Q U I N C E.

164 11 0
                                    

La susodicha pelirroja no estaba sola. Tras ella se encontraba una chica más pequeña, de contextura delgada y ojos verde esmeralda, con un tono de cabello parecido a la primera. Su semblante gritaba; soy mejor que tú y si te atreves a negarlo te majare como cucaracha. Al lado de Amés había un chico, de piel pálida, tan inexpresivo como el mismo Björn. Sostenía la mano de la suspuesta desaparecida. Cuando la mirada de los muchachos dentro del apartamento se encontró con los tres contrarios, el de cabellos blancos se inclinó a susurrarle algo a la segunda pelirroja, la cual sólo río, asintiendo al momento.

América ni siquiera se preocupó en presentarlos.

—Bueno, chicos. Ya pueden irse. —Dijo la más joven del lugar, soltando el tacto suave que le provocaba al Schröder amargura interior.

—Yo voy a quedarme.

—Yo también. —Se cruzó de brazos viendo al frente, encarando de cierto modo a los humanos. Como si fueran una amenaza.

—Jonathan, por favor. —Replicó la joven con aburrimiento. 

—Si Val se queda, yo me voy. De lo contrario ni de broma.

—No vamos a hacerle nada. —Replicó Daniel. Y ella lo sabía, pero nadie conocía lo intensos que llegaban a ser ese par cuando se proponían algo.

—Que se quede la chica. —El único que había guardado silencio durante toda la plática al fin había hablado, pero no era una sugerencia sino una orden. Jonathan odiaba que le orderan cosas por eso de inmediato la Romanov lo abrazó. Algo bastante estúpido porque sus impulsos la metían en problemas pero no deseaba una pelea. Se separó y le tomó la mano arrastrandolo al ascensor del piso. Mientras que el silencio que se extendía por el lugar le provocaba vértigo.

—Te prometo que nos veremos luego. Ahora debes irte, antes de que Hades me encuentre. No pueden vernos juntos o sabrán que me ayudaste a escapar y si es así no podré verte nunca.

—Cuidate. —El joven le plantó un suave beso en la frente. Caminó dentro del cubículo y sin estar nada convencido apretó el botón que lo llevaba al primer piso, no dejó de verla hasta que las puertas se cerraron.

—Aún no sé como logras dominarlo.

Ni siquiera yo lo sé. A veces tengo la ligera sospecha de que es una cobra y yo toco la flauta que le encanta.

Cuando ya estuvo de nuevo junto a los otros, el aire tenso se intensificó tanto que podías contarlo con un cuchillo. No estaba de más que al dueño de la estancia no le hacia ni puta gracia que la chica trajera otras personas a su lugar de paz, que ya no era tan privado. Tampoco le agradaban esas personas, seguía preguntándose como hacia para relacionarse con ellas.

Al finalizar la plática ambos se movieron de la puerta dándole acceso a las chicas quienes pasaron sin rechistar, cuando el inconfundible sonido de cierre se escuchó, los cuatro tomaron asiento en la sala del pequeño departamento.

Daniel hizo un repaso mental de ambas chicas, su forma de comportarse, vestir y ser. Notandolas bastante distintas. Una corazonada le hizo pensar que no se llevaría bien con la segunda.

—Déjenme presentarme, soy Valeria Morgenstern. Y ese chico de allí. —señaló en dirección a la puerta con la barbilla, como si todavía siguiera en ese lugar. —Es Jonathan Morgenstern. Quien va a patearles el trasero si le hacen algo Amés.

—Nadie te preguntó. —El Schröder emanada mal humor por los poros. No estaba allí perdiendo el tiempo para saber los datos de una chica que le importaba un comino sino para saber la razón de la desaparición de América.

La cabeza de la shadowhunter le mostró mil y un maneras de matar al insensato que se había atrevido a hablarle de aquella manera. De inmediato entendió la razón por la que Amés se quedó, tenía una forma de ser bastante similar a la de su hermano. Hablaba y se expresaba de la manera en la que él lo haría.

—¿Dónde estabas, Ams? —Daniel era amor en todos los sentidos, cuando hablaba, cuando miraba y cuando estabas junto a él. Nunca iba a cansarse de recalcarlo, no necesitaba decirlo para hacerlo sentir.

—En el aeropuerto. —Hizo un puchero ignorando todo menos al doctor. —Debería estar pisando Brooklyn... pero yo solo no pude irme. Cuando estaba a punto de abordar el avión mis pensamientos se bloquearon, ese ha sido mi sueño. Estuve las primeras cinco horas dando vueltas por la ciudad, cancele el vuelo antes del recorrido y llamaron a Hades para notificarlo. Ahora él está furioso, Dimitre y William deben estarlo también.

—¿Por qué lo hiciste, cariño?

—No pude soportar la idea de estar tan lejos de él cuando lo quiero tanto.

América a veces era tan dulce que provocaba ganas de vomitar a Valeria. Y el chico que hablaba la reflejaba bastante bien. Eran iguales.

—Dios mío. —Exclamó sorprendido volteando a su lado para ver a un muy tenso tatuado enmudecido. —Lo hiciste por él.

La culpa la tomó de golpe. Obligando a la ojiazul cuidar sus palabras.

—No, lo hice por mí.

—Romanov.

—Morgenstern.

—No actues como una sumisa ante ese tipo.

—¿Con qué tipo de personas te juntas?

—Con unas a las que no les importaría matarte, cortar tus partes y condenarte a errar por el mundo.

—Maleducada.

—Anciano.

—Feto.

No entendía la razón de su pelea, Valeria y Daniel se mantuvieron en una conversación amena del dime que te diré. Mientras ella y Björn solo guardaban silencio, viéndose de vez en cuando, algunas veces con pena y otras con resignación.

—Deben detenerse. No son niños. Y si quieren continuar con esto pueden irse. Necesito hablar con Björn.

—Hades te está buscando, Amés.

—Lo sé, pero él puede esperar. Yo no. No hice todo esto para ir con Hades o para que ustedes se estén peleando como niños. Ni siquiera deberían estar aquí.

Que fuese paz y calma no quería decir que no supiese hablar como una Romanov. Sacudió su vestido, se puso de pie y los miró a ambos, saltando del uno al otro.

—Sé que el apartamento no es mío. Que no puedo correrlos, pero lo diré de una vez. Si no se van ustedes me iré yo. —Val iba a replicar, dispuesta a poner resistencia. —Y ti —La señaló—, ni se te ocurra usar a Jonathan como chantaje emocional. Porque tampoco volveré a verlo a él. Sabes lo importante que llegué a ser, si le quitas eso no va perdonartelo nunca.

El médico miró su reloj, se puso de pie y dando una rápida mirada a las únicas personas que le importaban se largó de allí, dejando la puerta abierta. Fue inevitable no sentir culpa, cuando nunca le había impuesto nada, sabía que la razón de estar allí era ella, de lo contrario no hubiese puesto un pie fuera de la hospital central. Por su parte la cazadora suspiró e imitó al otro, no sin antes darle una mirada mezclada con dolor y traición.

A través de una fotografía.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora