Mariposas azules

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La mañana siguiente amaneció esclarecedora. Un cielo azul, sin nubes ni viento. Tan solo el sol en todo su esplendor. 

A esas horas, el dúo diabólico ya estaba echado sobre la maleza, hartos del entrenamiento. Asqueados por su olor y exhaustos. Su mentor les observaba con una mirada afilada, a pesar de sus quince años, habían crecido muchísimo. Un ruido en los arbustos les puso alerta.

- Viene alguien... - Susurró Rin mientras se levantaba con rapidez, Shin imitó a su hermana mayor con pereza. Ambos se pusieron en posición de defensa. Kurama mantuvo sus brazos cruzados y la mirada de hielo. 

Acecharon al intruso hasta que una sombra alta y corpulenta apareció en el claro. 

- ¿Tío Sai? - Los hermanos exclamaron extrañados. 

- ¿Me habéis echado de menos? - Dijo con su voz monótona mientras alzaba los brazos, esperando recibir un abrazo que no tardó en ser correspondido bajo un manto de risas y preguntas. 

- Has vuelto antes de lo previsto. - Los tres osos amorosos se separaron con reticencia. Sai, uno de los mejores Anbu de la Aldea de la Hoja, se encogió de hombros. 

- Ha sido más fácil de lo previsto... - Entonces volvió a dirigir su atención al dúo diabólico. - ¿Y este par? 

- ¿Huh? - Soltó Shin cómo si no hubiese estado presente ni escuchando la conversación. Rin se masajeó la sien con la esperanza de que, algún día, su hermano dejaría de ser un completo idiota con la mente en las nubes. 

- ¿Cuándo vais a hacer el examen para obtener el título de Gennins? - Llevó su mano derecha a la barbilla, usando el brazo izquierdo de apoyo, en una pose pensativa. - Aunque ya deberías ser, por lo menos, Chunnin... 

Rin y Shin compartieron una incomodidad en sintonía, pero antes de que pudiesen responder, su mentor se adelantó. 

- Eso no es de tu incumbencia. - Sai volvió a encogerse de hombros, sin dejarse intimidar por el demonio que había terminado con la vida del anterior Guardián del Bosque... No entendía cómo los Dioses le escogieron a él antes que a... No, eso era el pasado, se dijo. Lo hecho, hecho estaba. 

- A mi me gustaría intentarlo. - Dijo Rin con fuerza, Sai, impulsado por la rebeldía de la joven, se dio la vuelta a la velocidad de la luz. - Creo que podríamos hacerlo sin salir malheridos. 

- Eso... - Empezó a decir su mentor con la oscuridad brillando en el fondo de sus ojos. - ¿Es lo que queréis? 

Volvieron a compartir una complicidad que daba escalofríos, posaron su mirada al frente y asintieron. Querían formar parte de la Aldea de la Hoja. Vivir en las sombras, con su maestro, ya no era suficiente. Aventuras, emociones, libertad. Ansiaban todo aquello aun más que la aceptación, tenían un sueño y querían cumplirlo. Pero, todo eso, no hacía menos importante la labor que había asumido el demonio durante su entrenamiento, más bien era todo lo opuesto. Darían sus vidas por él, jamás podrían agradecerle todo lo que había hecho por ellos. 

- ¡Qué suerte! - Exclamó Sai con una chispa astuta en su mirada y una falsa sorpresa. - Por qué mañana mismo empiezan los exámenes Chunnin... - Kurama le observó, sabía que Sai no había regresado tan pronto por pura casualidad. Lo había planeado, tan solo estaba esperando la oportunidad. Que los hermanos aceptaran. - Y justamente a mi equipo le faltan dos integrantes.

Los hermanos abrieron las bocas en una sonrisa de incredulidad mientras Kurama les observaba con decepción. Pensaba que les había criado mucho mejor, que no caerían en las mentiras de gente ambiciosa. Pensaba que eran mejor que eso. 

- ¡¿En serio?! - La ilusión en los ojos de Shin era tan inocente que le asqueaba. El demonio y Guardián del Bosque de las Nueve Colas no pudo seguir observando el inicio de la decadencia de sus mejores alumnos. 

- Pero tendremos que ponernos ya mismo en camino si queréis conocerla. - Rin asintió mientras seguía los pasos del Anbu. Shin estaba a punto de seguirla, llevado por la emoción del momento, cuando se dio cuenta. 

Despacio, con todo el tiempo del mundo y sin perder el sonido de la voz de Rin, que parloteaba emocionada, recogió la solitaria lágrima que caía por la mejilla rosada del hombre de tez dorada. Su corazón se partió. 

- No llores, - Alzó los ojos, mostrándole a Kurama cuánto se preocupaba por su mentor. Cuánto sentía haber tenido la intención de irse sin tan siquiera agradecer todo lo que había hecho por ellos. Sin tan siquiera decir adiós. - por favor.

Para ellos era más que un amigo o un mentor, era un padre. 

- No estoy llorando. - Una suave carcajada resonó a través  de los árboles. Shin negó con la cabeza, siempre había sido tan cabezón... Tan responsable y maduro. Sabía que les estaba dejando ir por qué asumió que ya tenían la edad suficiente para poder equivocarse y enmendar sus errores. 

Pero eso no evitaba que fuese duro. 

Con las manos en el regazo, una sobre la otra, la espalda recta y la mirada brillante de orgullo, pensó: "Este es mi maestro, siempre lo será y jamás le olvidaré". Agachó la cabeza e hizo una reverencia majestuosa. 

- ¡Muchas gracias por todo! 

Un silencio estremecedor le hizo plantearse si tan solo debería haberse ido con su hermana. No, estaba haciendo lo correcto. Él...

Una mano acarició con suavidad su cabello dorado, largo hasta la mitad de la espalda. 

- Te pareces tanto a él... - Recuperó la postura a tiempo de ver al demonio más temido, a Kurama, el Guardián del Bosque de las Nueve Colas... Estallar en sollozos, antes de que le diese la espalda. - Vete. 

Con el puño en el pecho, se giró, dispuesto a cumplir la última orden del que era su maestro y, de ahora en adelante, un padre y consejero. Pero esa misma voz rota le detuvo, con un timbre bajo. 

- Buena suerte, Shin. 

Era un suave consejo, acompañado de un extraño viento arremolinado alrededor  del Guardián. 

Entonces lo vió. 

La misma sombra que había acechado a su mentor durante esos sueños tan atormentadores. Se parecía mucho a él y a su hermana. Asintió cuando su mano, de una piel canela, se posó sobre su barbilla, alzando el dedo índice sobre los labios, con la intencion de no revelar su presencia... Translúcida, juraría que podía ver el Bosque a través de esos ojos azules, de esa melena del sol, de esos pies descalzos. Juraría que había sido una visión, si no fuese por esa mariposa azul. 

  Tengo un último deseo...  


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