Un monje, un plan y dos lobos

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El día amaneció perezoso al igual que Henry, que se giraba en la estera sobre aquel suelo duro. El monje estaba de pie observando dormir al muchacho. Parecía que su cabeza le pesaba más que todo su cuerpo y le dolía la espalda por haberse dejado dormir en el duro banco de madera. Podría ser peor, quizás si hubiera tenido que pasar la noche al borde del camino o apoyado en un árbol, calentándose como pudiera. Se encaminó hacia el fogón, buscando algo caliente y, preferentemente, amargo, para beber y sacarse el regusto del ron. El ron. Su estómago se revolvió al recordar cuánto había bebido. Encontró un poco de café, estaba caliente y, con suerte, estaría bastante amargo. Caminó hacia la ventana que daba hacia el huerto de la casa y se quedó admirando lo bien organizado que estaba todo y lo frondoso que estaban los canteros, sonrió al ver los manzanos y pensó que una tarta de aquella fruta sería providencial para acabar con la resaca mañanera. El burro estaba allí, masticando, junto a un gran caballo negro.

- ¿Qué está sucediendo aquí?- la voz grave y firme que sonó atrás del monje hizo que su cuerpo temblase y dejó caer la taza -¿Quién es usted?- Regina avanzó hacia él y cuando se detuvo miró por todos lados hasta ver que Henry se despertaba con sus gritos, entonces recordó que Emma no había escrito nada la noche anterior y, probablemente, no pudo hacerlo antes de amanecer.

- Calmaos, señora...- el monje intentó decir algo, pero la mujer no le dio tiempo a explicarse

- ¡Henry!- no apartaba los ojos de Killian -¿Me puedes decir que es esto?

- Calma, tía...- cuando la llamó así, Regina desorbitó los ojos, sin entender absolutamente nada –Este es el monje Killian, y ha pasado la noche con nosotros...- ella volvió a centrarse en el hombre, mirándolo de arriba abajo, aún seria y confusa –Mamá ha ido al pueblo y solo volverá al atardecer...- Henry hablaba calmadamente -¿Cómo fue el viaje?- él quería insistir en la historia que le había contado al monje la noche anterior y temía que Regina echara todo a perder.

- ¡Fue bien, querido!- ella sonrió de repente a Killian –Bueno días, hermano...- se encogió de hombros -¡Sed bienvenido!- cogió una vara para atizar las brasas de la chimenea y se giró hacia Henry –Querido, tenemos que cortar leña, ¿no?- él asintió y se dio prisa en desayunar para comenzar con el trabajo de aquella mañana.

El monje observó la manera que Regina tenía de moverse por la casa y el modo en como trataba a Henry. Dudó por un momento que aquella escena familiar fuera real, al igual que toda la historia que le contaron la noche anterior. Siguió tomando su café y después salió. Regina ponía la cabaña en orden y desde fuera la escucharon refunfuñar sobre el fuerte olor a bebida que impregnaba las mantas que estaban en el banco.

- Tu tía es nerviosa- rió ante Henry que organizaba los pedazos de madera para ser cortados -¿No está casada?

- No, señor- dijo Henry secamente sin parar sus tareas.

- Bueno- suspiró Killian –Creo que voy a preparar mi montura para partir- al ver a la morena parada en la puerta de la cabaña preguntó -¿Sabríais decirme cuánto me queda para llegar al convento de Albiano? –ella desorbitó los ojos de nuevo y Henry dejó lo que estaba haciendo poniendo la atención en ella. El monje percibió la incomodidad de ambos al escuchar el nombre del convento –Disculpad, hija mía, ¿he dicho algo malo?- Henry comenzó de nuevo a cortar madera.

- No...- ella titubeó –Quiero decir...Os queda medio día más de viaje- al escuchar aquello, el monje sonrió y batió palmas.

- ¡Mis dolores musculares verán su fin al atardecer!- caminó hasta Regina –Necesito que le agradezcáis a vuestra hermana por el hospedaje, señora...- percibió que él esperaba que le dijera su nombre y Regina se perturbó un poco más.

La libertad y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora