Parte 17._ El chico de las cicatrices

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Élestiró su brazo y remangó su camiseta. Debajo del colorido dibujodel tigre en la selva, pude distinguir zonas donde su piel estabarugosa y marcada. Como Nina. De repente mi cabeza hizo un "click".Samuel era su hermano.

—No... no tenía ni idea... yo... joder... ¿Es tu hermana?

Ahoraera su turno de mostrarse turbado. Se rascó la nuca y desvió lamirada.

—Creí que ella te lo había contado.

— Nodijo específicamente que tú fueras su hermano. Dijo que laencontraste hace dos años.

—Cuando... cuando nos sacaron de casa, nos separaron. Nina... bueno,ella hizo algunas cosas y... ella estaba en la calle. Me ha costadomucho encontrarla y sacarla de allí.

Observésu brazo, descubriendo tras la tinta más marcas pequeñas y casiimperceptibles.

—¿Por eso te tatuaste?- Pregunté sin poder resistirme a acariciar lapiel de su antebrazo. Al tacto, algunas cicatrices eran másevidentes.

— Enparte sí. Me gustan los tatuajes, y prefiero que me miren concuriosidad o con miedo, que con lástima. No tienes ni idea de lo quenos hacía mi padre. Nunca entenderé por qué nos odiaba tanto. Es...importante para mí que Nina pueda superar todo esto.

—¿Crees que puedo dibujar algo suficientemente bueno para ello?

—Sí. Sé que sí, y de todos modos yo no puedo. Soy incapaz, mebloqueo.

—Ella... dijo que había más... que el brazo sólo era el principio.

Samuelasintió y se quitó la camiseta. No fue nada erótico y yo casitemía lo que me iba a encontrar. En su pecho, pude ver susclavículas tatuadas con unas frases en un idioma que no entendí,pero su torso relativamente inmaculado. Solo una fina línea de vellolo cubría. Se giró para que pudiese ver su espalda. Unimpresionante trabajo sin duda, la lucha entre un ángel y undemonio. Pero debajo de la tinta, las marcas. Las lágrimas se mesaltaron al descubrir una tras otras todas las cicatrices que eldibujo escondía. Cuando volvió a vestirse, y se giró, su expresiónme dejó destrozada.

— Nomentías... cuando dijiste que te criaste en una manada de lobos. Esono puede hacerlo un ser humano con corazón. Eso sólo puede hacerloun animal.

— Nome tengas pena, Edel. Tú no.

— Notengo pena por ti. Lo siento por la infancia horrible que tuviste.Porque tu madre se marchara y os dejara con semejante monstruo. Porlo que sufristeis tu hermana y tú. Desearía que nunca hubieseispasado por aquello.

— Nollores. No pasa nada, eso fue hace mucho tiempo.

— Losé... pero tuvo que ser horrible.

—Yo... yo no quiero que... bueno, que esto cambie la relación quetenemos. En parte me preocupaba que te enteraras porque no quiero queme trates diferente.

—Tranquilo, aún te odio por meterme en líos con mis compañeras...

—Sí, bueno, parece que se me da muy bien complicarte las cosas. Esono creo que cambie.

Susbromas ayudaron a relajar el ambiente y finalmente me decidí a darmeuna buena ducha para terminar de despejarme. No podía evitar ver aSamuel de distinta manera ahora. No quería que él se diera cuenta,pero entendía el dolor detrás de cada broma que hacía cuando decíaque se había escapado de un psiquiátrico, o de una manada de lobos.Me preguntaba cómo se puede superar una infancia como esa y poderllevar una vida normal, o todo lo normal que era su vida en realidad.Viviendo como vivía, en aquel barrio infecto y pútrido, saltando decama en cama... Al menos había elegido un trabajo que le llenaba yle hacía feliz, o esa era la impresión que yo tenía. Cuando salíde la ducha él ya había metido una pizza en el horno y estaba allícon el gatito en brazos explicándole que el secreto estaba en lamasa. No podía parar de reír al ver su cara cuando le pesquéinfraganti.

Él seempeñó en ver una de las pelis de amor de Sara, y he de reconocerque fue tremendamente divertido. Nos burlábamos de todo, de lasvoces, del guión, de las expresiones y las tramas. Me dolía la carade reírme tanto. Allí en la oscuridad de mi comedor, sentadosjuntos en el sofá comiendo palomitas y otras chucherías, pasé lasmejores horas en muchísimo tiempo. Sentía que algo había cambiadopara bien entre nosotros, como si al conocer aquella parte de él, sesintiera como liberado a mi lado, como si pudiera ser más auténticoque con el resto de la gente. Me dio pena que terminase la películay tuviera que irme a la cama.

Y sinembargo, pasó algo que nunca creí que fuera a pasar. Estaba allítumbada, casi dormida, pensando en Nina, en Samuel, en todo lo quehabía visto aquel fin de semana, cuando la puerta se abrió despacioy Samuel se deslizó en la cama conmigo.

—¿Qué estás haciendo?

— Tucama es mejor que la mía. Pretendía echarte y apoderarme de ella.

— Deeso nada.

—Era broma. He pasado un día extraño, déjame dormir aquí.

Nosupe cómo contestar a su voz rota. Por mí podía quedarse a dormirallí cada noche de mi vida. Solo esperaba que no pudiera notar eldesaforado latir de mi corazón.

—¿Ese es tu vecino?- preguntó en voz baja, al cabo de un rato. Enefecto, el susodicho estaba saliendo de su casa con una bolsa de labasura. Se arrebujó en su chaqueta y salió caminando de prisa denuestro campo de visión. — ¿Desde cuándo... te interesa?

—Pfff no lo sé, ya ni me acuerdo. Es absurdo, no es que nadie vaya afijarse en mí, pero él, menos que nadie.

—Edel... ¿Por qué crees que nunca nadie se fijaría en ti?

—Digamos que a las pruebas me remito.

—Quizá no le has dado la oportunidad a nadie.

—Créeme, nadie ha solicitado esa oportunidad. Puede que en parte seacosa mía, ya que no le pongo mucho empeño, pero es que dudo muchoque alguien pueda realmente interesarse en mí del modo en que yopuedo llegar a querer a un hombre. Sé que parece estúpido, pero noquiero conformarme con menos.

— Noes estúpido. Lo que es estúpido es creer que nadie te querrá nuncaporque estás gorda. Si un hombre te quiere por tu cuerpo no será elque te quiera como tú esperas. Tienes muchas cosas que ofrecer,Edel. Eres graciosa y divertida, te gusta la buena música y el buencine, tienes muchísimo talento para dibujar, y podría seguir así.Pero tú te quedas aquí en tu zona de confort, fijándote en unhombre desde lejos, ocultándote detrás de Sara y escondiéndote entu sofá la mayor parte de tu tiempo. Ni si quiera te has planteadootras posibilidades.

—¿Cómo cuál? ¿Apuntarme a una página de contactos? ¿Salir denoche a los bares esperando que algún tipo esté suficientementeborracho o desesperado como para acercarse a mí?

— Nome refería precisamente a eso.

— Daigual. De todos modos ¿qué te importa? Tú mismo dijiste que elamor era una pérdida de tiempo. No te veo a ti intentando tenernovia.

—Vale, en eso tienes razón.

Seabrazó más a mí y me besó el pelo. Ese gesto casi me derrite, asíque me obligué a cerrar los ojos e intentar dormir antes de quehiciese alguna tontería.

—Edel...— susurró despacio.

— Note preocupes. No se lo contaré a nadie—. Dije, aún con los ojoscerrados, adivinando sus temores.

—Gracias.

Pocodespués su respiración acompasada me cosquilleaba en el cuello y medejé abandonar por el sueño.









El Placer de la Gula Más AbsolutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora