Capítulo 2: Yo no soy gay

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Y tal como había ocurrido consecutivamente durante dos semanas de clases, justo cuando el reloj de pulsera de León, marcaba las 20:30 horas y el profesor hacía un recreo de cinco minutos para que los estudiantes pudieran despejar un poco la mente, ingresó al aula él, ese chico de ojos extraños, de ojos de... no sabía cómo describirlos, pero eran realmente hermosos, con esa sonrisa que no se sabía si ocultaba amistad, maldad, o picardía, lo único que estaba claro es que sí, algo ocultaba. Al verlo cruzar la puerta, León sintió un cosquilleo correr desde las plantas de sus pies, deteniéndose especialmente en su estómago, pasando por su pecho acelerando el corazón y continuando su recorrido hasta el último de sus cabellos. Disimuló lo más que pudo; nadie se dio cuenta de lo que pasaba por su interior en ese momento, pero hay algo que no podía lograr desde el primer día: dejar de clavarle la vista continuamente a su extraño compañero.

Hoy, Christopher se veía más atractivo que nunca. Llevaba una campera negra de cuero, con el cierre un poco abierto, que dejaba ver una remera blanca y su típico dije que parecía ser de plata; era un corazón pequeño con una amatista incrustada en el centro. Este collar llamaba la atención de las personas, porque bueno... que un chico lleve un corazoncito en su cuello, es algo raro; sin embargo, le quedaba muy bonito, ya que esa piedra preciosa era del mismo color que sus ojos. Tenía pantalones de jean muy ajustados y unos zapatos muy bien lustrados, en los que se reflejaba su pálido rostro. Siempre cargaba en su espalda una mochila algo pequeña, color violeta oscuro; su brazo izquierdo sostenía una sola de las correas, la otra quedaba ahí, inútil, balanceándose con el compás de sus pasos al caminar.

Como de costumbre, después de caminar por ese pasillo que se formaba con el espacio entre las mesas de los alumnos, llegó hasta su lugar de siempre y se sentó. Luego volteó, conectó su mirada violácea con los ojos color miel, casi anaranjados de León, y ambos intercambiaron sonrisas. El rubio al ver sonreír a Christopher, con esa boca tan hermosa, esos labios más bellos que los de una mujer, de ese color rojo sangre tan intenso, que contrastaba con el blanco de sus perfectos dientes; no podía evitar imitarlo. Lo que no entendía era porqué el pelinegro lo hacía. "Quizás yo le caigo bien, a pesar de que nunca hablamos." pensaba.

El resto de las horas, León las pasaba de la misma forma. Mirando continuamente al chico que tenía enfrente. Aunque solo veía su espalda y su cabello renegrido, tan brillante como los zapatos que llevaba puestos hoy. Nunca se cansaba de mirarlo. Simplemente admiraba tenerlo cerca y disfrutaba su presencia. No le importaba más nada. Christopher parecía no darse cuenta de que era incesablemente vigilado durante todas sus clases; o tal vez sí, y lo disimulaba muy bien. Es que una persona normal, cuando es observado fijamente por determinado tiempo, lógicamente y por simple acto de reflejo, voltea para hacer contacto con la mirada que lo está acechando. Pero ahí estaba, porque acabo de decir "Una persona normal", y Christopher, de normal... no tenía nada.

El rizado apartó la mirada de su punto de atracción para volver a ver su reloj, en el cual decía "23:15". Sólo faltaban 15 minutos para que termine la clase, todos los alumnos esperaban con ansias el final de ésta, para volver a sus casas o poder salir con amigos, ya que era viernes. Todos, menos uno: León. Él lo veía desde otro punto de vista. Sólo le quedaban 15 minutos para poder seguir viendo a Christopher. Después, ya no lo vería hasta el lunes, y odiaba esperar todo el fin de semana. Además, él nunca salía. Se la pasaba encerrado en su cuarto, leyendo libros sobre historias y leyendas de su ciudad, o novelas fantásticas, con seres sobrenaturales. El chico adoraba soñar y hacer volar su mente con cosas que sabía (o al menos creía) que eran totalmente irreales. Eso hacía antes, antes de conocer al joven extraño. Ahora su cabeza sólo estaba centrada en él. Y volvería a pasar otro fin de semana esperando a verlo otra vez.

Mientras sufría sin querer volver a ver su reloj porque sabía que los minutos avanzaban, o más bien, restaban el tiempo, una chica castaña que se sentaba en un banco a la derecha de León, acercó su silla hacia él. El rubio le lanzó una mirada extraña y volvió la vista a su objetivo. No le pareció raro el acercamiento, ya que ella era la típica muchacha que se acercaba a todos para chismotear y hacer pelear a los demás, enredando a todos con palabras. A pesar de que iban sólo dos semanas de clases, en la universidad comentaban que a ella ya se la había visto besándose con más de cuatro chicos de su curso, y quién sabe qué cosas más hacía. Se vestía de una forma muy provocativa, siempre con grandes escotes y shorts o minifaldas. Habitualmente con un chicle, el cual masticaba con la boca abierta; no tenía modales. Parecía una de esas señoras que se ganan la vida haciendo asquerosidades. En fin, a León simplemente no le daba buena espina.

—Hola. Qué bueno que sólo faltan 10 minutos para que termine esta mierda, ¿no?— Habló la chica.

—Hola.— Respondió fríamente nuestro León, sin siquiera dirigirle la mirada.

—Vos sos muy callado, nunca te escuché hablar. Me llamo Maia. ¿Y vos?

—León.

—Que bonito nombre. Ché, no dejás de mirar al rarito este de adelante. Te estoy hablando yo, ahora prestame atención a mí.— Dijo algo burlona pero enfurecida a la vez. 

—¿Qué? No estoy mirando a nadie. Nada más me distraje.— Ahora sí la miró a los ojos y la vio más desagradable de lo que pensaba que era.

—No jodas. Estás mirándolo todo el tiempo, desde el primer día. Yo te vi.

— ¡Callate! Te va a escuchar.— Exclamó León nervioso.

—Si fuera mentira lo que estoy diciendo, ¿entonces por qué te molesta que él escuche?

—Pe-pero... ¡Dejame en paz!— Desvió la vista de su compañera y miró por la ventana con el ceño fruncido.

—Ay, no te enojes. Igual no te culpo. Es muy lindo, ¿o no?— Continuaba insistiendo ella.

—¿Pero qué estás diciendo? Soy hombre. No me gustan los hombres. Lo miro porque es... raro, tiene los ojos... vio-violetas. ¿Dónde viste a alguien con ojos así?— Se excusaba León entre titubeos, a causa de los nervios. —Ahora dejame en paz por favor. Quiero seguir... quiero terminar mi tarea.

—Perdoname, no te molesto más. A mí sí me gusta, así que voy a invitarlo a salir cuando termine la clase. Chau, lindo.— Soltó sin más.

Maia volvió a su lugar. León estaba con muchísimo odio. Ya no la soportaba. Ella era un asco de mujer, se podía notar con solo verla, pero al escucharla, se confirmaban los pensamientos. "¿Qué mierda me acaba de decir esta perra? ¿Gustarme un chico a mí? Yo no soy gay. No me gustan los hombres. Me gustan las mujeres. Tuve dos novias. Además, es tan raro... rarísimo. Es tan blanco como el algodón. Y sí, capaz que es lindo, pero desde los ojos de una mujer, o de un homosexual, porque yo... yo no lo soy." Todas esas palabras daban vueltas en la cabeza de León, esos pensamientos no lo dejaban tranquilo. Sus mejillas estaban sonrojadas por el momento incómodo que había pasado. Los nervios se apoderaron de él. Esa sensación extraña no la había experimentado nunca. "¿Qué me pasa?" se replanteó una vez más.

Y se escuchó ese sonido horroroso para León y tan esperado por todo el resto. El timbre que anunciaba el final de la clase. El rizado miró cómo Christopher guardaba sus cosas en la mochila y caminaba despacio hasta la puerta mientras se acomodaba la campera. El rubio giró la mirada hacia la castaña insoportable. Ésta parecía estar esperando a que él se fuera para poder hablarle al pelinegro. O eso supuso. Así que a León nuevamente le creció el odio por recordar la conversación, guardó rápido sus cosas y se dirigió a la puerta igual de veloz.

Fue todo el camino de vuelta a su casa, pensando en esa maldita conversación. Llegó y subió directo a su habitación. Aún sin poder olvidar el tema que tanto lo inquietaba. Pero esta vez se focalizaba en otra parte. Porque lo que lo abrumaba hasta recién, era pensar en que acababan de llamarlo homosexual. Entonces, ahora se había quedado reflexionando sobre lo que Maia le dijo al final: "...así que voy a invitarlo a salir cuando termine la clase" Esa frase resonaba en su cabeza repetidas veces. Christopher era mucho más de lo que esa irrespetuosa se merecía. Bueno... al menos parecía. Porque en realidad jamás había intercambiado una palabra con él y su personalidad, su vida, el chico en sí, era un completo misterio. Por alguna razón León no soportaba la idea de verlos juntos. El muchacho extraño definitivamente no era para ella. "Es para alguien a quien en realidad le importe. Alguien que sonría con el simple hecho de verlo sonreír, porque una sonrisa así de hermosa, no puede ignorarse, es imposible. Una persona capaz de darse cuenta de lo valioso que es estar junto a él, conectando su mirada con esa violácea tan intensa. Esos ojos son los más bonitos que vi en toda mi vida. La piel de Christopher es hermosa, todavía ni siquiera la rocé, pero puede notarse muy suave y delicada" Pensaba León. "Bien, alguien que lo vea como yo lo veo... ¡Pero claro! Una mujer, o un homosexual, no yo".

Entre todos esos pensamientos, charlas consigo mismo, discusiones bipolares frente a su espejo, León escuchó como si alguien estuviese en la vereda de su casa. Miró por la ventana de su habitación, que le permitía una vista total hacia la puerta de entrada. No había nadie. Cerró la cortina, y antes de que pudiese terminar este acto, oyó tres golpes secos a su puerta. Volvió a abrir la cortina rápidamente sorprendido, y no pudo creer lo que vio. Parado allí, estaba él: Christopher.


Ojos de vampiro [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora