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El tema de esa semana podía parecer fácil a simple vista, pero precisamente por eso no lo era. Shape of you, posiblemente una de las canciones más versionadas en el último año, pecaba de demasiado conocida y aparentemente sencilla debido a su ya más que famosa y pegadiza melodía. Amaia temía que pudiera llegar a resultar un número aburrido, ya que no veía de dónde podían tirar para no sonar comúnmente monótonos. Con suerte, a Roi se le ocurrirían unos buenos arreglos para cambiar el enfoque de la canción y podrían darle su propio y particular toque.

Sin embargo, esa no era la única dificultad; la letra era rápida y enrevesada, como un trabalenguas dispuesto a fastidiarle el día a cualquiera, y Amaia no es que fuera muy sobrada con el inglés. Al menos tenía la bendita capacidad de memorizar rápidamente el idioma. Así que se había pasado los últimos diez minutos repitiendo en su mente una y otra vez una frase en concreto que siempre se le atragantaba. Al día siguiente era el pase de micros y se había prometido que la letra sería el último de sus problemas.

Se estaba dirigiendo hacia los aseos cuando se topó con Alfred a la altura de las mesas. El chico vestía una sonrisa de esas que últimamente no le faltaban cuando se robaban miradas, se rozaban de más o compartían cama. Porque sí, hacía ya varias noches que Alfred no probaba sus sábanas, quizá incluso habían perdido su aroma. No se habían puesto de acuerdo ni habían concretado nada; simplemente, una noche Alfred se había quedado dormido junto a ella, y a la siguiente también. Así en cinco ocasiones hasta que de alguna manera se había convertido en una especie de costumbre.

Amaia fue a esquivarle para seguir su camino hacia los lavabos cuando Alfred se colocó delante de ella, impidiéndole el paso.

—Tengo una sorpresa —le susurró el chico con voz traviesa, como si acabara de realizar una chiquillada y se la estuviera contando a alguien más para hacerle cómplice.

Amaia alzó las cejas.

—¿El qué? —quiso saber, pese a que sabía que Alfred no iba a soltar prenda. Le gustaba mucho el misterio en ese sentido, y por más que ella le preguntara no iba a confesar.

—¡Ah! —Alfred cambió su voz normal a la de bebé y encorvó un tanto el cuerpo, haciéndose más pequeñito—. No se puede decir.

Pero Amaia no iba a dejarlo estar, no quería conformarse con lo poco que le había dicho el chico, con el caramelo rozándole los labios. Si bien sabía que no iba a sacar nada en claro, nunca estaba de más insistir un poco. Además, sabía que Alfred estaba muy por la labor de estirar el jueguecito; a él le encantaba llevarla al límite, tentarla y hacerla sufrir con ese tipo de cosas. Al fin y al cabo, le había avisado de que le tenía preparada una sorpresa para que ella empezara a preguntar y emocionarse.

—Ahora me lo dices —lo intentó Amaia mientras le seguía muy de cerca, con la mano sobre su hombro como se la habría puesto a cualquier otra persona. Solo que Alfred no era cualquier otra persona, eso lo sabía muy bien. El catalán negó de un lado a otro, firme en su propósito de mantener el secreto—. Joé. Ven, ven.

—¡Sí, venga! —exclamó Alfred, que se estaba divirtiendo de lo lindo con la situación, pues le encantaba ganar. Soltó una carcajada antes de añadir—: Ahora tienes incertidumbre.

Con la mano en la cintura y el cuerpo inclinado hacia el lado contrario, Amaia le suplicó con la mirada. Viniendo de Alfred, podía tratarse de cualquier cosa; tenía una imaginación demasiado amplia como para cerrarse a alguna opción, por remota que fuera. Podía verle en los ojos que disfrutaba de esa posición de superioridad que había alcanzado en un abrir y cerrar de ojos, había implantado la intriga en el interior de Amaia con tan solo una simple afirmación. Lo más sensato habría sido dejarlo pasar, aguardar a que él mismo decidiera entregarle o revelarle la sorpresa, pero le gustaba demasiado ese tira y afloja al que jugaba con Alfred.

Ciudad de las estrellas || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora