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Un par de horas después me dispuse a recoger algo mi nuevo escritorio, lista para hacer una pequeña pausa de una hora para poder comer y relajarme, en todo el tiempo que llevaba trabajando había conseguido hacer decenas de cosas: había conseguido manejar a la perfección el ordenador, además, había ordenado varios informes de distintos juguetes sexuales, cosa que debía revisar y perfeccionar más tarde.

Acababa de empezar a trabajar, como quién dice, y ya estaba bastante estresada, aún me quedaban demasiadas cosas por hacer, pero para poder hacerlas todas con total eficiencia debía organizarme mentalmente.

En un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba en la planta baja, casi frente a la puerta que daba directamente a la abarrotada calle de la ciudad.

—Señorita Hidalgo. —me llamó una voz a mis espaldas, una voz ronca que reconocí al instante: Jesús Oviedo.

Sonreí, aún de espaldas a él, para luego morderme el labio inferior, recordando lo que había pasado hacía escasas horas, segundos más tarde me giré hacia él, encontrándome con un un bien vestido y serio Jesús Oviedo.

—¿Quería algo, señor Oviedo? —sonreí amablemente, mirándolo de arriba a abajo.

—Sí, de hecho, está tarde no vendrá a trabajar, tengo mejores planes para usted. —aseguró, dando dos pasos lentos hacia mí, acortando la poca distancia que nos separaba.

—Ah, ¿sí? —pregunté, sin poder evitar morderme el labio, imaginando las cientos de posibilidades.

—Exacto, y, además, la invitaré a comer, pero espere a aquí, he de ir al baño —me guiñó un ojo de una forma extremadamente sexy—. No tardaré mucho.

Y, dicho aquello, desapareció de mi vista, adentrándose en el baño de hombres, situado a escasos metros de nosotros. Yo, por mi parte, tomé asiento en uno de los enormes sillones que ocupaban parte de la recepción.

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Be my daddy; j.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora