Que todo parezca tan fácil

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Por fin era la hora de irse a dormir, lo que significaba que Alfred y Amaia iban a poder disfrutar de un poco de intimidad antes de caer rendidos debido al cansancio que, después de tanto tiempo ahí encerrados, ya era innegable. Como cada noche, uno de los dos se metía en la cama del otro para hablar un rato. Luego, dependiendo del grado de agotamiento y del sueño que necesitaran recuperar, decidían si se volvían a su cama para dormir en condiciones o si preferían quedarse con el otro.

Esta noche era Amaia quien se había hecho un hueco bajo la manta de la cama de Alfred. Se habían posicionado cara a cara con las cabezas apoyadas en la almohada. Amaia sentía que nunca estaban lo suficientemente cerca, pero ahora iban a hablar, así que no podía acercarse más, aunque así lo quisiera.

—¿Estás contenta con las canciones? —le preguntó Alfred, que le apartó un mechón de pelo que le caía por los ojos y lo colocó detrás de su oreja.

Amaia asintió. Hoy había tenido lugar el reparto de temas para la gala de Eurovisión, y la emoción había sido más alta de lo normal, ya que las canciones habían sido compuestas específicamente para ellos. No se trataba de simples versiones como había sido el caso hasta ahora.

—Buah, estoy supercontenta. Es increíble la suerte que he tenido con mis canciones, me encantan las dos. Y tú también has tenido mucha suerte, ¿no crees?

—Ya lo creo —dijo Alfred, y Amaia se fijó en cómo le aparecía su típica sonrisa en el rostro al recordar lo vivido aquella tarde—. Además, Nil es un tío genial. Me ha dicho que me sienta libre de cambiar lo que quiera.

Después de escuchar la maqueta de la canción de Alfred, Amaia no podía estar más de acuerdo con que el chico había tenido también mucha suerte con su compositor y con el estilo que le había tocado. Se alegraba mucho por él. Acercó sus labios al cuello de Alfred y empezó a dejarle una serie de pequeños besos en la parte sensible bajo la mandíbula, donde sabía que haría que se volviera loco.

Efectivamente, las manos de Alfred encontraron instintivamente la cintura de la chica para atraer sus cuerpos, buscando contacto y fricción entre ellos. Amaia sonrió contra su cuello.

—¿Y qué me dices de la nuestra? —preguntó Amaia cuando se separaron—. ¿No te parece increíble?

La sonrisa de Alfred se le extendió hasta los ojos.

—Ni siquiera puedo empezar a explicar lo que siento con nuestra canción —murmuró Alfred—. Creo que me he emocionado más que con la mía.

—Yo he llorado con las dos —admitió Amaia, avergonzada de repente—. Primero con Rozalén y luego con Raúl. Últimamente no paro de llorar.

Alfred le acarició la nariz con la suya propia, y Amaia cerró los ojos unos instantes para saborear el momento.

—Llorar de emoción es algo de lo que no deberíamos avergonzarnos —murmuró muy cerca de la boca de Amaia. Aguardó a que ella añadiera algo, pero, al no recibir respuesta, continuó—: ¿Qué has pensado al escuchar nuestra canción? ¿Qué es lo que te ha hecho llorar?

—No lo sé... —empezó Amaia. Era cierto que no sabía exactamente por qué había llorado; las lágrimas habían comenzado a brotar solas con los primeros acordes. Pero ahora, recordando el momento en la sala del piano, lograba comprender más o menos el porqué—. Para empezar, la melodía me ha parecido increíble. Tiene una base tranquila y sencilla que creo que pega mucho con nuestro estilo. Y luego está la letra. Madre mía, Alfred, ¿has escuchado la letra?

Alfred rio por lo bajo y asintió.

—Estaba contigo, titi, claro que la he escuchado —dijo entre risas susurradas.

Ciudad de las estrellas || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora