La libertad y la oscuridad

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Todo estaba en orden dentro de la cabaña, a no ser por las marcas de arañazos en el pavimento, cerca de la puerta. Henry observó aquello con mucho miedo mientras Emma lo conducía hacia dentro. Se sentó en la cama con la rubia a su lado. Ella tenía una expresión seria, pero no parecía preocupada. Sonrió y pasó la mano por la espalda del "chico", como le gustaba llamarlo.

-Tengo que contarte una larga historia y te pido que prestes mucha atención- comenzó –Por favor, quiero que entiendas que no corres peligro ninguno aquí y te puedo garantizar que este es el lugar más seguro que conozco.

-El lobo salió de aquí...- intentó interrumpirla, pero Emma levantó la mano para que dejara de hablar

-Solo escúchame, por favor...¿Recuerdas lo que te dije sobre el convento de Albiano y que Regina y yo habíamos salido de ahí?- él asintió con la cabeza –Pues bien, hace algo más de tres años yo entré en aquel convento como novicia, pues mis padres querían darle a Dios como regalo una hija. Venimos de lejos, de una aldea al sur de Roma y cuando llegué a Albiano fui entregada a un abad llamado Rumple. Durante aquel período en el convento no había madre superiora, estaban esperando a una o a que a alguna de las hermanas fuera nombrada como tal por el abad. Regina era la hermana que más condiciones reunía para tal puesto. Mis padres no quisieron darle mucha atención a esas cosas y apenas me dejaron allí, regresaron a casa, yo me quedé un poco perdida al comienzo, pero Regina siempre se mostró muy atenta con todas nosotras.

Ya a estas alturas, Henry se había recostado sobre las almohadas y no apartaba los ojos ni un segundo de Emma. Le contó que el abad era el único hombre que vivía en el convento, realizaba todas las celebraciones y daba las instrucciones de las tareas y al final del día se reunía con Regina para instruirla...Tenía la certeza de que ella sería la Madre, y en poco tiempo probablemente. Tras dos o tres semanas, Emma comenzó a percibir que el abad estaba muy próximo y la trataba de forma diferente a las otras novicias, es más, sentía que no tenía la rutina de una novicia, pues siempre se las ingeniaba para que ella se quedara con la única responsabilidad de atenderlo a él. Buscó a Regina en varias ocasiones para relatarle el extraño comportamiento del abad y ella, poco a poco, también comenzó a ver la diferencia.

-Regina y yo nos hicimos muy próximas. Cuando el abad mandaba que yo fuera a sus aposentos, ella rebatía la orden diciendo que yo ya estaba ocupada con otra cosa. Aquel hombre tenía una mirada aguda que me causaba escalofríos...Casi todas las noches Regina comprobaba si yo estaba bien o me alertaba sobre el día siguiente pasando por mi celda...Ah, Henry- ella suspiró –todo sucedió tan naturalmente que desde el comienzo no vi pecado alguno...- ella lo miró algo avergonzada, pero continuó –Regina y yo nos enamoramos, Henry. Al principio nos asustamos, pues no era correcto que eso pasara entre dos monjas...¡Entre dos mujeres! Pero nos enamoramos tanto y del tal forma que la rutina dentro del convento nos sofocaba, los ojos penetrantes del abad nos aterrorizaba. Parecía que él notaba nuestra relación. Regina es el amor de mi vida y le entregué mi alma a ella. Sé que ella también siente lo mismo por mí...El abad lo notaba, pero mantenía su rigurosidad con Regina siempre atribuyéndole funciones de mando, conmigo el tratamiento empezó a hacerse más enfermizo. Comprobaba que Regina estaba ocupada y mandaba a otra monja de su confianza para que me buscara, aunque yo estuviera ocupada...- Emma se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro como si estuviera afligida.

-No tiene que continuar si no quiere...- notó la angustia en sus movimientos.

-Pero tengo que hacerlo, por favor...-ella siguió de pie y continuó con su relato –Regina y yo decidimos que le seguiríamos el juego para entender lo que quería de mí. Al comienzo pensábamos que el abad sentía cierto deseo por mí, cosa que también sería un pecado tremendo...Pero una noche, tras la celebración, él pidió que lo acompañara a una sala a la que se accedía solo a través de sus aposentos. Cuando entré, vi el altar, pero no vi ningún crucifijo en la pared o en ningún otro lugar, no encontré ni una huella que dijera que aquel sitio era cristiano. Solo vi algunos libros de tapa oscura sobre una mesa y los candelabros eran de metal negro. Sobre el altar, noté un pequeño amuleto, una medalla oscura y cuando me acerqué, no pude leer lo que ponía, estaba en latín.

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