VII

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Ni bien entró al local vecino, oyó una voz proveniente de arriba.

―¡Ya bajamos!

Era Matsukawa. Oikawa se metió las manos en los bolsillos y miró hacia la escalera.

―¡Soy yo! Puedo esperar.

―¡Gracias, ya termino!

Oikawa asintió para sí. Paseó por el reducido espacio y terminó por sentarse a esperar en la silla detrás del mostrador. Con atrevimiento y aburrimiento, curioseó la carpeta de Iwaizumi. Todos decían que sus diseños eran magníficos, pero poco había visto de ellos.

Y al final, tenían razón. Hasta la flor más sencilla era preciosa bajo su estilo. Qué envidia tener semejante talento.

Cada uno de los dibujos afirmaba más su deseo de estar aquí. Tenía muchos sentimientos encontrados con los tatuajes, pero algo así de precioso podía sentarle bien a cualquiera. Pasó las hojas con enojada fascinación, hasta que se quedó estupefacto. Una de ellas estaba llena de bocetos de sí mismo. Llevando una maceta al local, empapado de lluvia, enredado en flores preciosas, con los ojos cerrados... y en la siguiente página había más, la mayoría llevando y trayendo flores durante la hora de trabajo.

―¿Qué estás haciendo?

Saltó del asiento a punto de defenderse, pero era Matsukawa el que le hablaba. Guardó todo en la carpeta con rapidez y fingió no haber visto nada, con el corazón rebelándose contra la serenidad dentro de su pecho.

―Estaba buscando a Iwa-chan.

―Está trabajando. Cuando se libere me paso por la florería y te aviso, ¿Está bien?

¿Cualquier excusa para ver a Hanamaki o era su impresión? Oikawa esbozó una sonrisa.

―Lo espero. Hoy es mi día libre.

Un chico bajó por las escaleras y Matsukawa se volcó a explicarle con detalle el cuidado de su nuevo tatuaje mientras el otro asentía. Oikawa se recostó en el sillón de espera, husmeando en el catálogo de piercings. No pensaba hacerse ninguno, pero era entretenido leer que todos tenían nombres específicos.

Una sombra le indicó la llegada de Iwaizumi. Los otros dos seguían su conversación, sin la menor idea de que Iwaizumi tenía los brazos cruzados y la expresión iracunda, mientras Oikawa le sonreía porque sentado estaba perfectamente alineado a su entrepierna.

Cerró el catálogo sin dejar de mirarlo a los ojos.

―Quería hablar contigo.

―¿Quieres hacerte un piercing? ―preguntó, apuntando al catálogo con el mentón, reacio de tener una conversación como la gente con Oikawa. Un hola, un qué tal, un sí, estoy a tu servicio, de qué necesitas hablar.

Iwaizumi Hajime le molestaba tanto.

Y le calentaba.

Ugh.

―No. Quiero un tatuaje. Tal vez.

Porque lo consideró más de lo que debería y no estaba tan en contra de marcar su piel de manera permanente. Pensó que esa sería una postura que nunca cambiaría y sin embargo, aquí estaba. Volátil e impredecible hasta para sí mismo.

―Vamos arriba.

Eso lo tomó por sorpresa. Pensó que lo echaría y dejaría el trabajo en manos de Matsukawa...

Lo siguió hasta arriba. El piso era chico, tenía dos sillones negros (aquellos donde las personas se recuestan para ser tatuadas), mesitas con agujas y cajas con otro tipo de agujas, guantes, toallas y toallitas. Era un escenario que no le transmitía mucha tranquilidad, no con todos esos posters de heavy metal, calaveras y tatuajes enormes y oscuros. Prefería su hábitat lleno de flores, verdes y marrones.

Flores de tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora