Escondite

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Lo que ocurría al ser tan solo la segunda semana de concurso era que la casa estaba desbordada. Todavía no había habido ningún expulsado —aunque Ricky y Mimi estaban nominados—, lo que significaba que eran dieciséis jóvenes en la academia y la palabra silencio era más un deseo que una realidad. Ni siquiera a la hora de dormir se callaban todos a la primera; siempre había concursantes que permanecían hasta las tantas hablando unos con otros, claramente aún demasiado emocionados por haber sido seleccionados para vivir esta experiencia única.

Así pues, siendo tantos por todas partes, era imposible descansar o relajarse. Casi todos querían aprovechar ahora que seguían estando al completo, pues a partir de la semana siguiente irían abandonando la academia de uno en uno hasta el final del programa. Pero no valía la pena pensar en eso a estas alturas tan tempranas.

—¡Oye! —Ricky se levantó de un salto del sofá donde se había acomodado junto a la gran mayoría de los triunfitos, que hacía un rato habían estado tocando la guitarra y cantando, pero ya había decaído el ritmo—. Vamos a jugar a algo. ¿Qué os parece el escondite?

—¡Sí! —exclamó Amaia, de repente emocionada.

—¡Ay, vale! —Aitana también se animó, así como Raoul y Nerea, que se acercaron desde las mesas donde habían estado hablando un rato antes.

El ambiente parecía haber cambiado de pronto, pues muchos se habían activado ante la propuesta de Ricky y ya estaban dispuestos a comenzar el juego. Alfred era más de pasar los ratos antes de irse a dormir improvisando con la guitarra y dando pequeños conciertos a nadie en particular, pero sus nuevos compañeros parecían tan entusiasmados que hasta se le contagiaron las ganas de jugar.

—¿No somos un poco mayorcitos como para ponernos a jugar al escondite? —se pronunció Cepeda con cara de desagrado. Era el único que no parecía querer unirse a los demás.

—¿Qué dices, Cepeda? —Mimi se puso una mano tras la oreja, haciendo como que no había escuchado lo que había dicho el chico—. ¿Que pagas tú? Venga, estupendo.

Los demás rieron y secundaron la moción ante las quejas de Cepeda, ya que era evidente que la mayoría preferían esconderse antes que pillar y ahora tenían la excusa perfecta. Sin embargo, Marina salió en ayuda del chico.

—Podemos empezar pagando los dos juntos, así es un poco más fácil y no se hará tan largo —dijo.

Cepeda trató de darle la vuelta a la tortilla, pues ya que era evidente que iban a jugar al escondite de un modo u otro, al menos no quería ser él quien pagara, pero no obtuvo ningún éxito. Finalmente cedió y se acercó junto a Marina a la puerta de la academia, en recepción, donde se pusieron de espaldas a sus compañeros, quienes entre gritos de emoción salieron corriendo para buscar algún lugar donde ocultarse mientras estos contaban.

Por un momento, Alfred dudó de hacia dónde ir. Casi todos los triunfitos habían salido disparados hacia el salón, y de ahí hacia la cocina y al pasillo que daba a los baños, la habitación y los armarios. Ese era el camino más fácil, pues sin duda contaría con más lugares donde uno podría esconderse, pero ya era demasiada gente quien había tirado hacia allí, por lo que se decantó mejor por ir en dirección hacia la sala de ensayo. Juan Antonio, Thalía y Roi se metieron en las clases, que ya eran lo suficientemente pequeñas como para que él también buscara cobijo ahí. Así que solo le quedaba la sala que estaba más alejada: la del piano.

Corrió como si no hubiera un mañana hasta allí, pese a que sabía que nadie más había entrado antes que él, y se acurrucó bajo ese gran instrumento que tanto respeto le infundía, sobre los pedales. Como si fuese de alguna ayuda, colocó la banqueta de forma que tapaba parcialmente la visión si alguien se asomaba, pero sabía que no serviría de nada si finalmente miraban debajo del piano.

Ciudad de las estrellas || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora