VI

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―Está lloviendo.

―Puedo ver que está lloviendo. También puedo escuchar que está lloviendo. Ahora ve a hacer lo que digo.

Oikawa tomó el paquete de "semillas" y le echó una mirada de perrito mojado. No estaba mojado todavía, pero lo estaría en un par de segundos. Afuera hacía frío y la tormenta azotaba con violencia los carteles y la vidriera llena de macetas y flores. Era un ambiente muy primaveral para el fin del mundo que era afuera. No quería salir.

Suspiró. Podría ver a Iwaizumi. Además, eran un par de metros. Probablemente no se mojaría tanto.

Eso se dijo a sí mismo, para descubrir un minuto después, que sí se mojaría tanto. Entró a la tienda de tatuajes temblando, chorreando agua como si fuera una nube, y odiando como jamás en su vida al idiota de Hanamaki.

Iwaizumi estaba sentado dibujando. Levantó la cabeza, puso los ojos en blanco y continuó con lo que estaba haciendo.

―¿Está Mattsun? ―inquirió, pasándose la mano mojada por la cara en un intento de secársela. Totalmente inútil. Era pura agua.

―Está con un cliente. Vuelve más tarde.

―Sólo págame y me iré ―le contestó, sin mucho humor.

Iwaizumi iba a responder con algo hostil, preparado para negarse. Sin embargo, Matsukawa se asomó por la escalera que daba al cuartucho donde tatuaban y gritó.

―¡Hola, Oikawa! Dios mío, Iwaizumi, no seas tan hijo de puta y ve a conseguirle algo seco a Oikawa. Y págale. Así se va a resfriar. ¡Oikawa! Estoy ocupado, luego nos vemos. Mándale saludos a Takahiro de mi parte.

Oikawa no estaba seguro qué hacer, así que apoyó la bolsa impermeable mojada sobre el mostrador mientras Iwaizumi guardaba los papeles en una carpeta y se marchaba. Regresó en seguida con una cara de perro salvaje que asustaría al mismo Satanás, pero en sus manos tenía una toalla. Se la pasó por los hombros, puras vibras de mala onda.

Oikawa se la devolvió.

―Si tiene que gritarte tu jefe para tener un poquito de hospitalidad, prefiero que te metas tu toalla por donde te quepa...

Le esbozó una sonrisa innecesariamente orgullosa y provocadora. Dio media vuelta y sin dudarlo, salió hacia la lluvia azotadora otra vez.

En su fuero interno, se moría de ganas de que Iwaizumi le secara con la toalla. Que se perdiera ocupándose de que hasta el último cabello de su cabeza estuviera sequito. Pero no quería que nadie lo forzara a hacerlo. Y, después de todo, ya lo encasilló como enemigo. Que se pudriera.

Eso se decía cuando entró hecho una sopa de nuevo a la florería.

―Sí que llueve ―comentó Hanamaki.

―Vete a la mierda ―masculló Oikawa―. Mattsun te manda saludos.

―Aw. Issei es un amor.

Issei.

Oikawa revisó la parte trasera de la tienda en busca de una toalla. No había. No tenían una mísera toalla. Su enemistad con Iwaizumi ya no le parecía tan divertida. Su infantilismo le ganó un futuro resfriado. Y aun así, volvería a hacerlo.

Flores de tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora