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Fueron exactamente seis años los que pasaron antes de que volviera a pisar aquel pueblo tan aislado de la sociedad

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Fueron exactamente seis años los que pasaron antes de que volviera a pisar aquel pueblo tan aislado de la sociedad. Seis años en los que no sucedió absolutamente nada importante, en los que mi objetivo se mantuvo fijo, en los que cada día me levantaba con la ilusión de haber crecido un centímetro más, de poder sacar mi licencia de conducir y volver a ver a Dylan.

Y al fin llegó el día. Exactamente una semana después de sacarme la licencia de conductor, pedí prestado el coche a mi madre y me puse en marcha, agarrando el papel con esa dirección que tantos años llevaba enganchada en mi corcho, esperando ser arrancada y puesta en utilidad.

De camino comenzaron a saltarme un montón de dudas que ni siquiera me había planteado alguna vez en todo este tiempo, inseguridades sobre si seguía viviendo allí, sobre si el pueblo seguiría de pie, o simplemente si él me recordaría. Solo éramos niños cuando hicimos la promesa, los niños son muy volubles, cambian y experimentan algunas cosas, tendiendo a olvidar la mayor parte de ellas.

"Quizás se olvidó de mí".

Quizás había pasado seis años ilusionándome con una estúpida promesa de niños, quizá me llevaba la mayor decepción de mi vida, quizás había metido la pata hasta el fondo, pero eso no consiguió que frenara el coche, y a día de hoy me alegro de haber seguido adelante.

El pueblo seguía exactamente igual que cuando lo visité con el colegio, quizás levemente más renovado porque habían cambiado las baldosas de los caminos por unas más lisas, pero por lo demás, parecía volver al pasado. El camino hasta el campo de girasoles se sintió infinitamente más corto de lo recordado, pero lo mejor fue llegar y experimentar por primera vez la visión desde arriba.

Ahora era yo quien sacaba varias cabezas a los girasoles, disfrutando de un bonito mar de pétalos. Me impactó tanto la imagen, el experimentar en mi propia carne las palabras que dijimos hacía tiempo, que ni me percaté del chico que se escondía entre las plantas hasta que escuché su voz.

—¡Vamos, más rápido, están perdiendo velocidad, venga, ustedes pueden!

Me giré abruptamente, buscando al dueño de aquella voz, la cual había cambiado ligeramente en este tiempo pero seguía conservando el mismo tono, el mismo acento, y sobre todo, el mismo uso de palabras.

Eché a correr, apartando tallos a mi paso, hurgando con desesperación hasta en lo más profundo de los matorrales hasta dar con él, hasta verlo tirado en el suelo, arrastrándose en el barro y poniéndose perdido, exactamente igual que un niño.

—¿Dylan?

Él nombra rápidamente levantó la cabeza, guiado por el sonido de mi voz. Cuando me vio, se quedó varios segundos en el suelo, observándome desde abajo, sin moverse ni un centímetro, como si estuviera impactado.

—¿Tommy?— así es como me termino llamando en los pocos días que pasamos juntos, alegando que quería un apodo que solo usara él, algo mío que fuera solo suyo, y por algún motivo se sintió bien que compartiésemos algo únicamente nuestro. Escuchar ese apodo después de tanto tiempo, se sintió como si una llama se encendiera en mi pecho otra vez. Santi sonriente, incapaz de articular una palabra—. ¿Tommy?

—Crecí un poco.

—Yo también, mira— se puso de pie, sacudiendose la ropa que permanecía repleta de barro a pesar de sus intentos, y sonrió orgulloso, acercándose a mi—. Llegué a pensar que te habías quedado enano y por eso no venías.

—Tenía que sacar mi licencia de conducir, por eso tardé unos años más de lo previsto— respondí encogiéndome de hombros, casi sin creer que realmente ese castaño de enfrente fuera en chico que conocí hacía tanto tiempo, aunque a la vez encajaba perfectamente con la imagen—. ¿Con quien hablabas?

—Con los caracoles.

—¿Son tu nuevo ejército?

—Algo así.

Reí, observando su aniñada imagen, sus inocentes gestos, su ropa manchada de barro y todos los churretones de lo mismo en su rostro. Parecía el mismo niño de mis recuerdos, únicamente más alto, pero por lo demás realmente parecía salido de mi cabeza.

—¿Me echaste de menos?

—Todos te echamos de menos.

—¿Las hormigas?

—Y los girasoles.

—Yo también a ustedes— respondí con total sinceridad.

Entonces sin previo aviso, me abrazó, me rodeó con sus brazos y estrechó entre ellos, manchando mi preciosa sudadera blanca, de marrón. Y no me importó en absoluto, al menos en ese preciso momento y tampoco cuando se agachó, volviendo al suelo, y mirándome con esa rectangular sonrisa que tanto había tirando de mí estos años.

—¿Quieres unírtenos?

Y no tarde ni medio segundo en responder, olvidándome de todo lo demás, de que ya no éramos niños, de que yo tenía diecinueve años y estaba sacándome una carrera, de que me costaría la vida sacar esas manchas de barro de la ropa.

No tardé ni medio segundo en sonreír y declarar abiertamente.

—A eso vine.

COLORS  적응! ー dylmas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora