D I E C I N U E V E.

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Björn no sabía cómo debía sentirse. Cuando la miró desaparecer sin más dio por hecho que no le importaba, actuó como si nunca hubiese intentado exteriorizar sus sentimientos ante ella porque al parecer no era suficiente. Podía decirse que sentia una mezcla de enojo y tristeza. De una forma bastante cruda. 

Había venido a la mansión por ella sumando todo sobre la balanza tenía demasiados puntos a favor.

—Está confundida. —Intervino Dimitre observandolo con algo de pena. —Es algo mutuo. Cuando uno está mal el otro lo busca... es como una conexión parabatai.

Estaba más que claro que no iba a escuchar a nadie. Dedicandoles una fría mirada se largó por donde había llegado. El camino a casa fue una total y completa tortura, aumentaba la velocidad de vez en cuando alejando los pensamientos desequilibrados de su mente. Nuevamente la vida le mostraba con un putazo que no debía volver a intentar abrirse, no vale la pena intentar ser mejor por los demás, ni esforzarse. Iba a volver a ser el tipo que era, sin tapujos o limitaciones.

Sus dedos se tornaban blancuzcos a causa de la presión en el volante, su barbilla estaba tan apretada que parecía luchar por no quebrarse. Una melodia se reproducio  en su radio, sentandole como una patada en las bolas porque era Zoé.

Las llamadas de Daniel no tardaron en saturarle el móvil. Pasó completamente de ellas, necesitaba privacidad, un lugar donde pensar acerca del desorden sentimiental que estaba sintiendo en aquel momento, otra de las razones por las cuales se encerraba en sí mismo era aquella.

América, ¿Qué voy a hacer cuando te canses? Dime, ¿Qué haré cuando te vayas?
—Nada, eso no va a ocurrir.

Las palabras de la chica resonaron en su cabeza mientras él daba por hecho que siempre le había mentido. Había roto por segunda vez su regla de oro. Solamente sexo. Si bien aquello lo convertia en un hijo de puta, se ahorraba todo lo que estaba sintiendo en ese preciso momento.

Querer a alguien como ella implicaba arriesgarse a tenerla un día y luego ya no. Si pensaba que iba a recibirla entre sus brazos como si nunca hubiese pasado nada, estaba muy equivocada, posiblemente ni siquiera volvería a verla después de aquel destello de valor por su parte.

Hades Dumont.
Björn.
Debemos hablar.
Me preocupas demasiado.
Dime donde estás e iré.

William Blackthorn.
Björn, regresa.
Me estoy preocupando.
Por favor.

Daniel Sauvageot.
Amés no tarda en llegar.
Estás actuando como un niño.
Björn.

Ahora le atacaban con mensajes que no deseaba leer, estaba bien decir que la gente que te quiere no te lástima. No juega contigo o te hace ver estúpido. Los sentimientos son tan valiosos que no pueden dejarse pasar. Al llegar al aparcamiento de su departamento, subió el ascensor hasta el antepenúltimo piso y entró sin más. Las cosas comenzaron a volar de un lado a otro, furioso, enojado y bloqueado. Por permitirse sentir de más, ¿Qué importaba como actuase? Estaba en todo su derecho de explotar. Harto de los altos, de las pegas y retenes.

En esos momentos deseaba que su madre estuviera con él, que lo recibiera en sus brazos y lo arrullara como bebé. Lo que empezaba a experimentar con ella no lo había sentido antes, era similar a tener un bote salvavidas en el momento justo en que te ahogabas. Le enojaba que ni siquiera volteó a verlo antes de echarse a correr, era doloroso. Suaves suspiros escapaban de sus labios una vez se desquito con todo lo que tuvo a su paso. Se apoyó contra la pared viendo un cojín roto, mientras repasaba mentalmente sus metas. ¿Entre ellas estaba la zanahoria pecosa? Ya no lo tenía claro. Si una hora antes se hubiesen preguntado su respuesta hubiese sido; mil veces sí. Pero en este momento, no concebía la idea de estar con una chica que te dejaba en medio de una plática para correr tras alguien que valga la redundancia, no era él.

Tiró de su cabello, se sentó en el suelo divido entre llorar y enojarse como nunca.

Cuando eso pasaba era recomendable dos cosas; uno; alejarse lo suficiente para que él se calmara. Dos; intentar hablarle para explicarle la situación. Algo bastante arriesgado porque cuando estamos enojados no pensamos, ni razonamos. Nos dejamos llevar por los impulsos.

Llevó sus manos al frente y las miró por largo rato, intentando liberar las tensiones, respiraba por la nariz soltaba por la boca. Un mes atrás cuando la vio por primera vez en el club la hubiese usado como comodín. Sin involucrarse demasiado pero ahora estaba metido hasta las narices y no quería sacar su estrés cogiendo con otra persona.

Llamada entrante de Daniel Sauvageot.

¿Debía contesta? No deseaba hablar con nadie. Todos se comportaban como unos leones cuando de ella se trataba, intentando protegerla  y justificarla a como diera lugar. Incluso cuando estaban enojados. Tomó el movil, respondió y lo pegó a su oreja.

—Deja de actuar como un niño, Schröder.

—No lo entiendes.

—Es una niña, Björn.

Vaya que lo era, cada cagada suya era peor que la anterior, estaba agotando su paciencia, voluntad, fuerza y cordura.

—No pienso estar con una persona que sale corriendo en medio de actos importantes. ¿Al menos sabes la razón por la que se fue? Estoy muy seguro que tiene que ver con el tipo de cabello blanco que llegó esta mañana.

—No sé la razón. Pero estoy seguro que existe una buena explicación. Si no la dejas hablar nunca vas a saberla. Ibas muy bien, no te bloquees ahora.

—No sé, Daniel. Ya no me parece tan buena idea eso de relacionarme con la Romanov. Está loca.

—Eso no lo dijiste en el consultorio.

—No la conocía.

—Con mucha más razón. No puedes alejarte ahora que la conoces.

—Si puedo y lo haré.

—Björ...

Estaba seguro de lo que venía, de inmediato cortó la llamada y lanzó el celular lejos de él.

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