Parte 8: El tío que está mejor que mi vecino

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Bueno, cualquiera podría pensar que este es el momento en que me llevo una grata sorpresa y mi cita a ciegas realmente es un tipo encantador.Pero ya os he dicho que esta historia no funciona así.

Ante mí, sentado en la mesa, un hombre bajito, con un ojo estrábico,pelo cano pese a tener mi misma edad, y que además ceceaba.

—¿Sabes Edel? Alfonso es conductor de taxis—. Me comentó mi madre,intentando romper el hielo e iniciar una conversación. Aquello estaba siendo muy incómodo.

— En realidaz zoy taxzidermizta—. Ceceó él. Odiaba a toda la gente que no pronuncia bien. Soy incapaz de fijarme en nada de lo que dice si estoy pendiente en su pronunciación.

—¡Ah! Pensé que era lo mismo.

—¡Qué va! Lo que yo hago es mucho máz importante. Dizeco animales.

—¡Oh!- Se sorprendió mi madre. Bien, hay que aclarar que mi madre no es precisamente una amante de los animales, pero la disecación tampoco es una de sus pasiones.

—Zí. La gente a vezes no es consziente de laz múltiples utilidadezde los animalez dizecados.

— Yo pensaba que eso ya no se hacía— murmuró mi padre, que se ganó un buen puntapié no muy disimulado por parte de mi madre.

—¡Pues claro que ze haze! Pero ez un ofizio duro, no ze crea. Sólo los mejores zubzistimos.

—Apasionante— Mintió mi madre. Tanto mi padre como yo le clavamos nuestra mirada.

De pronto mi teléfono comenzó a sonar. Fue un poco raro, ya que no era el tono que predeterminé para Sara, y no era hora de recibir ofertas de otras compañía telefónicas o similar. Me excusé un momento para atender la llamada.

—Dile a Sara que llame más tarde, cariño, tenemos un invitado.

—Sí, mamá, no tardo— Dije.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando en la pantalla aparecía el nombre del contacto que decía tal que así: "El tío que mola más que mi vecino"

—¿Sí?- Dije al descolgar. No estaba segura de querer saber qué clase de loco estaba al otro lado.

—¡Hola! Querida señorita sin categoría establecida.

—¿Perdona? ¿Quién eres?

—¡Venga! ¿Tan pronto me has olvidado?

—...

—Era broma. Soy Samuel.

—¿Ese nombre debería significar algo para mí?

—Jajajaja. — Antes de que dijera nada más ya le había reconocido por su risa— ¿El tipo rarito que te hizo un tatuaje mientras estabas borracha te suena más?

—Sí, sí, perdona. Lo cierto es que no recordaba tu nombre. ¿Y eso de que molas más que mi vecino?

—¡Ah!, me permití la libertad de guardar mi número en tu agenda por si tenías dudas sobre el tatuaje. De hecho, por eso te llamaba.¿Cómo lo llevas?

—Emm... pues bien, la verdad. Bueno, está como rugoso, y me pica un poco, pero no está rojo ni nada.

—Bien, eso es la costra. Es normal que te salga, se ha roto la piel.No te preocupes si ves que escupe un poco de tinta. ¡Pero no te rasques!

—No, no, intento no rascarme.

—¡Edel! ¡Cuelga ya el teléfono!- Gritó mi madre por el pasillo.

El Placer de la Gula Más AbsolutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora