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Amaia abrió los ojos de golpe, aunque lo cierto era que ni siquiera había estado profundamente dormida; simplemente lo estaba intentando, sin éxito.

Al principio la envolvió la oscuridad de la habitación de la academia, pero enseguida captó una tenue luz que venía de una de las literas, al otro lado del pasillo. Supo al instante que se trataba de Alfred, que, al igual que ella, no podía dormir. Estaba mirando algo en su móvil, que era de donde provenía la luz, o quizá escribiendo. Lo único que Amaia alcanzaba a ver de él era el contorno de sus gafas y la forma de su nariz. No pudo evitar sonreír.

—Alfred —susurró, pero habló tan bajito para no molestar a sus compañeros que el chico no llegó a escucharla. Lo volvió a intentar, esta vez un poco más fuerte—: Alfred.

Desde donde estaba en su cama, Alfred giró la cabeza hacia Amaia y la miró con las cejas enarcadas. Seguramente no podía verla en la oscuridad, pero ella le hizo igualmente un gesto con la mano para indicarle que se acercara.

—Ven —le pidió, y agradeció para sí que Alfred no pudiera ver la sonrisa que se le había formado en los labios.

Alfred dejó las gafas y el móvil sobre su almohada y se aproximó a la cama de la chica, quedándose de pie junto a ella, como si no se atreviera a acercarse más. Amaia se sentó sobre el colchón y lo miró un momento a los ojos. A estas alturas, estaba segura de que la visión de Alfred ya se habría acostumbrado a la oscuridad y de que él por fin podía verla también.

—¿Va todo bien? —le preguntó Alfred un poco cortado.

—Sí —contestó ella—, ¿quieres entrar?

Nada más decirlo, Amaia se movió hacia la pared y retiró un tanto la manta a su lado, ofreciéndole a Alfred un hueco en su cama. Al principio, él dudó y volvió a conectar sus ojos, buscando algún signo de arrepentimiento en su ofrecimiento. Pero Amaia tan solo asintió, confirmándole que estaba bien con todo esto.

Era la primera vez que Alfred se metía en la cama con ella, aunque no era la primera que estaban tan cerca el uno del otro. La semana anterior habían tenido que cantar juntos en la gala, y era evidente que City of Stars los había acercado tanto en el sentido literal como en el metafórico. Ahora, a menos de veinticuatro horas de la gala 4, en la que cantaba con Aitana, la mente de Amaia era un torbellino de emociones que, si era del todo sincera, no lograba controlar, y mucho menos comprender.

—¿Seguro que estás bien? —repitió Alfred. Los dos se habían tumbado y se miraban, pero entre ellos se había establecido una prudente distancia.

—Sí, sí. Es solo que no me podía dormir y he visto que estabas con el móvil. —Amaia vaciló por un instante—. He pensado que podíamos hablar.

Alfred olía a frescura en su estado puro. Ella siempre había dicho que le encantaba su olor, pero ahora, en la intimidad de la habitación y con el chico bajo sus sábanas, era como si sus sentidos se dispararan al máximo y no pudiera pensar en otra cosa que no fuera el aroma de Alfred.

—¿Y de qué quieres hablar? —preguntó Alfred con una sonrisa que Amaia pudo apreciar gracias a la suave luz de la luna que se colaba por entre las cortinas.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué tal tu ensayo en plató? —le preguntó finalmente—. Yo ya me había vuelto cuando te tocaba a ti. ¿Cómo te ha ido?

—Pues no lo sé, realmente —contestó Alfred adentrándose en los recuerdos de tan solo unas horas antes—, Manu me ha vuelto a decir que no tengo que imitar tanto porque, si lo hago, "no se aprecia mi esencia", pero es que yo soy así. Sé que me lo dicen para ayudarme, pero no sé qué más hacer.

Sin las cámaras delante, hablar con Alfred le resultaba mucho más sencillo. Y sobre todo le resultaba infinitamente más fácil hacer lo que hizo a continuación. Despacio, alargó la mano y acarició la mejilla de Alfred que no estaba apoyada contra la almohada. Sintió bajo sus dedos cómo se le formaba un hoyuelo.

—A mí me gusta tal cual la interpretas —murmuró Amaia.

—Me alegro —repuso Alfred al cabo de un rato, como si hubiese estado pensando bien lo que contestar a eso—. ¿Sabes? No bromeaba cuando dije que te la dedicaba a ti. —Amaia sintió cómo se le cortaba la respiración de golpe—. Siempre pienso en ti cuando la canto.

Amaia no contestó; no sabía cómo hacerlo. ¿Qué debía decir? ¿Que para ella era muy importante el hecho de que le dedicara una canción como esa? ¿Que adoraba cuando se le cantaba mirándola directamente a los ojos? ¿Que no hacía falta que él la amara por los dos porque seguramente ella sentía algo parecido por él?

Se ponía demasiado nerviosa solo de pensar en eso, así que ni siquiera se planteaba confesárselo. Pero tenía tantas ganas...

Al ver que ella parecía no reaccionar a sus palabras, Alfred lo volvió a intentar.

—Amaia, yo...

Pero Amaia nunca supo qué era lo que quería decirle. Con un solo movimiento, salvó la distancia que los separaba y juntó sus labios en un beso, colocando ambas manos en sus mejillas y atrayéndolo hacia sí para que no existiera entre ellos más espacio del estrictamente necesario. Claramente sorprendido, Alfred se quedó inmóvil durante una fracción de segundo, pero no tardó en recuperar la compostura y devolverle el beso.

Cuando se separaron, Amaia tenía las mejillas ardiendo y no sabía qué hacer para que su sonrisa no resultara demasiado evidente. Se fijó en que Alfred se encontraba en una situación muy parecida a la suya.

—No sabes las ganas que tenía de hacer eso —confesó ella al fin, y le sonó extraño incluso venido de su propia boca. Se dio cuenta de que prácticamente ni siquiera se había permitido pensar en Alfred como algo más que un amigo, pero que en el fondo llevaba mucho tiempo escondiendo algo que ya sabía.

—Si lo hubiera sabido lo habría hecho yo antes —rio Alfred, lo que hizo que alguno de los compañeros se removiera en la cama.

Ambos se quedaron inmóviles durante un momento, alertas por si alguno se hubiera despertado, pero no volvió a escucharse nada.

—Tienes que hablar más bajito —le dijo Amaia poniéndole el dedo índice sobre los labios en una señal de silencio.

—Se me ocurre una idea que no requiere que hablemos.

Y esta vez fue Alfred quien la besó, ahora más apasionadamente que la anterior. Amaia le correspondió al beso con todo lo que en ese momento podía darle, pues todavía sentía que tenía que aclarar muchas cosas antes de establecer nada entre ambos. Sin embargo, en ese momento solo estaban ellos dos, y eso era suficiente por ahora.

—A ver, que son las dos y media de la madrugada —escucharon de repente decir a Mireya. La habían despertado, y por su tono de voz no se podía decir que estuviera precisamente contenta—. Basta de charlas, que algunos queremos dormir.

También se escuchó el sonido de una risa, posiblemente la de Cepeda. Amaia apretó los labios y se encogió sobre sí misma, como si así pudiera evitar que la queja de Mireya fuera dirigida a ella.

Alfred hizo amago de salir de la cama para volver a la suya tras la pillada de su compañera, pero Amaia lo detuvo cogiéndolo de la muñeca.

—Quédate conmigo —le susurró ante la mirada interrogante de Alfred—. Duerme conmigo esta noche.

El chico solo asintió —Amaia pensó que estaba tan avergonzado por lo de Mireya que ni siquiera quería pronunciar una sola palabra más esa noche— y se volvió a recostar junto a ella. Amaia acercó sus labios a la oreja de Alfred para que nadie más que él pudiera escucharla.

—Buenas noches —le dijo brevemente antes de darse la vuelta para mirar a la pared.

A modo de respuesta, Alfred deslizó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia sí, pegando la espalda de Amaia contra su propio pecho. Ella solo esperaba que el agitado latido de su corazón no fuera tan evidente para Alfred como ella lo notaba en su pecho. Aunque quizá el golpeteo que sentía provenía del corazón del propio Alfred. Sonrió ante la posibilidad de que él estuviera tan emocionado como ella.

Si se hubiera girado en ese momento, Amaia habría podido comprobar que Alfred estaba a punto de dormirse con una sonrisa dibujada en el rostro.

Ciudad de las estrellas || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora