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Puedo asegurar que, a pesar de haberla visualizado en un millón de situaciones distintas, jamás imaginé que nuestra primera vez habría sido de tal forma

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Puedo asegurar que, a pesar de haberla visualizado en un millón de situaciones distintas, jamás imaginé que nuestra primera vez habría sido de tal forma.

Cómo la mayoría de los días, fui a recoger a Dylan a la salida aprovechando que me venia de camino y él siempre salía casi diez minutos más tarde, por lo que me daba tiempo de sobra para llegar. Al igual que otras veces, me entretuve con el móvil, apoyado en un muro, mientras esperaba a que saliera gritando mi nombre y viniera corriendo hacia mi, como solía hacer, pero ese día no lo hizo.

—Hola— murmuró cuando ya estuvo a centímetros de mi, sorprendiéndome por su inesperada llegada. A pesar de todo sonreí, guardando inmediatamente mi móvil para abrazarle, pero al levantar la vista vi que tenia la cabeza gacha y ni siquiera me miraba.

—Dyl— le llamé, ligeramente preocupado—. ¿Estás bien?

—Sí— respondía aún sin mirarme, dando a entender que obviamente algo ocurría, y por el tono no parecía nada bueno—. Vamos a casa.

A pesar de todo preferí no insistir en ese preciso momento, así que comenzamos a andar hacia el coche, yo rebuscando las llaves en el bolsillo y jugando con ellas para romper el incómodo silencio que se había formado.

—¿Ha pasado algo en clase?

—No es nada.

Y de nuevo silencio, que era lo que más me mataba. No me gustaba que no me contara las cosas, principalmente porque eso me impedía hallar una forma para ayudarle, porque me sentía excluido, pero de todas formas volví a callarme, alargando el silente trayecto varios minutos más, concretamente hasta que mientras conducía, me percaté de la ligera hinchazón que cubría parte de su labio inferior.

—¿Por qué paras?— preguntó desconcertado al ver que yo detenía el coche en el primer hueco que encontré. Podía haberme callado y esperado a llegar a nuestro piso, que se encontraba tan solo a unas calles de distancia, pero no lo hice, simplemente no pensé en ese momento. Le agarré la mandíbula para comprobar que efectivamente tenía el labio roto—. ¡A-ah, duele, Tommy!

—¿Cómo te has hecho eso?— pregunté serio, aflojando ligeramente el agarre pero sin soltarlo, para que me devolviera la mirada—. Y no me mientas.

—No iba a mentirte.

—¿Entonces? ¿Por qué tienes el labio roto?

—...

—Responde.

—Si no puedo mentirte, no te lo cuento y ya.

—Dylan...— rodé los ojos, frustrándome por tenerme que topar con esa inusual faceta del castaño precisamente en ese momento. Decidí calmarme, porque de esa forma, si le seguía atosigando, no llegaría a nada, así que le solté, y él inmediatamente desvió la mirada, apartando la vista y clavándola en el cristal de la ventana—. Solo me preocupo por ti...

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