El investigador.

1.2K 80 7
                                    

El viento era fresco y el frío le helaba las puntas de los pies. Uno de aquellos días iba a dejarse ir y a comprarse unas botas, aunque solo cuando pudiera prescindir de la comida.
Mientras recorría el último kilómetro hasta su casa, Serena se permitió sonreír bajo la protección de la chaqueta. Ciertamente, ser una mujer lobo le daba más fuerza y resistencia, incluso en forma humana. Pero el turno de doce horas que acababa de terminar en el Black Moon´s era suficiente para que le dolieran incluso sus huesos. ¿La gente no tenía cosas mejores que hacer el día de Acción de Gracias que ir a comer a un restaurante italiano?
Kelvin , el dueño del restaurante, quien, pese a ser irlandés y no italiano, hacía los mejores ñoquis de todo Chicago, le dejaba hacer turnos extra, aunque no le permitía superar las cincuenta horas semanales. El mejor sobresueldo era la comida gratis que tenía en cada turno. Aun así, sospechaba que tendría que buscarse otro empleo para poder cubrir todos los gastos: había descubierto que la vida como mujer lobo era tan cara financiera como personalmente.
Usó las llaves para entrar en el edificio. No había nada en el buzón, así que cogió el correo de Ami y el periódico y subió las escaleras hasta la tercera planta, donde estaba el apartamento de Ami. Cuando abrió la
puerta, el gato de Ami, Kora, le dirigió una mirada, escupió indignado y desapareció tras el sofá.
Durante seis meses había dado de comer al gato cuando su vecina  estaba fuera, lo cual era frecuente desde que Ami empezó a trabajar para una agencia de viajes organizando tours. Kora aún la odiaba.
Desde su escondite la maldecía como solo puede hacerlo un gato.
Con un suspiro, Serena dejó el correo y el periódico sobre la mesita del comedor, abrió una lata de comida para gatos y la dejó junto al tazón del agua. Se sentó y cerró los ojos. Ya estaba lista para ir a su apartamento, un piso más arriba, pero antes debía esperar a que el gato terminara de  comer. Si le dejaba solo, al regresar por la mañana se encontraría la lata intacta. Puede que la odiara, pero Kora no comía si no había alguien con él, incluso si era una mujer lobo en la que no confiaba.
Normalmente, encendía el televisor y se quedaba viendo cualquier cosa, pero aquella noche estaba demasiado cansada para hacer el esfuerzo, así que abrió el periódico para comprobar qué había ocurrido desde la última vez que ojeó uno, un par de meses atrás.
Repasó sin interés los titulares de la portada. Sin dejar de protestar, Kora salió de su escondite y se dirigió molesto a la cocina.
Al pasar la página, Kora supo que lo estaba leyendo de verdad.
Serena dio un respingo al ver la foto de un joven. Era una foto tipo carné, obviamente de la escuela, y a su lado había otra parecida de una chica de su misma edad. El titular rezaba: «La sangre encontrada en la escena del crimen pertenece al adolescente de Naperville desaparecido». Algo inquieta, leyó el resumen del crimen para los que, como ella, se habían perdido los reportajes previos.
Dos meses antes, Alan Mackenzie Frazier había desaparecido del baile del instituto la misma noche en que el cadáver de su cita había sido encontrado en los jardines del instituto. La causa de la muerte era difícil de determinar, ya que el cuerpo de la chica había sido destrozado por animales; los últimos meses, un grupo de animales callejeros había causado problemas en el vecindario. Las autoridades no estaban seguras de sí el chico desaparecido era sospechoso o no. Dado que su sangre también estaba en la escena del crimen, podría ser que fuera otra víctima.
Serena tocó la cara sonriente de Alan Frazier con dedos temblorosos.
Ella lo sabía. Lo sabía.
Se levantó precipitadamente de la silla, ignorando los infelices maullidos de Kora, y se mojó las muñecas con agua fría para contener las náuseas. Pobre chico.
Kora tardó una hora en terminarse su comida. Para entonces, Serena había memorizado el artículo y tomado una decisión. Lo supo en cuanto leyó la noticia, pero tardó una hora en reunir el coraje para decidirse: si había aprendido algo en los tres años que llevaba siendo una mujer lobo era que lo mejor es no hacer nada que pueda atraer la atención de uno de los lobos dominantes. Y telefonear al Marrok, quien gobernaba a todos los lobos de Norteamérica, era el modo más rápido de atraer su atención.
No tenía teléfono en su apartamento, así que usó el de Ami. Decidió esperar unos minutos para calmarse, pero como no lo consiguió, marcó el número que tenía apuntado en un trozo de papel arrugado.
Tres tonos. Entonces comprendió que la una de la madrugada en Chicago sería considerablemente distinta en Montana, adonde el prefijo marcado indicaba que estaba llamando. ¿Eran dos o tres horas de diferencia? ¿Las horas eran de más o de menos? Colgó el teléfono precipitadamente.
De todos modos, ¿qué iba a decirle? ¿Que había visto al chico, obviamente víctima del ataque de un hombre lobo, semanas después de su desaparición, en una jaula en casa de su Alfa? ¿Qué pensaba que su Alfa había ordenado el ataque?
Lo único que debía hacer Leo para no recibir sanciones era decirle al Marrok que había encontrado al chico más tarde. Tal vez fue eso lo que ocurrió. Tal vez ella lo estaba proyectando todo desde su propia experiencia.
Serena tampoco sabía si el Marrok se oponía al ataque. Probablemente a los hombres lobo se les permitía atacar a quien quisieran. A ella le había pasado.
Le dio la espalda al teléfono y vio la cara del chico mirándola desde el periódico. Volvió a examinar la fotografía detenidamente y marcó de nuevo el número de teléfono; al menos el Marrok no estaría muy satisfecho con toda la publicidad que había atraído el caso. Esta vez descolgaron el teléfono tras el primer tono.
—Artemis.
No sonó muy amenazador.
— Me llamo Serena —dijo ella, deseando que no le temblase la voz.
Hubo un tiempo, pensó con amargura, en que no tenía miedo ni de su sombra ¿Quién hubiera pensado que convertirse en una mujer lobo la convertiría en una cobarde? Pero ahora sabía que los monstruos eran reales.
Puede que estuviera enfadada consigo misma, pero, en aquel momento, no supo qué más decir. Si Leo se enteraba de que había llamado al Marrok, podría dispararse la bala de plata que había comprado meses atrás ella misma y ahorrarle el esfuerzo.
—¿Llamas desde Chicago, Serena?
Aquello la sorprendió, pero al instante comprendió que debía de tener identificador de llamada en su teléfono. No parecía enfadado, de modo que supuso que no habría interrumpido nada importante; no se parecía a los otros dominantes que había conocido. Tal vez fuera su secretario o algo así. Aquello hizo que se sintiera mejor. El teléfono personal del Marrok no sería algo que circulara alegremente.
La esperanza de que no estuviera hablando con el Marrok la ayudó a serenarse; hasta Leo tenía miedo del Marrok. No se molestó en contestar a su pregunta, él ya conocía la respuesta.
—Me gustaría hablar con el Marrok, pero quizás tú puedas ayudarme.
Hubo una pausa, tras la cual, Artemis dijo:
—Yo soy el Marrok, niña.
El pánico regresó con toda su fuerza, pero antes de que pudiera disculparse y colgar, le oyó decir de repente:
—No te preocupes, Serena. No has hecho nada malo. Dime por qué has llamado.
Respiró profundamente, consciente de que era su última oportunidad de ignorar lo que había visto y protegerse. En cambio, le explicó lo del artículo del periódico y que había visto al chico desaparecido en casa de Leo, en una de las jaulas que tenía para los nuevos lobos.
—De acuerdo —murmuró el lobo al otro lado del teléfono.
—No supe que algo iba mal hasta que lo vi en el periódico —dijo ella.
—¿Sabe Leo que viste al chico?
—Sí.
Había dos Alfas en el área de Chicago. Se preguntó cómo sabría de quién estaba hablando.
—¿Cómo reaccionó?
Serena tragó saliva, intentando olvidar lo que pasó después. En cuanto el colega de Leo intervino, el Alfa había terminado de hacerla circular a los otros lobos para satisfacer su capricho, pero esa noche Leo sintió que Yaten merecía una recompensa. No tenía que explicarle eso al Marrok, ¿no?
Este le ahorró la humillación precisando la pregunta.
—¿Leo se enfadó porque viste al chico?
—No. Él estaba... contento con el hombre que lo había traído.
Yaten aún tenía sangre en la cara y apestaba a la excitación de la cacería.
Leo también se había alegrado cuando Yaten trajo a Serena por primera vez. Había sido Yaten el que se había enfadado; no supo que no iba a ser una loba sumisa. Los sumisos son los que tienen el rango más bajo de la manada. Yaten comprendió rápidamente que había cometido un error al Transformarla. Ella también lo pensó.
—Ya veo.
Por alguna razón tuvo la sensación de que así era.
—¿Dónde estás ahora, Serena?
—En casa de una amiga.
—¿Otra loba?
—No.
Entonces se dio cuenta de que quizás él pensara que le había contado a alguien lo que realmente era, algo que estaba estrictamente prohibido, así que se apresuró a explicarse.
—No tengo teléfono en casa. Mi vecina está fuera y estoy cuidando de su gato. He usado su teléfono.
—Ya veo —dijo él—. Quiero que te mantengas alejada de Leo y de la manada a partir de este momento. Puede que no estés segura si alguien averigua que me has llamado.
Por decirlo suavemente.
—De acuerdo.
—Por cierto —dijo el Marrok—, últimamente he recibido noticias sobre ciertos problemas en Chicago.
Al comprender que lo había arriesgado todo innecesariamente, no prestó mucha atención a lo que dijo a continuación.
—Normalmente hubiera contactado con la manada más cercana. Sin embargo, si Leo está asesinando a gente, no veo por qué el otro Alfa de Chicago no tendría que saberlo. Puesto que Jaimie no ha contactado conmigo, tengo que asumir que los dos Alfas están involucrados de una manera u otra.
—No es Leo el que está creando nuevos lobos —le dijo ella—. Es Yaten, su segundo.
—El Alfa es responsable de los actos de su manada —respondió el Marrok con calma—. He enviado a un... investigador. De hecho, aterrizará en Chicago esta misma noche. Me gustaría que te encontraras con él.

Así es como Serena acabó desnuda en plena noche entre dos coches aparcados en el Aeropuerto Internacional de O'Hare. No tenía coche ni dinero para un taxi, pero, trazando una línea recta, su casa solo estaba a unos ocho kilómetros del aeropuerto. Pasaban unos minutos de la medianoche, su lobo tenía el pelaje oscuro y era de complexión bastante pequeña en comparación con los otros lobos, de modo que las posibilidades de que alguien la viera y pensara que era algo más que un perro callejero eran escasas.
Había refrescado, por lo que temblaba de frío mientras se ponía la camiseta que había traído. No había suficiente espacio en su pequeña mochila para el abrigo tras meter en ella los zapatos, los téjanos y un jersey; todo lo cual era mucho más necesario.
En realidad, nunca había estado antes en O'Hare y tardó unos minutos en encontrar la terminal correcta. Cuando llegó, él ya la estaba esperando.
Tras colgar el teléfono, se había dado cuenta de que el Marrok no le había dado ninguna descripción del investigador. Durante todo el camino hasta allí había estado dándole vueltas a aquello, aunque realmente no hacía falta. No podría haberse confundido nunca. Incluso en la concurrida terminal, la gente se detenía para mirarle, y poco después apartaban la vista con disimulo.
Los nativos americanos, aunque poco habituales en Chicago, no solían llamar tanto la atención como él lo estaba haciendo. Probablemente, ninguno de los humanos que pasaban cerca de él era capaz de explicar por qué sentían aquel impulso, pero Serena lo sabía. Era algo muy común entre los lobos dominantes. Leo también lo ejercía, pero no a ese nivel.
Era alto, incluso más alto que Leo, y llevaba el pelo, de un negro muy intenso, recogido en una gruesa trenza que se balanceaba a la altura de un decorado cinturón de piel. Sus téjanos eran oscuros y parecían nuevos en contraste con sus gastadas botas de cowboy. Movió ligeramente la cabeza y las luces hicieron relucir unos pendientes de oro.
Sus rasgos, dominados por la juventud y la piel de color teca, eran prominentes y recios y reflejaban una opresiva inexpresividad. Sus ojos oscuros viajaban lentamente por la bulliciosa multitud buscando algo. Se posaron en ella un instante y el impacto que le provocó la dejó sin respiración. Entonces su mirada continuó recorriendo la terminal.

Mujer Valiente 0.5 (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora