VIII

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VIII.

Estaba nervioso. Por ver a Iwaizumi. Por lidiar con las ganas de besarlo. Porque se haría su primer tatuaje. Porque probablemente dolería. Porque Matsukawa le dio un turno extra, que hay confianza Oikawa, que así estarán más tranquilos, beneficios de ser cliente VIP en nuestra tienda. No sabía qué opinaba su tatuador al respecto, pero ni bien entró, Matsukawa ya estaba cerrando la tienda y dejándolos a solas.

Oikawa subió las escaleras y se mentalizó ocultar todo ese miedo innecesario. Si engañaba a Iwaizumi, tal vez pudiera engañarse a sí mismo y sacar confianza de donde no existía.

―Iwa-chan ―saludó cantarín, volviendo a acobardarse al verlo limpiar agujas.

―Hey.

―Es el recibimiento menos cálido que me han dado ―se quejó, acercándose como si fuera inevitable resistirse a la imantación que tenía su presencia.

―¿Quieres que prenda la calefacción? ―respondió con sarcasmo.

Oikawa le puso mala cara, pero en cambio, Iwaizumi le sonrió.

―Le hice unas modificaciones al diseño. Dime si te gusta más el nuevo o el viejo ―soltó con un entusiasmo mal oculto en sus ojos que lo derretían.

Oikawa se acercó. El dibujo sí había cambiado, pero la base era la misma, excepto por un millar de detalles preciosos. El balón estaba relleno de un patrón de enredadera que simulaba color y se escapaba por la parte de arriba, como si rompiera la misma pared del dibujo. La flor que se abría arriba de todo tenía más detalle, reconociendo una amarilis preciosa. Según lo mucho que aprendió sobre flores, significaban principalmente belleza y orgullo. Eran plantas que crecían con fortaleza pero de pétalos fáciles de arruinar por el agua y el viento. ¿Iwaizumi había averiguado todo eso? Supuso que sí. Y cuando uno regala amarilis, quiere decir admiración.

No sabía cómo responder.

―Me fascina.

Los nervios que sentía cuando entró se fueron desvaneciendo, porque ahora quería aquello en su piel.

―¿Sabes dónde lo quieres?

―En el muslo derecho.

Iwaizumi seguía sentado en la silla con el lápiz en la mano y expresión pensativa. Llevó la mano libre a su pierna y el contacto casi lo hace saltar. Le acarició con el pulgar el sitio donde pensaba que el tatuaje quedaría bonito y Oikawa tragó saliva.

―Quítate los pantalones.

―Si estás tan desesperado... ―lo molesto, consiguiendo una mirada molesta de respuesta.

Oikawa obedeció, recostándose boca arriba en el sillón y poniendo sus manos sobre el estómago, de nuevo ansioso. Iwaizumi se sentó a su lado y comenzó a preparar su piel mientras Oikawa clavaba los ojos en el techo.

―Cuanto más tenso estés, más dolerá.

―AH, GRACIAS, ya mismo me destenso. No sabía. Me hubieras avisado antes.

―Háblame.

―¿Mmh?

―¿Por qué la derecha? Muy específico.

―Bueno, sí,... UHH.

Su primera reacción fue alejarse, pero Iwaizumi lo mantuvo quieto en su lugar. Oikawa no quería mirar, así que giró la cabeza para el lado contrario y cerró los ojos, concentrándose en respirar. Imposible. Era como si le estuvieran enterrando un cuchillo en la pierna.

―¿Por qué la derecha? ―insistió Iwaizumi con tono demandante.

―Es mi pierna mala ―farfulló, abriendo los ojos, todavía mirando hacia la izquierda para no tener que ver nada de lo que el otro estaba haciendo. Dolía horrores. El sonido le producía escalofríos. No le gustaba nada de nada.

―¿Por qué?

―Porque siempre me trajo problemas.

―Cuéntame por qué. La historia larga.

Flores de tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora