001 ┃ amarillo.

1.2K 80 43
                                    

Era mi última excursión del año y por ello la mejor, pues además de constar cinco días con noches incluidas, nos dejaban infinitamente más libertad que en otros viajes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Era mi última excursión del año y por ello la mejor, pues además de constar cinco días con noches incluidas, nos dejaban infinitamente más libertad que en otros viajes. No éramos un curso muy grande, por lo que nos valió con un pequeño albergue situado en el pueblo para todos, y sí, nos alojaríamos en un pueblo, allí sería nuestro grandioso viaje, y para qué mentir, nos encantaba de la misma forma que si hubiera sido un hotel de cinco estrellas junto a la playa. Éramos niños, solo nos importaba no tener clases y poder compartir habitación con nuestros amigos.

El primer día, un guía nos hizo un pequeño tour por el pueblo, más que nada para que supiésemos guiarnos durante el tiempo libre que tendríamos todas las tardes, y a pesar de ello no fueron pocos los que se perdieron esa misma tarde buscando la vuelta al albergue. Yo mismo, y Ki, mi mejor amigo desde ese entonces, tardamos casi una hora en llegar, recorriendo las mismas calles una y otra vez con desesperación.

El segundo día Ki prefirió quedarse por los alrededores para no arriesgarse de nuevo, pero yo tenía ganas de explorar, y gracias a ese impulso fue como lo conocí.

Camine tanto que, sin percatarme, crucé los límites impuestos por el guía, pero poco me importó, pues yo tenía un objetivo puesto a varios metros de distancia, y pensaba alcanzarlo. A lo lejos había divisado un precioso e inmenso campo de girasoles, tan brillante que parecía realmente un mar de pétalos amarillos.

Y fue aún mejor cuando me adentré en su interior.

Eran todos enoooooormes, precian flores gigantes o que yo me había convertido en un enano. Inconscientemente empecé a reír, y luego a correr, y así seguí durante casi diez minutos, hasta que me detuve en seco al escuchar una voz que no era la mía propia.

—¡Vamos, ánimo, un dos un dos un dos, así, muy bien, síganme!

Me asomé curioso entre los tallos, buscando al dueño de aquellas extrañas palabras, y no me demoré ni dos segundos en hallarle.

En la calzada continua, frente a mi, se encontraba un pequeño niño, casi de mi altura, con el pelo castaño y la tez media bronceada. A primera vista ya de por sí me pareció atractivo, simplemente parecía resplandecer, congeniaba a la perfección con el ambiente. Debido a sus holgados y desgastados ropajes, supuse que vivía en el pueblo, aunque me costaba hacerme la idea de que alguien, y menos un nublo, pudiera hacer una vida diaria en ese lugar tan apartado del mundo.

Estuve mirándole unos segundos, observándole en silencio e intentando averiguar con quien diablos hablaba, pues iba caminando pero cada tres pasos se giraba, mirando a su espalda y soltando palabras de aliento, como si tuviera un gran ejército siguiéndole. Pero finalmente, como era de esperar, me descubrió, dando un gran salto por la sorpresa y señalándome acusatoriamente con su dedo, como si yo fuera el mayor malhechor de todos los tiempos.

—¡ENEMIGO, ENEMIGO!

—¡Eh, para!— exclamé asustado, enfadándome por su extraña reacción—. No soy un enemigo, soy Thomas.

—¿No eres un enemigo?— pregunto bajando la mano y suavizando el rostro. Yo asentí extrañado y seguidamente sonrió levemente, como si mis palabras fueran el mejor seguro que pudiera recibir—. Por un momento pensé que me ibas a atacar.

—¿Por qué iba a hacer eso?

—Porque podrías ser de los malos, pero no lo eres.

—A mi me dan miedo los malos, jamás formaría parte de ellos— expliqué con sinceridad, sin saber muy bien de qué "malos" estábamos hablando, cuando hablaba yo tenía las veces que mi madre me decía que no me acercara a desconocidos o cosas así, esos eran mis "malos"—. Por cierto, ¿con quién hablabas?

—¿Eh?— ladeó la cabeza, como si no comprendiera, como si yo fuera el raro y no él, quien estaba hablando solo hacia unos segundos.

—Antes, te escuché hablar con alguien.

—Oh, ¿te refieres a mi ejército?— preguntó totalmente serio, haciendo que yo frunciera aún más el ceño con expresión de extrañeza.

—¿Qué ejército?— eché un vistazo a nuestro alrededor, cerciorándose de mis propias palabras. Efectivamente mis ojos solo alcanzaban a ver girasoles y más girasoles, pero ningún ejército del que hablaba el chico—. Aquí solo estás tú.

—Acércate— me indicó con una mano, y eso hice, paso a paso, desconfiando de ese chico que con cada segundo parecía dejar entrever un serio problema de esquizofrenia. Finalmente me detuvo de forma abrupta, colocando un brazo en mi pecho impidiéndome seguir avanzando. Miré para los lados, pero seguía sin divisar a nadie—. Ven, vamos— me insistió tras agacharse, colocándose en cuclillas. Lo imité, acercando mi rostro al suelo, y entonces lo vic vi al ejército del que me hablaba.

—¿Son... hormigas?

—Las más fuertes del mundo— respondió orgulloso, observándolas sonriente como si de sus propias hijas se tratasen.

—¿En serio?

—Totalmente. Pueden levantar hasta cincuenta veces su peso.

—Oh— me quedé pensando en sus palabras varios segundos, mientras nos poníamos de nuevo en pie y seguíamos caminando, encabezando la línea de hormigas que seguían nuestros pasos—. Pero yo también puedo levantar cincuenta de ellas, incluso cien.

—¿Pero a que no puedes levantar a cincuenta chicos como tú?

—N-no lo sé, nun-nunca lo he intentado...— respondí con nerviosismo al ver rebatida mi teoría. Me costaba aceptar que una hormiga tuviera más fuerza que yo, pero basándome en la lógica, el castaño tenía toda la razón.

—En nuestro ejército solo aceptamos a gente fuerte— me explicó sin dejar de andar, de forma casual, como si sus palabras no hubieran sido el golpe más doloroso que podría haber recibido un niño como yo.

—Oh...— agaché la cabeza, alicaído, pensando ya en marcharme a pesar de que aún quedaran casi dos horas para el toque de queda.

—¿Quieres unírtenos?

Y entonces volví a mirarle, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Y él me sonreía abiertamente, como si de verdad esperase que yo me uniera a él.

—¿Yo?

—Claro— respondió con firmeza.

—Pe-Pero yo no soy fuerte...— hice un inconsciente puchero, recordando todas esas veces en las que Ki tenía que venir a ayudarme porque a mi me daba miedo algo—. Pro-Probablemente ni siquiera pueda levantar dos veces mi cuerpo...

—¡Claro que eres fuerte! ¡Mira!— agarró mi brazo y lo alzó, mostrando el casi esqueleto que yo tenía por extremidad, pero aún así él me lo mostró como si fuera puro músculo—. ¡Podrías así superar a Hulk!

—¿De verdad lo crees?— pregunté levemente más animado por sus palabras, las cuales resultaban tan sinceras que no tardaron en sacarme una sonrisa.

—Yo nunca miento— respondió con simpleza, encogiéndose de hombros—. ¿Entonces qué? ¿Te nos unes?

—Está bien— respondí alegremente, incapaz de reprimir unas risas de felicidad. Era la primera vez que me denominaban como alguien fuerte, no como miedica o asustadizo, sino como fuerte. Se sentía bien—. Por cierto, mi nombre es Thomas.

—¿Quieres saber el mío?—. asentí expectante, y se acercó a mi oído para susurrarme la palabra más bonita que escuché hasta mis últimos días—. Dylan.

COLORS  적응! ー dylmas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora