Amenizando la tormenta

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Cuando se despertó de golpe, sobresaltada, Amaia necesitó unos segundos para comprender qué estaba pasando. Al principio pensó que se hallaba en su habitación de Pamplona, que Ángela dormitaba tranquilamente en la litera de abajo, como siempre, y que el trueno que había sonado en la distancia como un eco demandante no era más que otra prueba de que vivía en Navarra, donde las tormentas eran el pan de cada día. Pero la realidad era que se encontraba muy lejos de casa, que la respiración sosegada de Ángela no la acompañaba, y que cabía la posibilidad de que su familia estuviera viviendo una noche falta de nubes y sin tormenta.

Miró a su alrededor cuando escuchó a sus compañeros removerse en la cama, algunos emitiendo unos leves sonidos quejumbrosos que indicaban que, como ella, se habían despertado. Entonces retumbó otro trueno, esta vez mucho más fuerte, más próximo a ellos, como si lo tuvieran directamente encima de sus cabezas, enfadado por algún motivo que ellos desconocían y queriendo hacérselo pagar aun así.

—¿Qué pasa? —exclamó Miriam con el temor tintándole la voz—. ¿Qué fue eso?

Cuando Amaia se quiso dar cuenta, Miriam había salido escopetada de su cama y correteaba por el pasillo de la habitación con los brazos extendidos hacia los lados en señal de pánico hasta que se subió al colchón de Ana y se encaramó al alféizar de la ventana, mirando por entre las rendijas de la persiana qué era lo que estaba pasando fuera. Solo quedaban los cinco finalistas, pero el alboroto que se armó en la habitación en menos de diez segundos era digno de los dieciséis. Aitana, Ana y Miriam comentaban sin cesar y con voces agudas la fuerte tormenta, manifestando el miedo que habían sentido al escucharla de repente; Alfred aportaba de vez en cuando algún comentario desde su cama; y Amaia permanecía callada, tapada con la manta hasta el cuello y tratando de que el ritmo de su corazón se calmara tras el susto que ella también había sentido.

Estaba cansada, quería volver a dormirse, pero con las tres chicas unas camas más para allá evidentemente alteradas y desprovistas de sueño, no encontraba la forma. Desde donde estaba tenía una clara visión de la cama de Alfred, que se había incorporado ligeramente sobre sus codos y también contemplaba a sus amigas con expresión agotada. Giró unos grados la cabeza para pasar a mirar a Amaia y sus ojos se conectaron, encontrándose en la penumbra, saludándose en silencio.

Sin mediar palabra, Amaia retiró la manta a un lado y caminó de puntillas, veloz, hasta la cama del chico, que la recibió tapándola de vuelta, ofreciéndole no solo el calor de su propio edredón sino también el corporal. Si sus amigas se dieron cuenta, ninguna de las tres hizo ningún comentario al respecto ni dio muestras de ello. Miriam estaba ocupada explicando que había creído que se trataba de un atentado y que por un momento había llegado a pensar que el edificio se derrumbaba. Si la litera se iba a desplomar, al menos que la pillara lejos.

—Hola —susurró Alfred cuando Amaia fijó por fin toda su atención en él. Le costó, pues el palique de las chicas la había tenido completamente desconcertada.

—Hola —contestó de vuelta. Los rayos en el exterior se abrían paso con tanta fuerza que iluminaban intermitentemente la habitación incluso a través de la persiana. El rostro de Alfred denotaba cansancio, pero Amaia dudaba que se debiera únicamente al sueño de esa noche; no, lo llevaba arrastrando desde hacía semanas, pero pronto saldrían de ahí y, con suerte, volvería a descansar tranquilo—. Pensaba que estaba en Pamplona.

—¿En Pamplona? —Alfred no entendía a qué se refería.

—Cuando ha sonado el trueno y nos hemos despertado —aclaró—. Por un momento he creído que estaba en mi cama, se me había olvidado que en verdad seguimos aquí.

—Por poco tiempo ya —agregó él, y esta vez Amaia pudo sentir el cansancio en su voz. No solo estaba agotado físicamente, también lo estaba mental y anímicamente. Todos lo estaban llegados a ese punto.

Ciudad de las estrellas || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora