Frío

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Era una noche terrible, a pesar de cómo había amanecido, una tormenta de verano cayó sin piedad sobre la Aldea de la Hoja. 

Maravillados, los  hermanos observaron la casa de su nuevo maestro, mientras preparaba la cena. Y Shin, oh, nuestro pobre niño... Atormentado por cómo su hermana se había olvidado de su mentor con tanta facilidad, fingiendo curiosear por la ámplia casa, el enorme salón con más muebles y cosas extrañas que jamás habían visto. 

Atormentado, por aquél ser que parecía seguir al demonio como una sombra, pegado a su existencia. ¿Por qué él si podía verle? ¿Quizás su maestro tan solo le estaba ignorando?No, apenas unos instantes de que apareciese ese fantasma, confirmó sus parecidos. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era el chico de las mariposas azules? 

- La cena está lista. - Observó la estatuilla de barro que sostenía en sus manos, colorida con tonalidades rojizas, se asimilaba al Guardián de la Aldea Oculta de la Arena. Sus manos temblaban. 

- ¡Va Shin! - Le llamó su hermana, ya sentada en la mesa delante de un cuenco humeante. Suspiró, no tenía nada de hambre, es más, su estómgao estaba totalmente cerrado. Dejó la estatua en miniatura en su sitio y se sentó al lado del Anbu. - ¿Qué es esto?

Sai clavó su mirada vacía en la niña.

- Ramen. - Los hermanos se miraron con curiosidad. - ¿Nunca habéis comido ramen?

Shin se encogió de hombros.

- Siempre comíamos lo que cazábamos con el maes... Kurama. - Las cejas de Sai se alzaron, a pesar de que ningún otro músculo se movió de su sitio. 

- Contadme más... ¿Cómo era vuestra vida con él? - Rin decidió ser la portavoz. 

- Pues nos levantábamos antes del alba para empezar a entrenar, parábamos a la hora de comer y pescábamos y hacíamos un fuego y luego vuelta a entrenar. - Cogió los palillos y probó aquello llamado ramen bajo la atenta mirada de su hermano, quién cogió los palillos dubitativo después de ver el rostro de placer de su hermana. - Así era hasta el anochecer, que hacíamos la caza y conservas para el invierno... que solo salíamos para entrenar. 

Sai apartó su plato con cuidado, Shin dejó los palillos a un lado después de remover esa especie de sopa durante el fugaz relato de su hermana.

- ¿En qué consistían vuestros entrenamientos? - Ambos se miraron un instante demasiado rápido como para que Sai pudiese ver la coordinación. 

- No te lo podemos decir. - Su labio se curvó hacia arriba de una forma escalofriante ante su semblante serio. Estaba enfadado y los hermanos lo sabían. 

- Esta bien... - Admitió al final con resignación. - Al menos podéis contarme por qué viviais con Kurama, ¿no?

- Él es nuestro padre. - Rin deseó que las miradas mataran. 

- ¡Eso no es verdad! - Exclamó dando un golpe a la mesa, Shin vio cómo parte de la sopa se derramó sobre el mantel. - ¡Él no es nuestro padre!

- Para mí sí lo és, - Empezó con calma el hermano menor. - nos aceptó antes que nadie, cuando nos odiaban. 

Esa era una parte de su escalofriante pasado que no queria recodar. Rin y él no tienen recuerdos antes de los cinco años, es cómo si hubiesen  aparecido de la nada. 

La calle estaba sucia, húmeda y desprendía mal olor, a pescado o carne rancia... Quizá ambos. Aún podía visualizar esa escena cómo si la estuviese viviendo. Nadie les veía u oía. Descalzos, mojados, helados hasta las trancas y su hermana enferma. Eran desperdicios humanos que no pasarían la noche... O al menos, uno de ellos. 

Sus pies estaban descalzos y esa especie de vestido blanco de lana ya no le resguardaba del frío. Pero los cuerpos si. Entonces fue cuando tomó la decisión que cambiaría su vida... Siguió a una de las familias hasta su hogar. Acechó, esperó, fue paciente. La noche cayó y se perdió entre la oscuridad de las sombras, rogando para que su hermana siguiese viva cuando volviese. 

Vio esa pequeña estructura de madera, su objetivo estaba dormitando dentro, con un plato con sobras de la cena fuera... No era lo ideal, pero de algo serviría. Tiró una piedra que el perro salió contento a recoger, alguien quería jugar con él. Se acercó de frente mientras el animal movía la cola, contento. 

Recuerda no haber tenido ningún tipo de arrepentimiento cuando le partió el cuello. Pero si más tarde, era más pesdo de lo que imaginaba. Se lo echó al hombro después de guardar la comida en un saquito que le colgaba de la cintura, atado con una cuerda que había encontrado en la basura. Anduvo hasta el callejón dónde su hermana deliraba de la fiebre. 

Se arrodilló a su lado, dejando caer ese peso muerto. Contento de que ella lo abrazase, le gustaba. Por fin hacía algo bien. Abrió la bolsa a la vez que incorporaba a la pequeña. Trató de despertarla, pero ella no reaccionaba... Temiéndose lo peor, hizo algo de lo que nunca se hubiese creído capaz con cinco años. Lloró, gritó y la abofeteó hasta que ella abrió los ojos. 

La desesperación se desvaneció en su corazón, dándo paso al dolor, ¿por qué ellos? 

¿Qué habían hecho para merecer tal castigo divino?

Su hermana acabó hasta con los huesos de la comida. El estómago le hizo un ruido espantoso al ver las migas en el suelo... No le había dejado ni una pizca. Acomodó el pequeño e improvisado techo de unas placas metálicas que había encontrado en una de sus escapadas al vertedero y revisó que todo estuviese en orden. Que su hermana estaría bien. 

Que mañana despertaría. 

- Mmh... - Susurró con enfado Rin mientras apartaba la mirada del plato de ramen, odiaba admitir que Shin tenía razón. 

Kurama les ayudo con todo lo que estaba a su alcance, hasta les dio sus nombres. 

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