D I E Z.

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Los días aledaños a esos fueron una dulzura, de esas veces en las que no puedes ni quieres parar de disfrutar a una persona. Cuando su mundo es tan genial que quieres ser parte de el aunque no te inviten, aunque las personas luchen por bloquearte el acceso.

A Björn le costaba muchísimo más, pero era graciosa la forma en la que sus emociones se presentaban y él sólo las reprimia. Sabía que le gustaba la compañía de Amés, que quería tenerla cerca, pero no podía darle forma a aquellos sentimientos, al silencio clandestino de algo que nacía en su interior, a los momentos donde te detenias pensando que una persona estaría mejor, muchísimo mejor sin ti o sin conocer, al igual que puede que lo comenzaban a surgir iba demasiado rápido, siendo de otro tiempo más avanzado y no del momento en que se encontraban.

No cuando se trataba de la pelirroja que lo miraba como si fuese lo más hermoso del mundo, y lo era, al menos para ella.

Su mano se deslizó sobre la otra al entrelazarla. No habían parado de besarse, incluso estando ella a horcadas sobre él. Recordando el sutil momento en que le dijo que los besos en el cuello lo ponían, al igual cuando tocaban su abdomen.

Le brindó un último beso en los labios, antes de hacerle un recorrido desde la parte baja de su mentón, sobre el cuello, las clavículas y los hombros, volviendo al segundo nombrado para repartir besos en esa zona, dibujando, saboreando y masajeando su piel. Como si las marcas realmente fuesen a quedarse sobre el, sus manos tocando el trabajado abdomen del mayor. Fue entonces cuando él abrió los ojos y le susurro.

—Sabes que no puedes besar allí...

No le sorprendió en lo absoluto que lo dijera, pero tampoco se detuvo. Los altos eran como una invitación a cometer un crimen, uno que estaba deseosa de llevar a cabo en aquel momento. Y no tenía culpa, nadie la había besado o tocado de la manera en la que él lo hacia, en dieciocho años nunca había tenido un novio, una persona que le brindara muestras de afecto. Y no exactamente las que le hacían los mayores que habitaban la casa, hablaba de las que le impartía el hombre frente a ella quien despertaba sus ganas de follar. 

Poco a poco la ropa sobró, la camisa del chico ojos grises voló lejos de su cuerpo, su blusa fue abierta dejando a la vista el nacimiento de sus pechos junto al lindo sostén negro cubriendolos, mientras la besaba retiró la tela, el sujetador y tomandola con fuerza de la cintura los llevó a la cama, el pantalon de la muchacha junto a sus bragas fueron sacados con fuerza y precisión, sin llegar a lastimarla en el proceso. La chica cerró las piernas sintiendo pena, con la idea de estar demasiado expuesta, pero el deseo fue mayor que cualquier distancia, las manos más grande separando las, dejando a la vista su sexualidad que pronto se sintió atendida por la boca experta, provocando que se arqueara mientras suaves jadeos escapaban de sus labios, le encantaba la sensación, se estremeció, tembló y gimio, el más grande sintió una satisfacción enorme en el pecho al ver el estado de la pelirroja, quien se mantenía un sonrojada hasta la médula.

—No me gusta practicar sexo oral. —Los jadeos haciéndose presentes. Necesitaba hablar para calmar el ardor en su vientre. —Me parece algo... ah! Bastante personal.

—Para gustos colores, no espero que lo hagas.

Asintió sintiendo una intromisión en su interior moverse de adentro a fuera, de forma constante. Un dedo primero, luego otro, de modo que el estrecho interior aún virgen se acostumbra a tener algo dentro. El dolor le sentaba como punzadas, provocando que se quejara algunas veces, reteniendo los lamentos lastimeros mordiendo sus labio inferior. Cuando tuvo bastante de aquel ejercicio, sacó su pantalón holgado junto al boxer, dejando a la vista su prominente erección, la chica tragó grueso. Si los dedos le dolían, ¿Cómo iba a alcanzarle eso? Las ganas de huir la tomaron de repente, pero fueron nuevamente aplacadas por los labios suaves del muchacho, quien le acaricia los labios vaginales con los dedos y le comió la boca con un beso, mientras ella lo mordia en varias ocasiones.

—Voy a entrar... si deseas gritar, gemir, jadear, puedes hacerlo. Esto es normal puede dolor mucho o poco... créeme que haré que la tortura sea suave, lo menos dolorosa. Pondré todo de mí mismo.

Fue tan suave que casi creyó que la quería. Alejando esas ideas de inmediato, eran sólo besos y sexo sin compromiso. No podía permitirse nada aunque su objetivo fuera luchar. El tatuado le mostró un pequeño paquete plateado, que relucio entre sus dedos, lo abrió con agilidad y con toda la experiencia del mundo lo puso sobre su miembro.

El primer intento fue un fracaso, ni siquiera pudo meter la punta, obligándolo a intentarlo una segunda vez con mayor presión y fuerza, dando justo en el blanco. Sin embargo no entró de golpe, fue lento, muy lento, cuidadoso, mientras le repartía besos por el rostro, susurrando boberias que le hicieran reir y alejaran su atención del dolor que estaba experimentando. Sus ojos tomando un color más oscuro y así mismo poniéndose acuosos, sus uñas hundiéndose en la piel tatuada, le costaba respirar, contuvo las lágrimas lo más que pudo, no era una niña llorona, no lo era y odiaba que la vieran hacerlo.

—Tranquila...

Al escuchar la voz ronca sacó sus uñas del lugar apoyando las manos sobre su cabeza, mañana le arderia como el infierno. El hombre sintió la desesperación de entrar de golpe, sintiéndose demasiado acogido en su interior, las primeras embestidas fueron una tortura, para ambos. Sin llegar demasiado profundo, luego vinieron otras, volviéndose constantes y tolerables.

—Amés... necesito tomarte de forma más dura. —Fue como una súplica, pero no de esas en las que pides sexo sino de esas en las que ya no puedes. —O no lograré el orgasmo. Dios no me dio eso llamado autocontrol.

—Hazlo...

Su voz saliendo firme, como si el hecho de ser estrecha y demasiado cerrada no le fuese un problema. Tuvo que morder sus labios hasta probar la sangre cuando las primeras estocadas demasiado profundas le atravesaron, la sensación de invasión regresó, formandole un nudo en la garganta y así por un largo rato, estaba demasiado tensa y asustada, él lo sabía, por ello a pesar de estar penetrando con fuerza, le impartía cariñitos de una manera dulce, fue entonces cuando sin saber que era lo que se avecinaba alcanzó su primer orgasmo, siendo bastante abrumador, obteniendolo luego del hombre. Una gran paz, libertad y sueño la tomó en ese momento, sintiendo sus ojos pesar se quedó allí, él salió de ella, sacó el condón y lo lanzó al tarro de la basura. Se encontraba demasiado adolorida, adormilada y relajada del mundo real como para preocuparse por regresar. Sin siquiera ser invitada se quedó allí, siendo arrastrada por Morfeo. 

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