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Seguí a la joven hasta el ascensor, para luego apoyarme en la pared de cristal de este, mirando al frente, a la vez que pensaba en cientos de cosas diferentes a la vez. Una de ellas era: ¿cómo sería Jesús Oviedo?

El ascensor subió un total de veinte plantas en un tiempo récord, aunque a mí se me hizo realmente eterno, sabía que aquél edificio era alto, pero no pensé que fuera para tanto. Una vez allí ambas llegamos frente a una gran puerta de madera de doble hoja, digna de dar paso a un salón del trono del sigo XV, letras doradas se podía leer claramente "Jesús Oviedo".

A partir de allí tendía que enfrentarme a lo que pasara yo sola, ya que, en el momento en que golpee la puerta con mis nudillos, la recepcionista desapareció en milésimas de segundo. No hizo falta que esperara mucho, ya que una voz masculina me invitó a pasar:
—Adelante.

Parecía jadeante, como si acabara de correr una maratón o algo parecido, lo que se me hizo realmente extraño. Aún así, abrí la puerta lo suficiente para poder pasar sin dificultad alguna, adentrándome de lleno en un despacho enorme, con toda una pares acristalada y muebles de madera que le daban a la sala un toque de sofisticación.

Dirigí mi mirada hacia el escritorio, donde un hombre de no más de veinticinco años descansaba sentado en una gran silla negra giratoria. Este elevó la vista hacia mí, para luego cerrar con rapidez el portátil que había frente a él, como si en la pantalla hubiera algo que yo no podía o no debía ver.

—Buenos días... —saludé algo tímida, dando pasos lentos hacia uno de los sillones de terciopelo blanco que había delante del escritorio.

—Buenos días, señorita Hidalgo.

Su voz sonaba ronca, y esta vez bastante mas calmada, parecía que ya se había repuesto de lo que habría estado haciendo.

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Be my daddy; j.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora