III

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―...PERO ES TAN HERMOSO QUE ME DUELE.

―Ya lo sé, habla de otra cosa ―contestó Hanamaki, sin despegar su vista del celular.

―No quiero ―murmuró Oikawa, desplomándose contra el mostrador.

Ver a Iwaizumi entrar todas las mañanas le partía la cabeza. Tenía que estar enojado con él, era lo lógico. Y aun así, sentía que la actitud de mierda lo terminaba calentando más.

―Qué está mal conmigo ―susurró para sí.

―Todo ―respondió Hanamaki.

―NO TE ESTABA HABLANDO A TI.

―¡Ah!

Hanamaki se levantó de golpe de su silla y dejó el teléfono. Increíble. Oikawa hubiera jurado que su trasero estaba pegado de manera permanente a ese asiento, y pensaba lo mismo de la palma de su mano al celular. El mundo no dejaba de sorprenderlo.

―Toma ―su jefe le tendió una bolsa de papel con una etiqueta de semillas―. Llévale eso a Matsukawa. Aquí está lo que debe. De paso ve a ver a tu amorcito y deja de fastidiar.

Oikawa miró el recibo con confusión.

―¿2000 yenes por unas semillas de amapola? ―Oikawa balanceó la bolsa en su mano y supo que no eran semillas por el peso―. ¿Qué es esto?

―Flores. Dáselas a Matsukawa. Menos preguntas y más acción.

Oikawa lo miró con desagrado. Así que había vuelto a vender marihuana por el barrio y lo estaba usando de medio para no moverse de su maldita silla y hacer el trabajo sucio. Normalmente se quejaría y tendrían la discusión de "no quiero ser cómplice" y "el negocio no se mantiene solo", pero era una oportunidad para ver a Iwaizumi. Además de trabajar menos y entretenerse charlando un rato al lado. Después de todo, Matsukawa parecía agradable.

Suspiró dramáticamente para que Hanamaki entendiera que estaba haciendo un sacrificio por él, por más que no le estuviera prestando atención. Lo hacía por su jefe y amigo, no porque se hubiera masturbado con Iwaizumi la noche anterior.

Para nada. Oikawa era una persona buena y decente.

Flores de tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora