—¿Qué les parece si lo hacemos de este modo? —propuso Emma—: Yo los llamo tan pronto como termine y les cuento lo que haya averiguado. Sé que eso no les devolverá a su hijo, pero quizá hallen cierto consuelo en saber el porqué de lo ocurrido, especialmente si conseguimos sacar una lección de esta tragedia y evitar que les suceda a otros. Si por la razón que sea seguimos sin tener la respuesta tras la autopsia, les llamaré cuando haya tenido la oportunidad de mirar las pruebas microscópicas para decirles algo definitivo.
Emma sabía que lo que estaba proponiendo estaba fuera de lo normal y que pasar por encima de la señora Lange y su oficina de relaciones públicas para adelantar una información preliminar molestaría a Bridham y a Dean en caso de que llegaran a enterarse, ya que eran firmes partidarios de ceñirse a las normas. A pesar de todo, Emma creía que el caso Larsen justificaba saltarse el protocolo.Después de haber hablado brevemente con el matrimonio, se había enterado de que Chase Larsen había sido mucho tiempo médico de cabecera en el condado de Westchester. Él y su esposa, Elsa, que había sido enfermera en su consulta, eran, además de compañeros, dos personas sumamente simpáticas. Los Larsen irradiaban una honradez y elegancia que hacía que cayeran bien casi al instante; por la misma razón resultaba imposible no compartir su pena.
—Prometo que los mantendré informados —prosiguió Emma con la
esperanza de que con sus palabras consiguiera que se marcharan a casa; llevaban horas en el depósito y era evidente que estaban cansados—. Yo personalmente me ocuparé de su hijo. —Emma tuvo que apartar la mirada con aquel comentario puesto que sabía que resultaba engañoso. A pesar de que intentaba hacer caso omiso de ellos, vio de nuevo la aglomeración de reporteros en la zona de recepción y oyó un apagado murmullo de aprobación cuando llegaron las donas y el café. Hizo una mueca. Resultaba lamentable que mientras los Larsen tenían que cargar con su sufrimiento se estuviera montando aquel circo. Para ellos la situación era peor entre las risas y el barullo de la estancia
contigua.
—No es justo que no sea yo quien esté en ese armario refrigerado de abajo
—dijo el doctor Larsen meneando tristemente la cabeza—. He vivido mi vida. Tengo casi setenta años. Me han hecho dos by-pass, y tengo el colesterol demasiado alto. ¿Por qué estoy yo aquí arriba y mi hijo Chase abajo? No tiene sentido. Siempre fue un muchacho sano y activo. Todavía no había cumplido los treinta.
—¿Su hijo tenía también un nivel alto de LDH? —preguntó Emma. Mónica no había hecho mención de él en el informe del investigador forense.
—En absoluto —contestó Larsen—. En el pasado siempre tuve buen cuidado de que se lo mirara una vez al año; y, ahora que el bufete donde trabajaba mi hijo tiene un acuerdo con HumanCare, que exige una revisión anual, sabía que Chase se lo seguía controlando.
Tras un rápido vistazo al reloj, Emma miró a los Larsen a los ojos. Estaban
los dos sentados muy erguidos en el sofá de vinilo marrón, con las manos
enlazadas en el regazo y sujetando las fotografías de la identificación de su hijo fallecido.La lluvia rociaba intermitentemente la ventana. A Emma le recordaba
la pareja de American Gothic. Irradiaban la misma resuelta actitud y la misma firmeza moral. Ese era el lado positivo; en el negativo figuraban los mismos indicios de estrechez puritana.
El problema para Emma consistía en que se había blindado ante el aspecto
emocional de la muerte y, por consiguiente, tenía poca experiencia de ella.
Tratar con las familias afectadas, así como ayudarlas durante el proceso de
identificación, era una tarea de la que se encargaban otros. Ella también se
protegía con cierto distanciamiento académico. Como forense y patóloga, veía la muerte como un rompecabezas que era necesario resolver para ayudar a los
vivos. Existía asimismo el factor de aclimatación: aunque la muerte era un suceso ocasional para casi todo el mundo, ella la veía todos los días.
—Nuestro hijo iba a casarse esta primavera —dijo de repente la señora
Larsen, que no había abierto la boca desde que Emma se había presentado,
media hora antes—. Nos hacía mucha ilusión tener nietos.
Emma asintió. La mención de los niños le tocó una fibra sensible. Intentó pensar en algo que decir, pero la salvó el doctor Larsen cuando este se levantó y tomó la mano de su esposa para ayudarla a ponerse en pie.
—Cariño, estoy seguro de que la doctora Royale tiene trabajo que
hacer —dijo el médico al tiempo que asentía y recogía las fotos y se las
guardaba en el bolsillo—. Será mejor que nos vayamos a casa y dejemos a
nuestro Chase a su cuidado. —A continuación sacó un pequeño bloc de hojas y un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta. Tras escribir algo, arrancó el papel y se lo entregó a Emma—. Este es mi número de teléfono privado. Estaré esperando su llamada. La espero alrededor del mediodía.
Sorprendida y aliviada por aquel repentino cambio, Emma se levantó.
Recogió el papel y miró el número para asegurarse de que resultaba legible.
Tenía un código de área 914.
—Los llamaré tan pronto como pueda.
El doctor Larsen ayudó a su esposa a ponerse el abrigo antes de hacer lo
propio con el suyo; luego tendió la mano a Emma. Ella se la estrechó y notó que la tenía fría.
—Cuide bien a nuestro chico —dijo el doctor Larsen—. Es nuestro único hijo.
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Código genético
Misteri / ThrillerUn brote de muertes inexplicables se da lugar en el hospital más grande de Nueva York. La forense Emma Royale, que se encarga de las autopsias, comienza a inquietarse ante estas muertes y anima a su colega y amante Logan Stewart a ayudarle a investi...