El felpudo.

572 66 3
                                    

Había tanta satisfacción en el rostro de Darien cuando se sentó que Serena tuvo que controlar una sonrisa por miedo a que alguno de los chicos les mirara y pensara que se estaba riendo de ellos.
—Un excelente ejemplo de envenenamiento por testosterona —observó secamente—. ¿Después irás a por el grupo de exploradoras?
Los ojos de Darien brillaron divertidos.
—Ahora ya saben que deben elegir a su presa con más cuidado.
Serena iba pocas veces al Loop, ya que todo lo que necesitaba lo podía encontrar cerca de casa. Aunque no vivía allí, Darien lo conocía mejor que ella. Escogió la estación en la que tenían que bajar y se dirigió directamente a un pequeño restaurante griego, en una oscura callejuela bajo las vías del tren, donde lo recibieron por su nombre y los condujeron a una mesa situada en una salita privada.
Darien dejó que Serena pidiera lo que quisiera, entonces dobló el pedido y añadió algunos platos más.
Mientras esperaban la comida, extrajo del bolsillo de su chaqueta una pequeña libreta gastada de tres anillas que se cerraba con un cordoncito de piel. La abrió, sacó unas hojas de papel y se las tendió a Serena con un bolígrafo.
—Me gustaría que escribieras los nombres de los miembros de tu manada. Si puede ser, en orden decreciente, desde el más dominante hasta el menos.
Serena lo intentó. No sabía los apellidos de todos y, como estaban por encima de ella, no había prestado demasiada atención al rango.
Le devolvió el papel y el bolígrafo con el ceño fruncido.
—Me he dejado a mucha gente y, salvo los primeros cuatro o cinco lobos, es probable que me haya equivocado en la categoría de los otros.
Darien puso la hoja sobre la mesa, sacó otra con algo escrito en ella y empezó a comparar las dos listas. Serena arrastró su silla hasta quedar a su lado para ver qué estaba haciendo.
Darien colocó su lista frente a Serena.
—Esta es la gente que debería estar en tu manada. He marcado los nombres de los que no aparecen en tu lista.
Repasó las dos listas y rectificó algunas de sus marcas.
—Este todavía está. Me había olvidado de él. Y este también.
Darien cogió de nuevo la lista.
—Todas las mujeres se han ido. La mayoría de los desaparecidos son lobos viejos. No exactamente viejos, pero no queda ningún lobo mayor que Leo. También faltan algunos lobos jóvenes.
Darien señaló un par de nombres con el dedo.
—Estos eran jóvenes. Este, Paul Lebshak, debía de hacer solo cuatro años que era hombre lobo. George, no mucho más.
—¿Conoces a todos los hombres lobo?
Darien sonrió.
—Conozco a los Alfas. Celebramos reuniones anuales con todos ellos.
También a la mayoría de los segundos y terceros. Una cosa que hacemos en las reuniones es actualizar a los miembros de las manadas.
Se supone que los Alfas tienen que informar al Marrok de las bajas y de los nuevos miembros. Si mi padre hubiera sabido que se habían ido tantos lobos, lo habría investigado. Leo ha perdido a una tercera parte de su manada, aunque ha hecho un buen trabajo reponiéndolos.
Le devolvió su lista con los nombres marcados, incluido el de ella.
—Todos estos son nuevos. Por lo que me has dicho, supongo que Transformaron a todos por la fuerza. El índice de supervivientes de víctimas atacadas al azar es muy bajo. Leo ha matado a mucha gente en los últimos años para mantener el número de su manada. Suficientes como para haber atraído la atención de las autoridades. ¿Cuántos de ellos han sido Transformados después de ti?
—Ninguno. El único lobo nuevo que he visto era aquel pobre chico.
Serena daba golpecitos con el bolígrafo sobre el papel.
—Si no dejan cuerpos y amplían la cacería, pueden haber ocultado fácilmente la desaparición de un centenar de personas en la gran área de Chicago durante algunos años.
Darien se echó hacia atrás, cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Ya recuerdo más datos. No he conocido a muchos de los lobos desaparecidos y no recuerdo la última vez que vi al antiguo segundo de Leo, solo que fue en los últimos diez años. Así que, pasara lo que pasase, ocurrió después de eso.
—¿Qué ocurrió?
—Algo le ocurrió a Leo, supongo. Algo le pasó que le hizo matar a todas las mujeres de su manada, exceptuando a Isabelle, y a la mayoría de los lobos mayores. Estos debieron de oponerse cuando empezó a matar a gente inocente y cuando dejó de enseñar a los nuevos lobos las reglas y sus derechos. Puedo entender por qué tenía que matarlos a ellos, pero, ¿por qué a las mujeres? Y, ¿por qué el otro Alfa de Chicago no le dijo nada a mi padre?
—Quizá no lo sabía. Leo y Jaimie mantienen las distancias, y nuestra manada tiene prohibida la entrada en su territorio. El Loop es territorio neutral, pero no podemos ir hacia el norte a no ser que tengamos un permiso especial.
—Oh, interesante. ¿Sabes por qué no se llevan bien?
Serena se encogió de hombros. Había oído hablar mucho sobre aquello.
—Alguien me dijo que Jaimie no se quiso acostar con Isabelle. Otro dijo que habían tenido una aventura, que él la dejó y ella se ofendió. O que no rompió y Leo tuvo que intervenir. Otra historia cuenta que Leo y Jaimie nunca se habían llevado bien. Yo qué sé.
Serena miró los nombres de la lista que estaban marcados como nuevos lobos de la manada y estalló en una carcajada.
—¿Qué ocurre?
—Es una tontería —dijo Serena sacudiendo la cabeza.
—Cuéntame.
Sus mejillas se sonrojaron por la vergüenza.
—Vale. Buscas algo que todos los nuevos lobos tuvieran en común, ¿no? Pues bien, estaba pensando que si alguien quisiera hacer una lista de los lobos más guapos de la manada, estarían todos estos.
Ambos se sorprendieron por el ataque de celos que Darien no se molestó en ocultar.
Probablemente era un buen momento para que el camarero trajera el primer plato.
Serena empezó a mover su silla hacia el lugar donde se había sentado al principio, pero el camarero, al verlo, dejó la bandeja con la comida, se acercó y la ayudó a sentarse educadamente.
—¿Cómo le va, señor? —dijo el camarero— ¿Todavía viviendo lejos de la civilización?
—La civilización está sobrevalorada —contestó Darien mientras ponía las hojas de papel dentro de la libreta y la cerraba—. Con poder venir una o dos veces al año y comer aquí, me doy por satisfecho.
El camarero sacudió la cabeza fingiendo tristeza.
—Las montañas son bellas pero no tanto como nuestro horizonte. Un día de estos le llevaré una noche a la ciudad y no querrá irse jamás.
—¡Hibiky!
Una mujer delgada como un pajarillo entró en la habitación.
—Mientras estás aquí charlando con el Sr. Chiba, los otros clientes están hambrientos.
El camarero sonrió y le guiñó un ojo a Serena. Besó a la mujer en la mejilla y salió de la habitación.
La mujer forzó una sonrisa y sacudió la cabeza.
—Este Hibiky, siempre hablando.
Necesita una buena esposa que lo tenga a raya. Yo soy demasiado vieja —dijo poniendo los ojos en blanco y siguiendo al camarero.
Durante un largo rato, una serie de camareros, que parecían de la misma familia, fueron trayendo comida sin parar. Ninguno de ellos mencionó lo extraño que resultaba que solo dos personas pudieran comer tanto.
Dariem llenó su plato, miró el de Serena y dijo:
—Podrías haberme dicho que no te gusta el cordero.
Serena observó su plato.
—Sí que me gusta.
Darien frunció el ceño, cogió la cuchara de servir y puso más comida en el plato de Serena.
—Deberías comer más, mucho más. La transformación requiere mucha energía. Al ser una mujer lobo, tienes que comer mucho más para mantener tu peso.
Después de eso, Serena y Darien, por mutuo acuerdo, limitaron su conversación a trivialidades. Hablaron de Chicago y de la vida en la ciudad. Serena cogió un poco de arroz y Darien la miró hasta que se sirvió una segunda cucharada. Darien le habló de Montana. Se sorprendió al descubrir que era un buen conversador, y comprendió que la única manera de poner fin a aquella conversación era preguntarle algo personal. No es que no quisiera hablar de sí mismo, pero pensó que no era lo suficientemente interesante.
La puerta se abrió una vez más y una chica de unos catorce años entró con el postre.
—¿No deberías estar en la escuela? -preguntó Darien.
La joven suspiró.
—Vacaciones. Todo el mundo tiene tiempo libre, pero yo... tengo que trabajar en el restaurante. Un fastidio.
—Ya veo —dijo él—. Quizá deberías llamar a una asistente social y decirle que te explotan.
La chica sonrió.
—Eso enfadaría a papá. Siento la tentación de hacerlo solo para ver la cara que pone. Si le dijera que me lo has sugerido tú, ¿crees que se enfadaría contigo en vez de conmigo...? Probablemente no —añadió arrugando la nariz.
—Dile a tu madre que la comida estaba perfecta.
Sujetó la bandeja contra su cadera y caminó de espaldas hacia la puerta.
—Se lo diré, pero me ha dicho que te diga que no lo estaba. El cordero estaba algo fibroso, pero es lo único que ha podido conseguir.
—Deduzco que vienes mucho por aquí —dijo Serena cogiendo un trocito de baklava sin muchas ganas
No es que tuviera nada en contra de los baklava, pero había comido para una semana.
—Demasiado a menudo —dijo él.
Serena se dio cuenta de que él no tenía problemas en seguir comiendo.
—Tenemos negocios que tratar aquí, así que tengo que venir tres o cuatro veces al año. El dueño del restaurante es un lobo, uno de los de Jaimie. De vez en cuando me gusta tratar ciertos asuntos aquí.
—Creía que eras el asesino a sueldo de tu padre —dijo ella con interés—. ¿Tienes que cazar a gente en Chicago tres o cuatro veces al año?
Darien rió escandalosamente. Sonaba oxidado, como si no lo hiciera muy a menudo, aunque debería hacerlo porque le sentaba muy bien.
Tan bien que, sin darse cuenta, Serena se metió en la boca el trozo de baklava con el que había estado jugando. Ahora tenía que encontrar la manera de tragárselo cuando ya no le cabía nada más en el estómago.
—No, también tengo otras tareas. Me encargo de los intereses de la manada de mi padre. Soy muy bueno en los dos trabajos —dijo él sin molestarse en ocultar la falsa modestia.
—Seguro que sí —dijo ella.
Era el tipo de persona al que se le daba bien todo lo que se propusiera.
—Te dejaría invertir mis ahorros. Creo que tengo veintidós dólares y noventa y siete centavos ahora mismo—añadió Serena.
Darien frunció el ceño y toda la diversión desapareció.
—Era una broma —aclaró ella.
Pero Darien la ignoró.
—La mayoría de los Alfa se quedan con el diez por ciento de las ganancias de sus lobos por el bien de la manada, sobre todo cuando es nueva. El dinero se invierte en comprar una casa franca, por ejemplo.
Una vez que la manada ya está instalada, no se necesita tanto dinero.
La manada de mi padre se estableció hace tiempo y no tenemos necesidad de cobrar el diezmo, ya que la tierra donde vivimos es nuestra y tenemos suficientes inversiones para el futuro. Leo lleva aquí treinta años, tiempo suficiente para estar bien instalado.
Nunca había oído hablar de una manada que exigiera el cuarenta por ciento a sus miembros, lo que me lleva a creer que la manada de Leo tiene problemas financieros. Vendió al chico que salió en el periódico, entre otros, a alguien que los utiliza como conejillos de indias para desarrollar una droga que funcione para los lobos igual de bien que para los humanos. Ha debido de matar a muchos humanos para conseguir a un único hombre lobo que sobreviviera.
Serena pensó en las implicaciones de todo aquello.
—¿Quién quería las drogas?
—Lo sabré en cuanto Leo me diga a quién vendió al chico —contestó Darien.
—Entonces, ¿por qué no me vendió a mí?
Ella no tenía mucho valor para la manada.
Darien se recostó sobre la silla.
—Si un Alfa vendiese a un hombre lobo de su manada, se produciría una rebelión. Además, Leo tuvo muchos problemas para conseguirte.
Desde que te hiciste miembro de la manada, no ha habido más asesinatos ni desapariciones.
No era una pregunta, pero la contestó igualmente.
—No.
—Creo que puedes ser la llave del misterio de Leo.
Serena no pudo reprimir un gesto de confusión.
—¿Yo? ¿Leo necesitaba un nuevo felpudo?
Darien se puso en pie tan bruscamente que la silla cayó al suelo, y, al mismo tiempo, levantó a Serena de su silla. Había creído que estaba acostumbrada a la rapidez y fuerza de los lobos, pero aquello la dejó sin palabras.
Mientras seguía paralizada por la sorpresa, Darien merodeó a su alrededor, hasta que se detuvo frente a ella y le dio un beso largo, oscuro e intenso que la dejó de nuevo sin respiración.
—Leo te encontró y decidió que te necesitaba —dijo Darien—. Envió a Yaten porque los otros lobos se hubieran dado cuenta de lo que eras. Lo hubieran sabido incluso antes de la Transformación. Así que envió a un lobo medio loco, porque ningún otro hubiera sido capaz de atacarte.

Mujer Valiente 0.5 (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora