VII. Tiempos londinenses

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Las nubes rodaron y el sol de la tarde mañana hizo visible toda la ciudad. Estaba la central eléctrica Battersea, irguiéndose orgullosa con sus cuatro chimeneas aún intactas, incluso aunque una gran parte de su techo se hubiera desgastado mucho tiempo atrás. Detrás, aparecía el Parque Battersea como un cuadrado de densos y verdes arbustos y árboles que hacían una última resistencia, luchando contra la extensión urbana. A la gran distancia la Rueda del Milenio posaba como una fabulosa moneda de plata, balanceándose sin esfuerzo sobre su base. Y todo Londres se agachaba a su alrededor; gasolineras, apartamentos, interminables filas de tiendas y casas, carreteras, vías de ferrocarriles y puentes se expandían en ambas direcciones, separados solo por la brillante ruptura en el paisaje que era el río Thames.

Anastazya, Natasha y Wanda solo estaban a mitad de sus vacaciones en Londres, y no estaban cien por ciento seguras de que quisieran volver a los Estados Unidos. En especial para Ana, era glorioso. Era una adulta respetada en Londres, la gente sabía quién era ella y la dejaban en paz. Podía beber cuanto quisiera, y nadie batía una pestaña ni intentaba referirla con un terapeuta por su alcoholismo. Podía hacer todo lo que quisiera.

Compraron como locas durante la tarde, e hicieron algo de turismo. Las noches siempre las pasaban en el pub, y las mañanas después las pasaban con agua y Tylenol, tratando sus pulsantes dolores de cabezas y estómagos revueltos.

Ana sabía que le prometió a Pietro pensar en lo que sus sentimientos significaban para ella, pero no podía presionarse, en especial cuando estaba borracha. Ana no era la típica ebria sentimental, era el tipo de ebria que no sabía que lo estaba hasta que casi se ahogaba en su propio vómito. La ebria insensible. Se encontraba haciéndolo demasiado. Pero no importaba. Ana había pasado por una justa cantidad de trauma últimamente, y el alcohol la ayudaba a callar los incesantes quejidos de la Gema Mente, y a evitar que sus propios pensamientos tomasen el control.

Se encontró pensando en Pietro de vez en cuando, y pensaba en estar con él, en lo bueno que sería. Qué simple. Él gustaba de ella, ella lo amaba. Sería fácil estar con Pietro, tanto como respirar.

Pero, usualmente, una vez que se iba por ese camino, se tomaba otro chupito y se olvidaba por completo de toda la situación. Estuvo borracha el setenta y cinco por ciento del viaje.

No ayudaba que también estuviera pasada de tragos cuando les tendieron una emboscada la primera vez.

El hotel Hubermann era un viejo edificio que de alguna manera logró hacer su camino a codazos entre un almacén y un bloque de apartamentos. Tenía solo cinco dormitorios, apiñados uno encima de otro como una casa de naipes, cada uno con una vista del río Thames. El mercado de flores estaba a una pequeña caminata de distancia, e incluso de noche el aire olía dulce. Tony y Natasha lo habían escogido porque era pequeño y estaba apartado. No querían gastar un montón de dinero en un hotel ostentoso. Aunque a Tony no le importaba, Natasha quería dedicar la mayoría de los fondos del viaje a las salidas. No planeaban pasar mucho tiempo en el hotel, pero ese día lo hicieron.

Natasha rara vez se enfermaba. La mujer sobrellevaba el alcohol bastante bien, lo más que podría sufrir era una migraña. Era excelente ganando tiempo, siendo paciente. El estrés tampoco la enfermaba. Era cuidadosa.

Lo que sí la enfermó, sin embargo, fue la comida que las chicas habían consumido el día anterior. Las críticas en Great Yelp no significaban nada si tu carne intoxicaba a los clientes. Natasha podía manejar el alcohol bastante bien, pero, para su mala suerte, no el vómito. La mantuvo incapacitada todo el día.

El primer intruso irrumpió por la ventana.

Sucedió demasiado rápido.

Anastazya regresó a la sobriedad de inmediato y dejó salir un chillido de terror, tomando a Wanda por la capucha de su chaqueta y arrastrándola lejos del cristal que estaba volando, rodando fuera de la cama. Natasha salió corriendo del baño, donde había estado agachada frente al inodoro por las últimas dos horas, teniendo solo arcadas debido a la falta de comida en todo el día.

Se abalanzó hacia adelante, tomando al intruso por la muñeca, retorciendo su brazo y quitándole la pistola de su agarre, desarmándolo. Los siguientes dos intrusos entraron por la puerta principal, y Ana y Wanda se pusieron de pie. Wanda disparó con sus manos un aura roja que emanaba de las yemas de sus dedos. La energía absorbió el estante junto a la puerta, lo inclinó y aplastó al primer hombre con este.

«¡No dejes que nos atrapen!», exclamó la Gema Mente, confundiendo el cerebro ya intoxicado de Ana.

Ana se estiró para tomar la botella de agua medio vacía de la mesita de noche, destapándola y disparando un caño de agua hacia el segundo hombre; el corazón se le cayó cuando el chorro azotó el suelo con un salpicón antes de que pudiese siquiera acerarse.

«¡Te dije que tus poderes estaban débiles!», le gritó la Gema Mente en la cabeza, haciendo que sus orejas sonaran.

El hombre apuntó el gran arma de su mano hacia Ana. Apretó el gatillo, y una red cargada de energía se disparó en su dirección, atrapándola debajo de esta, quemando su cuerpo con su electricidad.

Era más que solo un cosquilleo que recorría por debajo de su piel. No, era como si alguien hubiera atado un cable pelado a cada uno de sus nervios, y su cuerpo convulsionaba mientras la violenta corriente de electricidad la atravesaba. Ana dejó salir un alarido de dolor en cuanto la electricidad se infiltró en su sistema, un sonido que se sintonizó en la frecuencia perfecta para poner a Natasha en acción.

Corrió hacia el hombre, desarmada, mientras Wanda luchaba por desenredar la red del cuerpo inconsciente de Anastazya. El hombre fue más rápido que sus perezosos ataques, evitándolos con facilidad. Jadeó de dolor cuando el tipo la golpeó en el pecho antes de patearla hacia atrás y que cayera sobre su trasero.

Una repentina oleada de dolor recorrió el cuerpo de Natasha. Le dolía el estómago, sus brazos perdieron tensión y sus piernas comenzaron a debilitarse. Los medicamentos habían debilitado sus sentidos, volviéndola lánguida y soñolienta. Su lengua se empapó con el sabor de la sangre. Magullada y sin aliento, con su estómago agonizando, Natasha tomó el pie del intruso y lo tiró al suelo. Con su cabeza palpitando, dirigió un puño al rostro del sujeto, golpeando su nariz de manera grotesca. Lo levantó desde su posición.

-¿Para quién trabajas? -exigió, apretando su agarre-. ¡¿Por qué vinieron aquí?!

-M-Me contrató una organización. ¡M-Mis hombres y yo somos m-mercenarios! ¡Joder! ¡Solo vinimos para conseguir una estúpida Gema Mente, eso es todo!

-¡No tenemos la Gema Mente! -escupió Natasha.

-Estos putos lentes me dicen lo contrario -replicó el hombre, con sangre goteando de su nariz. Natasha le arrebató los lentes del rostro, poniéndoselos. Su mirada se movió alrededor del dormitorio, deteniéndose cuando vio el cuerpo inerte de Ana iluminándose en millones de colores. Radiactiva. El mecanismo seleccionador de los lentes se enfocó, y unas pequeñas palabras aparecieron junto a su figura.

Objetivo confirmado. Gema Mente Descapacitada.

Los ojos de Natasha se agrandaron mientras negaba con la cabeza en incredulidad.

-No puede ser.

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¡Hola!

Menudo capítulo, ¿verdad? ¿Qué opinan? A mí me gustó, un poquito de lucha en Inglaterra nunca viene mal.

¿Por fin todos se enterarán de la Gema Mente? ¿Qué creen que harían los Vengadores al respecto?

Déjenme sus comentarios, ¡nos leemos pronto!

P. D. ¿Qué les parece la nueva portada? Ya era hora de ponerla para que combinara con Ascendancy e.e

Supremacy | Pietro MaximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora