarceos con la bulimia en su época de la escuela, había llegado a dar por seguro el hecho de estar sana. Sin embargo, la repentina amenaza de ser portadora de un marcador para una mutación del gen BRCA-1 había cambiado completamente su percepción de sí misma. Que una conspiración genética anidara secretamente en cada una de sus trillones de células resultaba una idea inquietante y perturbadora. A pesar de que había confiado en que su búsqueda de la noche anterior le aportaría cierto consuelo, no había sido así. En esos momentos sabía
mucho más del BRCA-1 desde un punto de vista académico: en esencia, que el gen normal actuaba como supresor de tumores, pero que en su forma mutada hacía exactamente lo contrario.
Por desgracia, la información de los libros no le servía de gran ayuda a la
hora de afrontar el problema en el terreno personal, especialmente si la sumaba a su deseo de tener hijos. Ya era bastante malo tener que perder ambos senos desde un punto de vista profiláctico; pero quedarse sin ovarios resultaba mucho
peor: una castración en toda regla. Para su espanto, se había enterado de que si era portadora del marcador del BRCA-1 no solo tenía más posibilidades de desarrollar un cáncer de mama antes de los ochenta años sino también uno de ovarios. En otras palabras, su reloj biológico hacía tictac con mucha más fuerza
y deprisa de lo que había creído.
La situación resultaba muy deprimente, en especial si se combinaba con el cansancio derivado de la falta de sueño. La pregunta era: ¿debía hacerse una prueba para averiguar si era portadora del marcador? No estaba segura. Desde
luego, no iba a permitir que le extirparan los ovarios; al menos hasta que hubiera tenido un hijo. ¿Y los pechos? Tampoco creía que fuera capaz de consentirlo, de modo que, ¿qué sentido tenía hacerse la prueba? En su opinión, dilemas como ese
eran el mejor ejemplo de los problemas que planteaban las modernas pruebas genéticas: o bien no había cura para la enfermedad en cuestión o, si la había, resultaba demasiado terrorífica.
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Código genético
Mystery / ThrillerUn brote de muertes inexplicables se da lugar en el hospital más grande de Nueva York. La forense Emma Royale, que se encarga de las autopsias, comienza a inquietarse ante estas muertes y anima a su colega y amante Logan Stewart a ayudarle a investi...