Hielo

313 41 1
                                    


- ¿Cómo estás viejo amigo? - Kurama observó al lobo que se alzaba ante él. Majestuoso, cruel y viejo. Había sido el mejor amigo y guía espiritual de su pareja. 

- He estado mejor... - Chascó los dientes al aire. - Hemos tenido tiempos mejores...

- No hace falta que me lo recuerdes. - Espetó el demonio interrumpiéndole con brusquedad. 

Ambos se sentaron bajo lo que quedaba de la maleza, esta había sido la casa de Naruto. Aquí había marcado al pequeño y aquí mismo se había despedido de él. 

Pero no era el único con seres queridos a quién recordar. El lobo había perdido a su compañera y lobeznos durante una de las cacerías que había autorizado el mismísimo Hokage, sin que él lo supiese... A tiempo. El lobo salió a cazar para su familia mientras la loba y los pequeños jugaban en un claro cerca de la laguna.

El más pequeño fue el primero en olerles. Se acercó con curiosidad, pero antes de que su madre pudiese avisarle, ya estaba en el suelo. Bañado en sangre y con ojos opacos que aún conservaban su caracteristico brillo juguetón... había sido el más travieso de los tres. La loba trató de defensarse... Salvar a los pequeños... Pero les ganaron en número e iban bien preparados. 

Fue una masacre. 

- Naruto jamás lo hubiese permitido. - Algo se sacudió en el pecho de Kurama, un lazo roto, un puente sin inicio. - Has dejado que detruyan el Bosque, nuestro hogar...

La voz del animal se fue apagando, el demonio sabía que estaba ocurriendo, tan solo estaba ayudando a su viejo amigo a irse en paz. 

- ¿Recuerdas...? - Se levantó y acercó con persimonia al pelaje grisáceo del amigo que se consumía de forma voluntaria ante sus ojos. Y no podía hacer nada para detenerle. - ¿Recuerdas cuando llegaste? 

Asintió. 

Había sido muy diferente a cómo el antiguo Guardián llegó, en vez de destruir todo a su paso... Lo revitalizaba. El Bosque se convirtió en una autentica jungla. Fue como una sobredosis de energía. Durante unos años tuvieron una sobrepoblación causada por la alteración de las hormonas de la fauna, creó un estado contínuo de celo durante un puñetero año. 

De hecho, fue este mismo amigo, del que se despedía, quién le acogió bajo su protección y le mantuvo a salvo. Le enseñó a mantener la cabeza fría, a tener orgullo por quién era, a tomar lo que era suyo. Sin su ayuda, jamás hubiese podidio mantener un control tan férreo de sus dones, de su lazo con el Bosque. 

- ¿Y los niños...? - A pesar de que nunca se los había llegado a presentar, Kurama no paraba de hablar del dúo diabólico cada vez que se reunía con el viejo  lobo. El poderoso animal, aunque escuchase la misma historia una y otra vez, se mantenía atento al brillo en los ojos del demonio, a la pequeña sonrisa que asomaba cuando conseguían dominar las técnicas que les enseñaba. 

Era un padre orgulloso. ¿Padre? Si, Kurama más de una vez confesó, rojo por la vergüenza, que veía a los chicos cómo sus propios cachorros. 

- Han volado del nido. - El lobo suspiró con pesadez. 

- ¿Ha sido Sai? - Kurama asintió con la  cabeza. 

Aún dada su reticencia a que ese hombre estuviese en la vida de los hermanos, no había podido evitarlo. Pero había algo que no le había contado ni a Shin, su favorito, ni a Rin, su favorita. Y es que ese hombre había estado presente el día que les recogió de las sucias calles de los barrios más pobres de la Aldea de la Hoja. 

La pequeña Rin tenía un resfriado que había empeorado por la falta de medicamentos y un lugar decente dónde descansar o ocultarse del frío. Estaba a un paso de la muerte si no hubiese sido por su chackra. La niña hubiese muerto esa misma noche. Shin, en cambio, era más fuerte y, quizás, hubiese sobrevivido hasta ser un ladrón callejero, mal alimentado y sucio. 

El secreto que nunca les había contado, era que Sai había estado observándoles durante todo ese tiempo. Siendo uno de los mejores Anbu, el Hokage le había dado cómo misión asegurarse que ese par morían por causa del frío y el hambre. Seguramente os preguntaréis, ¿por qué al Hokage le interesaría acabar con la vida de dos niños inocentes? 

Kurama se levantó, observó con melancolía cómo el viento se llevaba lo que quedaba del último lobo del Bosque de las Nueve Colas, la energía que emanaba del cuerpo volvía a la tierra. La maleza creció un poco más, se volvió algo más brillante y verde. Más sana. 

El lobo era el último que quedaba con vida, la mayoría de la fauna había emigrado o devuelto la energía de sus almas al Bosque, para fortalecerlo,  en vista de su constante decandecia. Este último, tan solo estaba abrumado por la soledad. Y Kurama supo que el Bosque estaba acabado. 

Y los Dioses seguían ignorándole. 

Anduvo con tranquilidad hacia una parte cercana al antiguo lago, ahora solo era un pantanal abandonado, carente de vida o encanto. Un árbol descansaba partido por la mitad, seco y viejo, a punto de derrumbarse. Pero llevaba años así, sabía que no caería... Por qué este árbol había dado la  vida a los siguientes Guardianes del Bosque. 

Unos que, a lo mejor, debería haber entrenado mejor. 

Love MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora