Go: Confidencias

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Otra cerveza. Otra furtiva mirada al escote de Rita. Otro suspiro. Otra canción. Otra ensoñada contemplación de Sam. Joder, otra vez se encuentran nuestras miradas. Esa jovencita se ve preciosa con aquel arreglado atuendo.

Jamás la había visto esmeradamente ataviada; su vestido rojo liso contorneaba por todo su tronco, llegándole apenas a dos palmas de las rodillas. Sus hombros blanquecinos contrastaban con su collar de perlas rosadas. Su cabello estaba recogido en un estilizado moño, su flequillo ya no caía en desorden sobre su frente, sino que formaba un pequeño copete, contribuyendo algo de volumen a sus patillas, las que llegaban hasta su cuello.

Cada sonrisa de Sam era pronunciada, sutilmente sofisticada. Mirando a Rita, sus gestos eran más bien vulgares; las cervezas no solo entorpecían su motricidad, sino que también su forma de expresarse era más...

—¡Joder, Sam! ¡Pero qué buena historia! ¡Luna! ¡Luna! ¡No puedo creer que hicieras todo para saber si podían estar juntas...! ¡Es que no puedes...! ¡Jajajajajajaja!

Tan escandalosamente se reía la mujer que no solo las muchachas se sentían incómodas, sino que la postura de Rita era cada vez más laxa e indecorosa. Las piernas estaban extendidas, peligrando la revelación de sus bragas y su cabeza pasaba posada en sus brazos sobre la mesa.

—Sí, fue una linda tarde. A pesar de todos los problemas, la pasé bien. Luna, debo decir que fue una divertida salida. Te ves bien ahora.

—Gra... gracias Sam. Tú... tú también te ves...

Era difícil mantener la vista sobre el rostro de Sam, quien parecía notar estas distracciones, pero no su origen. Imaginaba esos senos hediendo a cerveza y a colonia, ya apenas delineando los trazos del líquido que escurrió mientras la mujer bebía. A pesar de sus esfuerzos, Luna solo podía pensar en aquel turbio deseo de colocar su rostro en el pecho de su madre y quedarse allí hasta la llegada del socialismo...

—...te ves... preciosa...

—¡Hurra! ¡Por fin... se lo dihiste...! ¡Hic! ¡Vaya qué logro, hiha mía...! ¡Salud por eso!

—Aw, gracias mamá... ¡Eh!

En un efusivo gesto por parte de su progenitora, Luna se vio arrastrada hacia sus brazos. Incómoda por varios motivos, intentó separarse de Rita extendiendo sus extremidades hacia el tronco de su madre. Sus manos terminaron por sentir -accidentalmente- los pechos de la mujer, constatando que solo el vestido los cubría. Dejó las tentativas de distanciarse al percatarse de ese detalle.

Sam no parecía ni incómoda ni contrariada por la escena ocurrida ante sus ojos; más bien lo contrario. La sonrisa que dirigió a madre e hija fue acompañada por una breve carcajada. Luego se decidió a ayudar a su compañera, quien extendiéndole a ciegas el brazo que tenía libre terminó por palpar el pecho de la muchacha.

Tampoco llevaba sostén, lo cual gatilló una bola de nieve inconsciente que solo le aplastaría cuando estuviese compartiendo un cuarto con su enamorada y su propia madre horas más tarde.

Cuando Luna consiguió separarse de Rita, casi cae de su silla, aterrizando sobre Sam antes de tocar el piso. Sus caras estuvieron a centímetros de unirse en un ósculo, aunque el nerviosismo de la música y el aparente desconocimiento de las intenciones que abordaba hacia su compañera por parte de la muchacha del vestido impidieron tal cosa.

Rita solo podía mirar la escena con satisfacción. Pero el fastidio y su eventual expresión beoda de este empezaron a minar su mueca, la cual se rectificaba lentamente. Habiéndose pedido otra ronda para las muchachas y ella a la camarera, gesticuló a Luna para susurrarle al oído:

—Voy al tocador. Júntate conmigo en cinco minutos, honey.

Luna tenía la impresión que Rita le mordería el lóbulo de la oreja juguetonamente después de la última palabra. La mujer apenas pudo levantarse de su silla y tambaleó un poco antes de recomponer su compostura.

Entrevistas con Rita LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora