“Te han dañado antes, puedo verlo en tus ojos. Tratas de sonreír a lo lejos, pero hay algunas cosas que no puedes ocultar”
El jueves mi compañera de trabajo me avisa que no va a asistir a clases el viernes, pero que el sábado podemos juntarnos a hacer parte del trabajo. Le ofrezco que venga a mi casa, ella acepta sin problema. Quedamos luego del almuerzo y allí estoy yo, ayudando a mi mamá a lavar la vajilla, cuando el timbre suena.
-Voy yo –digo.
Salgo de la cocina, cruzo la sala y observo por el pequeño orificio de la puerta que permite ver al exterior, es ella, acomodando su saco negro sobre sus muñecas. Giro la llave y abro la puerta. Alza la cabeza y me regala una sutil mueca.
-Hola, entra –digo haciéndome a un lado.
Ella entra en la casa y al pasar por mi lado se pone en puntillas de pie y besa mi mejilla. Cierro la puerta tras sus pasos y doy media vuelta.
-¿Traes la fotocopia del trabajo? Me he olvidado de buscarla.
Ella sonríe levemente y palmea su bolso. Sonrío.
-Puedes pasar a la sala, buscaré algo para tomar y vengo. Ponte cómoda.
Me adentro en la cocina y ella entra en la sala. Tomo la jarra con zumo de pomelo y dos vasos, mi madre me sonríe y me pasa una bandeja de madera.
-¿Te gusta?
-¿Quién?
-La chica –dice casi en un susurro.
Niego con la cabeza y me río levemente.
-Siempre haces tus trabajos con Liam o Zayn, o ambos.
-¿No eres tú la que dice que hay que ir variando?
Me golpea con el costado de su cuerpo y se quita el delantal.
-No le cuentas nada a tu madre.
-Mi madre es una entrometida. Y sabes que te cuento todo, mamá –digo en una queja alargada-, solo que ella es mi compañera de clase.
-No la había visto nunca.
-Oh, vamos, no empieces –murmuro-. Ella no tiene amigos, mamá.
Frunce el ceño.
-La llaman “rara”, en los recesos desaparece, anda siempre con un buzo o campera que no suelta de sus puños, no lo sé –alzo los hombros-. No habla con nadie y se sienta sola en clase.
Mi mamá hizo morros y luego me sonríe.
-Eres tan bueno –dice ladeando la cabeza-. Doy gracias a Dios que tengas ese corazón.
-Cállate –me río y salgo de la cocina.
Cuando entro a la sala, _____ ya ha dejado su bolso sobre el sillón y está contemplado los portarretratos posados sobre la chimenea. Dejo la bandeja en la pequeña mesa del centro y ella voltea a verme.
-¿Eres tú?
-No –me acerco a ella-, es mi hermano Jaxon.
Hace una mueca y señala otra.
-¿Ese?
-Si, ese sí.
-Se parecen mucho.
Alzo los hombros.
-La diferencia está en que Jaxon es un pequeño diablillo y yo era un santo angelito.
Se ríe levemente. Me le quedo viendo, nunca había visto una sonrisa asomar en sus labios.
-Si nos dividimos el resto del trabajo, podemos terminarlo por separado –me dice hurgando entre sus lápices y lapiceras.
-Se supone que debemos hacerlo juntos.
Saca una lapicera azul y una de color rosada, las deja sobre la mesa y saca el trabajo práctico que tenía como veinte hojas llenas de preguntas, o quizá más.
-Debemos utilizar Internet.
Frunzo el ceño y asiento. Me pongo de pie y le aviso que iré a por mi computadora portátil, asiente y se queda allí sentada, leyendo las primeras preguntas. Corro a mi habitación, tomo el aparato y bajo las escaleras mientras la enciendo. La encuentro de espaldas a mí, porque está sentada en el sillón, se observa las muñecas y pasa un dedo entre sus pulseras. De repente siente mis pasos y esconde sus muñecas bajo sus muñecas.
-Bueno, veamos… -me dice cuando llego a su lado.
-¿Quieres zumo?
Asiente levemente y le sirvo en un vaso para luego pasárselo. Ella lo toma y lo lleva hasta su boca, bebe un poco y lo deja sobre la mesa.
-¿Galletas o algo? –ofrezco. Niega rotundamente con la cabeza-. ¿Fruta?
-No, no, gracias –dice rápidamente.
Ella es callada, atenta y sonríe con timidez de vez en cuando. No sé por qué razón pero noto una barrera entre nosotros, algo que bloquea las conversaciones. Cuando no hablamos del trabajo, ella corta la conversación llevándola a otro tema, cuando quiero acordar, no he conseguido siquiera su edad.
-¿Puedes dictarme eso? Creo que es perfecto para la pregunta ocho.
Asiento y tomo el portátil. Lo coloco sobre mi regazo.
-Entonces… ¿tienes hermanos?
-Tres –murmura-. Lista, puedes comenzar.
Frunzo el ceño y empiezo a decir lo que ella ya ha marcado antes en una página de historia mundial.
Estuvimos durante bastantes horas y ni siquiera pasamos a la tercera página. Estoy seguro de que son más de doscientas preguntas, pero ni ella, ni yo queremos averiguarlo, de momento así está bien. Por un lado me alegro de haber hecho poco del trabajo. Aún nos quedan muchas páginas y preparar la exposición.
-¿No tienes calor? –pregunto viendo que aún lleva su campera.
Voy a averiguarlo, no sé cómo, pero que voy a hacerlo, voy a hacerlo. Estoy seguro.
-No –niega con la cabeza-. Estoy algo cansada, creo que deberíamos seguir otro día. De igual manera, tenemos dos meses más, hay tiempo.
Asiento con la cabeza y pongo ambos vasos sobre la bandeja de madera.
-¿Tienes hora? –pregunto.
Ella amaga a subir la manga de su campera, pero baja el brazo y niega con la cabeza.
-Creo que ya oscureció –digo alzando la bandeja para llevarla a la cocina.
Cuando vuelvo a la sala, ella ya está guardando sus cosas. Dejo un paquete de galletas sobre la mesita, voltea a ver el paquete fijamente y luego de parecer estar teniendo una lucha interna, desvía la mirada y mete su cartuchera en el bolso.
-¿No quieres? –pregunto cuando se incorpora.
-No, gracias.
-No has aceptado nada de lo que te he ofrecido. Vamos, me ofendes –bromeo.
Ella voltea a verme y se estira las mangas de la campera hacia abajo, cubriendo hasta la mitad de la mano, la cierra allí y vuelve a negar con la cabeza.
-¿Por qué siempre haces eso con tus mangas?
-¿Hacer que cosa?
-Eso que haces, te agarras las mangas de los buzos, camperas o lo que tengas puesto.
-Oh, ah, si –murmura como perdida-, lo hago desde que soy pequeña.
Asiento sin creerle, pero de todas maneras no voy a presionarla, quizá si es cierto. No, no puede serlo, se ha puesto demasiado nerviosa.
La acompaño hasta la puerta y al abrir vemos que ya está oscureciendo. Alzo la manga de mi buzo y veo las siete cincuenta de la tarde. Ella frunce la boca.
-¿Te pasan a buscar?
-No, me voy caminando –dice y sale de la casa.
-¿Cuánto tienes de aquí a tu casa?
Alza los ojos al cielo, pensativa y luego los baja hasta los míos.
-Quizá una hora, una hora y media, más o menos.
Abro los ojos más de lo normal y tanteo mis bolsillos en buscas de las llaves de mi moto.
-Déjame voy a avisarle a mi madre y te llevo yo.
Ella niega con la cabeza varias veces y se aleja un poco más de mí.
-Estaré bien. Gracias por tu tiempo.
-No, no hay de qué. Me preocupa que te vayas así sola y a esta hora –me atrevo a decir.
Ella sonríe levemente.
-¿En serio?
-¿En serio que cosa? ¿Qué me preocupa? Por supuesto.
Sonríe un poco más y veo un pequeño brillo en sus ojos.
-¿No mientes?
-¿Por qué lo haría?
-Muchos lo hacen –alza los hombros-. Bueno, ya me voy.
-Cuídate.
-Lo haré –esconde su sonrisa y se echa a andar.
Me quedo algo preocupado con que se fuera sola y pienso en seguirla, pero luego recuerdo que la última vez ella se dio cuenta, así que simplemente debo conformarme con que va a llegar bien. Me siento en el sillón y recuerdo que tengo el móvil apagado. Lo enciendo y veo las llamadas perdidas de mis dos mejores amigos, así que decido llamar a Liam.
-¿Hola?
-Amigo.
-Eres un soquete, Niall –me dice casi gritando-. Te he estado llamando toda la maldita tarde, ¿qué pasa contigo?
-Estuve ocupado.
-¿Con qué?
-Mier.da, Liam, pareces mi madre.
Se ríe un poco antes de responder.
-Vamos, ¿Qué has estado haciendo?
-Tarea.
-¿Qué tarea?
-El maldito trabajo práctico de historia con _____.
-¿_______ Miller? –me grita dejándome aturdido.
-Si, ella.
-Bien, más te vale que vayas explicando porque no sales vivo, Niall. Primero, pensé que Zayn, tú y yo seríamos juntos y segundo, ¿con ______? ¿En serio?
El lunes por la mañana llegué al colegio con tiempo. Liam y Zayn están apoyados en los casilleros mientras se ríen de algo, le choco la mano con ambos y luego abro mi casillero.
-¿Cómo te ha ido con Frida?
-Más que bien. Vamos a salir de nuevo –se emociona Liam.
Estoy con la cabeza dentro de mi casillero mientras hablo con los chicos, me cuentan de su fin de semana, de sus citas, de repente me quedo hablando solo. Saco mi libro de literatura y cierro el casillero. Volteo a verlos para saber qué ha ocurrido con ellos.
-¿Por qué se… -me detengo en seco-. Mier.da.
Diviso a _______ del otro lado del pasillo, su cabello va suelto, lleva un buzo negro que le dobla su tamaño, tiene las manos escondidas en sus largas mangas y su cara está llena de magulladuras de distintos tamaños. Se me cae el libro al suelo y abro la boca. Me doy cuenta que estoy conteniendo la respiración.
-Niall –murmura Zayn.
-¿Qué mier.da le pasó?
-Dios mío y la santísima virgen –susurro consternado.