Ichi: Dudas

4.4K 66 49
                                    

Sam aún no adivinaba quién le había mandado esa carta de amor. Luna perdía su paciencia no por el enojo o el hastío provocado por el poco tino que su amada tenía para tomar en cuenta su flirteo. No. Era la ansiedad por el inminente «no» que la muchacha rubia podía darle en el momento que decidiese declarársele.

La noche de ese viernes había transcurrido discretamente para la rockera, quien solo podía ver desde el escenario del club donde tocó cómo Sam era abordada por otros chicos, cayéndole flirteos y piropos por toda la barra. Aún si había asegurado la compañía de ella al momento de empacar e irse a su casa en Avenida Lincoln 1216, no podía ahuyentar de su mente atribulada aquellos pensamientos.

Y yaciendo en su camarote, ponderaba cómo se declararía con éxito a Sam. El alcohol en su sangre, la marihuana en sus neuronas y el cansancio impedían una contemplación más eficaz de la disyuntiva, dejándola solo con la opción de declararse pronto...

Pero también sabía que existían mayores chances de fracaso, dado que violaría la confianza que existía entre las amigas. Necesitaba saber si Sam podía corresponderle de la forma que ella necesitaba para actuar.

---

El crepúsculo se asentó sobre la ventana del desastrado cuarto que compartían Luna y Luan, con la primera aún sumida en sus pensamientos y la segunda roncando a gusto. Cuando el sol inundó la habitación, la muchacha rockera se dio cuenta que debía acallar los rugidos estomacales, exigiendo una copiosa ofrenda de comida pesada como desayuno.

Pisado ya el último escalón, Luna miró al reloj de la sala de estar. Doce minutos para las ocho de la mañana. Si mal no recordaba, Lynn tenía un juego a las once. Posiblemente la deportista estaba ocupando la ducha, dejándole al menos unos minutos de tranquilidad y soledad para saquear la nevera.

Sus pasos se confundieron con el tintineo de platos, tazas, vasos y cubiertos, el gentil correr del agua y unos tarareos. Ya en el dintel, vio la figura de su madre Rita en el lavaplatos, moviendo sus caderas a un ritmo marcado por una melodía animada y calma a la vez. Juzgando por sus tobillos, ella aún vestía su pijama, reforzada su vestimenta con la bata de baño damasco que la protegía del frío.

«¿Tanto frío hace? Yo estoy con esta remera y mis zapatillas de cama nada más», pensó mirando a sus piernas. Pero volvió su vista a las animadas caderas de su madre. Parecía seducida por aquel menear, sin importar que la bata impidiese la revelación de mayores detalles de su fisionomía trasera... Sus nalgas.

—¡Oh, Luna! Pensé que eras Lucy. Me asustaste por unos momentos. ¿Cómo lo pasaste anoche? ¿Hiciste buenas migas con tu amiga Sam?

La sonrisa cómplice de la mujer consiguió que Luna volviese a pisar el suelo después de aquel extraño ensimismamiento. Su respuesta fue una débil mueca que se asemejaba al gesto esgrimido por su madre, aún sin poder corresponder la alegremente cansina mirada de ella.

—De hecho... creo que necesito ayuda... Aún no sé cómo abordarla... Se supone que ella debiese saber quién le escribió la carta...

—Luna, no debes pensar en supuestos cuando quieres estar con alguien. Si ella aún no lo sabe, debe tener sus razones. Todo lo que importa es que si ella puede entender y reciprocar tus sentimientos hacia ella...

—¿Cómo lo hago?

Rita se detuvo unos momentos para reflexionar aquella duda. Luego volvió su mirada a Luna con otra sonrisa, proponiendo:

—Bueno... si quieres un consejo, ¿por qué no lo conversamos mientras me ayudas a lavar estos platos?

---

—...sé que debiera decírselo, pero... ¿qué pasaría si traiciono su confianza? Somos amigas y tendré que decírselo, pero no estoy segura si corresponde mis sentimientos...

—¿Has estado pensando en esto durante todos estos días, no?

—...sí.

La muchacha apilaba la vajilla recién lavada con desgano, dejando que en todas sus palabras se escapase un quejido afligido. La mujer en cambio mantenía su vista en la chica, sonriendo tiernamente.

—¿Sabes qué te podría ayudar, Luna? Flirtea con ella. Así sabrás si el sentimiento es mutuo.

—Puede ser, mum. Pero...

—¿Pero qué, hun? ¿Qué es lo complicado?

La muchacha parecía concentrarse en los platos más que en la conversación. Rita dejó lo que estaba haciendo; su atención recayó en la joven adolescente, quien parecía tambalearse...

Y vomitó en la blusa del pijama de su madre. La resaca había pateado el estómago de la música finalmente.

—¡Ma... mamá! ¡Lo... lo siento! Yo...

—Luna, ¿qué te hemos dicho sobre mezclar alcohol con yerba?

—«Una sustancia a la vez.»

—Luna...

—Lo siento, mamá.

La mujer suspiró. Continuó:

—Luna, entiendo si quisiste... ahogar tus dudas en sustancias... Pero sabes cuánto mal te hace eso...

Luna mantenía sus ojos en sus pies. En ocasiones, revisaba el desastre que había dejado en la blusa de su madre. La mezcla de cerveza, ron, marihuana, perritos calientes y bilis hedían desde la prenda.

—Y solo ayuda a que sigas sin enfrentar esos miedos... ¿Por qué no flirteas con Sam? Seguro que se te ocurre algo y ella lo reciba bien.

—No... no lo sé. ¿Qué... qué podría decirle...?

—¿Qué se te ocurre...? Espera un momento, hun. Necesito quitarme esta pestilencia.

Echó la blusa por la trampilla que lleva la ropa sucia al sótano, quedando su torso cubierto solo por el albornoz y sus sostenes. Cuando volvió, Luna se sintió nuevamente hipnotizada por las curvas de su madre... Aunque esta vez, desde el pecho. Rita no había desarrollado grandes senos. Pero sí estaban relativamente firmes.

—Listo, ahora sí. Dime Luna, ¿qué le dirías a Sam si ella estuviese haciendo algo genial, adorable o... quizás hasta sensual?

Luna levantó la vista, pero el conjunto de formas que su madre hacía en esos momentos no le ayudaba a concentrarse; el delineado escote más la picaresca mueca que adoptó la mujer -coronando la sonrisa una leve mordedura de labios y dedo meñique- le impedían enfocar sus pensamientos en Sam. Sino que toda su atención se aglomeraba en la curvilínea mujer que tenía frente a sí.

Finalmente, inhalando con solemnidad, respondió:

—Mamá, ¿cómo te sentirías si te dijese que tienes más curvas que la interestatal y aún así sería más divertido recorrer las tuyas?

Fin Capítulo Uno.

---

Entrevistas con Rita LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora