Tres

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La alarma del teléfono me despertó de un profundo sueño del cual no lograba salir. Solo había sido una pesadilla. Recuerdo estar en un pasillo de un lugar, como una especie de palacio con un fantasmal silencio sobrevolando el sitio. De repente, el sonido como el de un radar, inundó el lugar, al mismo tiempo que una luz roja muy intensa, sobresalía de una habitación entreabierta del fondo. Tuve  miedo y quise salir de allí, pero no podía despertarme. Cuando me di la vuelta para huir, la puerta cada vez estaba más cerca. Corría y corría y la puerta y el sonido, cada vez estaban más próximos. 

Desperté. Por fin desperté, había sido horrible. Mi frente estaba impregnada de sudor y mi corazón latía a gran velocidad. Intenté respirar hondo para calmarme y froté mis ojos con algo de desesperación. Solo había sido una pesadilla. Di un largo suspiro y me dejé caer en la cama de nuevo. En ese instante, los recuerdos de la noche anterior vinieron en masa hacia mi mente: El engaño sin descaro de Wayne. Sentí una fuerte presión sobre mi pecho y lloré desesperada otra vez, durante un largo rato. Lo que había parecido una pesadilla, realmente había sucedido. Y no estoy hablando del sueño de aquella mañana, sino de lo que ocurrió la noche anterior en el club. ¿Cómo podía haber ocurrido? Tantos años de relación tirados por la borda en cuestión de segundos. 

Me metí en la ducha, intentando deshacer cualquier pensamiento negativo y el resto de lágrimas secas. Rato después, salgo y me pongo algo sencillo y cómodo para pasar el día por Las Vegas. Mi teléfono vibra y miro la pantalla que recién se ilumina: doce llamadas de Wayne, tres de mi jefe, veintiún mensajes de parte de Wayne otra vez... Si la larga ducha había conseguido calmar mi frágil estado emocional, ahora todo se había vuelto ir al traste. Fulminaría a cualquier persona que se acercara a hablar conmigo en aquellos momentos. Necesitaba estar sola para pensar.

Bajé a la cafetería que estaba al lado de recepción para desayunar. Me senté en una mesa aparte, pegada al gran y luminoso ventanal. Completamente sola, esperé a que viniera algún camarero para que me atendiera. Eran tan solo las ocho y cuarto de la mañana cuando apareció una chica joven, con un delantal largo y blanco y vestimenta de trabajo negra. La camarera tenía cara de pocos amigos mientras masticaba un chicle, con sus dientes enfundados en unos aparatos odontológicos.

—¿Qué vas a tomar?

Su tono era maleducado y yo ya estaba de muy baja moral como para lidiar con alguien así en aquellos precisos instantes. La camarera fue miserable conmigo, la verdad. Amablemente, pedí un café con leche y un par de pequeños cruasanes. La joven morena ni siquiera me miró y se marchó. Resoplé por su actitud y me puse a hojear un periódico que estaba encima de la impoluta mesa.

—¿Y esa cara? ¿Acaso estás desayunando en el Hotel de Los Corazones Rotos?—dijo una voz delante de mí.

Aquel comentario no me sentó nada bien. Alcé la vista del papel para ver quien era el idiota que se había acercado para decirme aquel estúpido comentario y comprobé que era Mark. Lo miré frunciendo el ceño y giré mi vista hacia el gran ventanal que tenía a mi izquierda. ¿Qué se creía?

—Hey, oye. No quería ser grosero contigo, lo siento. ¿Estás bien?

No me tomé la molestia de mirarlo para contestarle.

—Sí, sí lo estoy. Si no te importa, necesito un rato para estar sola. No estoy para bromas en estos momentos. Gracias. —Pero antes de que le diera tiempo a contestar, finalicé mi mensaje.—Te tomas muy a la ligera, las confianzas.

Soltó una leve carcajada y entonó una leve melodía al pronunciar unas palabras. Parecía divertirle mi enfado, como si nos conociéramos de hacía años.

—Bueno, pequeña gruñona. Te he visto quejarte y pareces un arma de frente a punto de disparar.

Mark se sentó delante mío y sonriente, me miró fijamente a través de sus grandes ojos marrones, ocultos tras unas gafas de montura aviador de los setenta.

Tranquility Base Hotel and CasinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora