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Nos miramos a los ojos, sabiendo a la perfección que aquello no iba a ser algo común, que no sería un trabajo normal y corriente. Sus carnosos labios me invitaban a besarlo y sus penetrantes ojos marrones conseguían que quisiera mirarlos mientras gemía su nombre, a la vez que arañaba su perfecta espalda.

¿Está mal tener esa clase de pensamientos al mirar a tu jefe? Está claro que sí.

Dios, parece que se le va a reventar el pantalón de un momento a otro.

Céntrate Mackenzie, céntrate.

—¿Me está escuchando, señorita?

Oh, joder, ¿qué ha dicho?

—Eh... No, lo siento... —negué con la cabeza, realmente avergonzada.

—Muy mal, Daddy va a tener que castigarla.

Mordió su labio, mientras se levantaba de la mullida silla de escritorio y se aproximaba a mí con paso lento, pero decidido.

Observé todos sus movimientos meticulosamente, no sabía que iba a hacer, pero lo que acababa de decir me había descolocado por completo, miles de preguntas acudían a mi mente.

¿Daddy? ¿Castigarme?

Era extraño, esas dos palabras al juntarse me daban una sensación muy rara, mezclando excitación y dudas, no sabía a qué parte hacer caso, pero estaba claro que mi cerebro ya había decidido por mí.

Mordí mi labio, observando todo su cuerpo de arriba a abajo, parando mi mirada durante unos segundos en su entrepierna, donde un voluminoso bulto se marcaba. Relamí mis labios, posiblemente estaba mal imaginarme a su miembro follándome con rudeza, pero era imposible evitarlo, además, no pasa nada por usar la imaginación de vez en cuando.

Se inclinó hacia mí, apoyando la palma de su mano en el respaldo del asiento, dejando nuestros rostros a cinco centímetros, aproximadamente.
Sentía su respiración sobre mis labios, su cálido y mentolado aliento inundaba mis fosas nasales, consiguiendo que tuviera muchas más ganas de besarlo.

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Be my daddy; j.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora