X. Corazón de león

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«El amor no es un concepto para ovejas, porque las ovejas huyen ante la primera señal de peligro: es un concepto para los leones, así que sé valiente, mi amor, y mira que estoy aquí.»

El Bus era fascinante, Pietro debía admitir. La curiosidad se asentó con rapidez. Quería correr por ahí, explorar cada rincón y cada grieta, presionar todos los botones rojos que pudiera encontrar, pero esa fue la primera regla que impuso Phil Coulson, solo para él. Nada de poderes en el Bus a menos que fuera permitido. En especial, no correr en el Bus. La segunda era no presionar ningún botón.

Les presentaron —a él, Wanda y Anastazya— a algunos miembros del equipo de S.H.I.E.L.D. que estarían acogiéndolos hasta que arreglaran los poderes de Ana. Pietro ya había conocido a Fitzsimmons y a Phil, de la última vez que se encontraron para salvar a los Vengadores, pero se sorprendió al ver a otros seis desconocidos. Tres hembras. Dos mujeres, llamadas May y Bobbi. Ambas vestían trajes negros similares a los que Natasha y Anastazya usaban. Bobbi era amigable, May no.

Y luego estaba una chica más joven, llamada Skye, la cual a Pietro le recordaba a Ana en demasiadas formas. Después seguía Mack, quien solo saludó al equipo con un asentimiento ante de regresar a su trabajo. Tripp y Hunter eran más agradables, muchísimo más carismáticos; pero tras minutos de una pequeña charla, también tuvieron que regresar al trabajo. Dejaron que Pietro, Wanda y Anastazya fueran escoltados hacia su cuarto, el cual —como costumbre— debían compartir.

Y cuando Wanda se fue para «hablar con Phil», Pietro supo que era para que Ana y él pudieran hablar a solas. Pero, por los primeros treinta minutos que estuvieron solos, Anastazya no dijo nada. Estaba en completo silencio, ni su respiración hacía ruido.

El silencio era terrible. Sofocante. Quería que le dijera lo que ella quisiera decirle, sin importar qué fuera. Si era bueno, Pietro quería que fuera lo mejor posible. Si era malo, solo quería saber.

—¿Todavía tenemos que hablar, Ana? —Pietro soltó por fin, sonando sin aliento a pesar de estar sentado allí.

Ana, de manera lenta, se sentó, tomando una profunda respiración antes de exhalar ruidosamente. Se movió de forma que tenía la espalda contra la pared, enroscándose. Pietro ansiaba sentarse a su lado, sostener sus manos y besarle la frente. Pero tenía la sensación de que era algo que ella necesitaba decirle sola, sin su ayuda.

—Sí —murmuró,  asintiendo. Se pasó una mano por el rostro—. Dios mío, odio tanto esto —masculló con voz temblorosa.

La observó de manera tentativa mientras ella apretaba y aflojaba los puños. Él intentó no dar golpecitos con el pie o cruzarse de brazos, quería ser paciente por ella.

—Mira —Comenzó—, lamento haberte ocultado lo de la Gema Mente. Estaba muy asustada, y lo siento. No quiero esconderte cosas ni a ti ni a nadie. Quiero que la verdad siempre esté presente, por eso necesitaba decirte algo.

Ahora Pietro era el asustado.

—Necesito decirte que... —Ana se detuvo y tragó fuerte, apretando las sábanas de la cama en la que estaba sentada—. Te quiero. Te quiero, y no sé cuándo comenzó, ni cuando o si acabará. Pero te quiero. Y no en la forma en la que quiero a Steve, o Wanda, o Natasha, o Bruce. Te quiero de una manera que antes no había sentido y estoy aterrada por eso. Me aterra la forma en que me haces sentir, y que siempre quiero estar cerca de ti. Me aterra lo mucho que me importa lo que pienses de mí. Me aterra que tus ojos me hacen sentir que estoy en mi hogar. Me aterra cómo me miras y la forma en que me tocas y enciende en fuego mi piel, y hace que mi corazón lata tan rápido que podría explotar. Y me aterra que no puedas corresponder a estos sentimientos. Pero, más que todo, me aterra pensar en perderte.

—Oh, Ana...

—¡No! —le gritó a Pietro, haciendo que cerrara la boca—. Déjame terminar mientras todavía tenga el coraje de decir lo que quiero decir. Porque te quiero, y porque me asusta tanto perderte, sé que no puedo estar contigo. Incluso si es más de lo que puedo soñar, ya no estoy a salvo, Pietro, nunca he sido una persona segura con la que se pueda estar. Y sé que lo sabes. Sé cuánto dolor te he hecho sentir cuando pensaste que estaba muerta, y lo muy asustado que estás de perderme. Que te enojas cada vez que intento arriesgar mi vida por salvar la de alguien más, y lo herido que estás cuando te guardo secretos. Pero es inevitable. Algún día, tal vez pronto, voy a morir. O saldré lastimada. O me sentiré obligada a ocultarte cosas. O voy a intentar arriesgar mi vida para salvar la de otra persona, y voy a herir a todos los que sean cercanos a mí. El peligro es una parte de lo que soy, y siempre lo será. Y no permitiré que te autodestruyas solo porque yo lo hago.

El corazón de Pietro golpeó fuerte en su pecho dolorido. Se puso de pie lentamente, ignorando los fuertes crujidos de sus articulaciones por haber estado sentado demasiado tiempo.

—Me has confundido con un hombre que huirá cuando las cosas se pongan peligrosas. —Pietro rió entre dientes—. Pero no lo haré.

Pietro se sentó en la pequeña cama, acercándose a Anastazya. Colocó una mano en su mejilla, sosteniendo su rostro para que ella no pudiera apartar la mirada.

—No me importa lo peligrosa que creas que eres. No te tengo miedo, ni a lo que pueda pasar cuando esté contigo. Siempre serás la Anastazya que conocí aquel invierno en Sokovia. Siempre serás la Anastazya que salvó la vida de mi hermana y la mía, a pesar del hecho de que te habíamos torturado el día anterior. Siempre serás la Anastazya de la que me enamoré durante la ventisca. Y si clamas que siempre has sido así de peligrosa, entonces ya he experimentado varias veces para saber en lo que me estoy involucrando. No puedes decirme que no puedo estar contigo, porque te quiero. Y porque te quiero, estaré contigo. Me niego a dejarte lidiar contigo misma por tu cuenta. Salvaré tu vida, todas las veces que yo quiera. Estaré ahí para ahuyentar tus pesadillas. Estaré ahí para callar las voces en tu cabeza. Estaré ahí, incluso cuando te enfades y te pongas terca.  Estaré ahí, incluso cuando yo me enfade y me ponga terco. Y voy a estar ahí mismo, cuando te autodestruyas, sosteniendo tu mano, sin miedo. Nunca te dejaré.

Pietro observó mientras las lágrimas corrían por el rostro de Ana. De todas las veces que la había visto llorar, esta fue la única que pudo soportar ver. Sus lágrimas eran una señal. Ella entendía. Lo escuchaba.

—¿Qué hice para merecer a alguien como tú? —dijo con voz ahogada, rodeándolo con sus brazos. Él envolvió su pequeña y temblorosa figura, con el corazón dando vuelos.

Cuando se separaron, sus rostros estuvieron solo a centímetros de distancia. Y Pietro se dio cuenta de que, porque Ana lo amaba, y él la amaba a ella, podría hacer lo que más soñaba hacer desde el momento que la conoció.

Pietro presionó sus labios contra los de ella, encendiendo en fuego el cerebro de Ana. El beso borró de su mente cualquier cosa con coherencia. Ningún pensamiento era inteligible a excepción de «Él es mío. Él es mío. Es todo mío». Ana había leído tanto acerca de que los primeros besos se sentían como fuegos artificiales, pero los fuegos artificiales ni se acercaban a describir el ardiente destello de calidez.

La única cosa peligrosa acerca de Ana en ese momento era la habilidad de hacer que el corazón de Pietro se saltara los latidos, sacándolo de su ritmo usual. Hacer que sus pulmones dolieran por aire. Se suspendió el modo usual de Pietro de correr de un lado al otro, no deseaba que el beso llegara a su fin. En momentos la suave caricia se volvió más firme, él saboreó sus labios y la acelerada respiración de ella que combinaba con la suya. Un beso como este era un inicio, una promesa de muchos más por venir.

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¡Hola! Por fin ha llegado el momento #Panastazya, ah. ¿Qué les pareció?  Yo morí y volví a la vida con tanto amor... Y sufrí veinte infartos.

¿Y ustedes? Déjenme un comentario ❤

Espero que les haya gustado el cap, mis amores. Nos leemos en dos semanas, como costumbre.

xoxo

Supremacy | Pietro MaximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora