La pequeña cabaña

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Hola gente, aquí estamos una vez más. Sé que estoy traduciendo un fic portugués, y que debería traducir otro de otra lengua, pero he perdido permisos y todavía no me han contestado, así que empezaré este otro fic del que ya tenía el permiso hace tiempo.

Se trata del fic titulado A liberdade e a escuridao, de Giuliacci. Creo que ya lo dije en algún sitio. Es la adaptación swanqueen de la película de los ochenta Lady Halcón (así es el título en español) protagonizada por Michelle Pfeiffer. No voy a poner sinopsis porque supongo que las lectoras de mi edad o mayores, que no sé si tengo (yo tengo 40) han visto esa película. A las de menos edad, les aconsejo que la vean, o bueno, lean primero el fic y después si quieren, busquen la peli.

Espero que os guste. El fic es cortó, tiene unos 15 capítulo, y tiene un spin-off, que de momento no está acabado.



Las noches han sido muy frías en las últimas semanas y la vida en aquella región no era fácil. Los impuestos aumentaban, la cosecha no siempre era suficiente para suplir las necesidades y el comercio comenzaba a debilitarse. Era mejor criar algunas gallinas, intentar cultivar algunas verduras y frutas detrás de la cabaña y tener cuidado para que el caballo no sufriera ningún accidente o cayera enfermo, pues era el único modo de llegar a cualquier parte. Hacía diez días había estado en el pueblo, pero no había conseguido mucho, solo un puñado de harina, un pequeño saco de grano y parte de una piel de oso para poner en la cama. Tenía aún que limpiar el horno de barro que estaba junto a la casa, pues podría hacer algunos panes, conseguiría harina, sus gallinas daban poco, pero ayudaban y la leche la podía conseguir en la cabaña más cercana donde vivían una pareja de campesinos, pero aún así era lejos y lo tendría que hacer la próxima vez que bajara al pueblo.

La neblina aún estaba baja cuando comenzó a coger madera para la chimenea, tenía que colocarla dentro de la cabaña o el rocío de la mañana la dejaría húmeda e inservible. Allí dentro, una modesta cabaña que no tenía muchos atractivos. Una cama de madera cubierta con paja y repleta de pieles estaba pegada a una pared y a su lado, una mesa con una silla vieja donde se podía ver una vela por la mitad, al lado algunos papeles, pluma y tinta. Un fogón hecho de piedra aún mantenía un poco el calor y sobre él dos pequeños cazos donde había una sopa de la noche anterior y un poco de té verde. La chimenea también mantenía el calor de toda una madrugada encendida.

Necesitaba también agua dentro de la cabaña y cuando iba a coger un poco de allí cerca, escuchó un batir de alas y miró hacia arriba. Allí estaba ella en la paja del tejado de la cabaña.

-¿Hoy el sol está tardando, no?- sonrió hacia la magnífica ave que se posicionaba de forma imponente como si observara todos sus pasos por los alrededores. Un águila real de plumas marrones con reflejos dorados se quedaba ahí toda la mañana. Siempre era así, todos los días, una era la compañía de la otra, cuidando la cabaña todo el tiempo para mantenerla caliente las noches de invierno y cultivar lo que era necesario en el verano. Durante tres largos años era esa la rutina de aquel lugar. De vez en cuando sobrevolaba el claro donde se erigía la cabaña, pero la mayor parte del tiempo se quedaba al acecho o la acompañaba en sus visitas a la aldea.

En ese día, estaba ansiosa de que llegara la hora del almuerzo para saborear aquella sopa que estaba en el fogón. No le iba importar hacer otra cosa, pues pretendía ir a cazar por la tarde. Sí, quizás un conejo o incluso una perdiz, si había suerte. Tenía algunas hierbas que podría usar como condimento y dejar aún más sabrosa la cena. Con ese pensamiento, iba arrastrando su gastado vestido gris por el suelo de la cabaña para terminar su trabajo a tiempo de conseguir lo que quería: una buena pieza de caza para cenar. Ya tenía suficiente madera para aquella noche. Miró hacia un gran crucifijo de madera colgado en la pared de la cabaña y sonrió como si diera las gracias. Cogió el cubo y se dirigió al pozo a coger más agua para llenar los cántaros y dejaría agua caliente en el fogón más tarde. De hecho, mucho trabajo para apenas una mujer que no mostraba mucha destreza con hachas o bestias, mucho menos espadas. Vivir allí, sola, probablemente era algo difícil y peligroso. Quien la viera trabajando durante todo el día podría jurar que su despreocupación era más fuerte que cualquier otra cosa.

La libertad y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora