El importante objeto

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Henry observaba a la mujer caminar de aquí para allá. No era muy alta, cabellos negros y ojos castaños. Tenía una cicatriz en el labio superior y un semblante siempre preocupado, como si tuviera la responsabilidad de dejar el sitio siempre arreglado. Preparó el caballo, colocó dos cestos sobre él y los llenó con algunas verduras y manzanas- quizás consiguiera cambiar estas por algún otro alimento o cualquier otra cosa que necesitara. El muchacho la acompañó a la parte de atrás de la cabaña y fue entonces cuando vio los rebosantes manzanos. Había cuatro o cinco y todos repletos de manzanas rojas, grandes, parecían suculentas.

-Puedes probar, si quieres, tenemos muchas- sonrió la mujer

-Señora, aún no sé su nombre- dijo él caminando hasta uno de los manzanos. Cogió una de las frutas que estaba a su alcance.

-Es Regina- percibió que otra pregunta vendría, pero se adelantó- Vamos pronto al pueblo antes de que se haga más tarde. Es un largo camino- él salió apresado con la manzana en la mano ya por la mitad y ella iba delante arrastrando a Eclipse por las riendas. Le dio al muchacho una capa pesada con una capucha muy parecida a la que ella usaba y partieron hacia la aldea.

Durante todo el camino, Regina quiso saber de dónde era Henry y por qué estaba vagando, perdido, por aquella región. El muchacho le dijo que no recordaba a sus padres, pues desde que tenía uso de razón, vagaba por los caminos y senderos de las aldeas. Siempre estaba viajando y conseguía comida y reposo a cambio de trabajo, así que conocía toda aquella región desde Roma a Trento, no muy lejos de allí, pero era la mayor y la más cercana que Regina conocía. El trayecto hasta la aldea era bonito, con el césped verde a ambos lados y el bosque cerrado que, cada cierto tiempo, se extendía hasta el borde del camino proyectando las grandes sombras de los árboles por el camino. En un determinado punto, a la derecha, una rocosa ladera ascendí abrupta sobre los campos y, bien en lo alto, una construcción de piedra se erguía y, por los cálculos de Henry, estaba lejos de ellos, pero podría ser notada desde una gran distancia en cualquier dirección.

-¿Qué es aquello?- quiso saber, pues era la primera vez que pasaba por allí durante el día y no había percibido antes aquella construcción. Regina miró seria hacia lo alto y luego bajó la mirada fijándolos en el camino.

-Aquello es el infierno, Henry.

Algunos metros más adelante se tropezaron con otra cabaña, al borde del camino, y Regina caminó hacia ella arrastrando a Eclipse. Lo amarró cerca y cogió un pequeño cántaro de dentro de uno de los cestos que llevaba sobre el caballo. Caminó hacia la puerta y llamó. No pasó mucho tiempo y una mujer abrió. Era bonita, tenía los cabellos castaños con mechas rojas, ojos vivaces y usaba una gran capa roja.

-¡Regina!- saludó mirando desconfiada a Henry –Dorothy separó la leche- cogió el cántaro de las manos de Regina y entró en la cabaña, pero la puerta quedó abierta. Henry observó que era muy parecida a la cabaña de Regina, sin embargo, con más muebles y cosas colgadas de los cabrios del tejado que parecían cuerdas, cuero, cadenas- parecía que alguien que vivía allí le gustaba cazar animales de gran talla, pues había una cabeza de ciervo colgada en la pared enfrente a la puerta y percibió algunas pieles estiradas en la cerca al lado de la cabaña.

-¿Eres curioso, eh?- Regina rio al ver que el muchacho estaba a punto de entrar en la casa para ver lo que había más allá de lo que el vano de la puerta le dejaba ver. Enseguida la mujer volvió y le entregó el cántaro lleno de leche –Gracias, Ruby, dile a Dorothy que haga lo de costumbre.

Se despidieron. Los dos caminantes volvieron al sendero después de colocar la leche con seguridad dentro del cesto. Eclipse era un caballo grande y negro, que, a pesar de su tamaño, era dócil y la dueña contaba con él para esa tarea. Henry pasó la mano por su lomo y el caballo bufó balanceando la crin.

La libertad y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora