Capítulo 09: SCHADENFREUDE

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Si pudiera describirme en una sola palabra usaría sin la menor duda: fraude.

Desde pequeña adopté la tendencia por usar máscaras que en algún punto olvide cuál era mi verdadero rostro por lo que me mantenía de esa manera, cambiando de máscaras como las personas suelen cambiar de ropa interior, todos sabían que era un fraude pero por alguna razón, cada uno de ellos seguía confiando en mí.

Todos, menos ella.

Su nombre era Alicia, como en el país de las maravillas, la diferencia se encontraba en que ella era más un desastre que una maravilla.

Todos acudían a mí por consejos, por chismes, por trabajos, por tareas, por ayuda, por dinero. Menos ella y eso, de alguna manera, me molestaba.

En el salón de clases era conocida como la "prestamista", porque prestaba desde tiempo hasta dinero y como los usureros, me encargaba de tener una recompensa a cambio.

Tenía clientes distinguidos que acudían a mí cada determinado tiempo por la misma razón y tenía clientes clandestinos que acudían a mí por única vez sin dejar rastro de haberme conocido alguna vez.

Era tan conocida como desconocida, pues conocerme no era precisamente algo de lo que se pudiese presumir porque lo cierto era que nunca se está orgulloso de ser un fraude o por lo menos de estar cerca de uno como lo era mi caso.

La única ventaja de mis múltiples rostros es que al usar tantos podía distinguir el de los demás; a los controladores, dependientes, cobardes, masoquistas, víctimas, etc. Pero sin duda, la máscara que más interesante me resultaba era la de Alicia, pues nadie más poseía de ella, ni siquiera yo.

Alicia era de esas personas calladas que muy apenas notabas que existían, sin embargo, ella siempre estaba consciente de cada cuerpo presente, su habilidad era el hacerte creer que eras de tan poca relevancia para ella como ella lo era para ti y es ahí cuando cometías el error de ignorarla.

Por supuesto, yo jamás cometí tal error y era precisamente eso lo que a ella tanto le incomodaba, pero pese a mi penetrante mirada, ésta jamás se atrevía a dirigirme la palabra o siquiera la mirada y eso a mí me sacaba de quicio porque yo suplicaba por su atención, y ese era precisamente mi error.

Porque ella sabía que tenía mi atención más no me permitía tener la de ella.

Era un juego de 1 – 1.

Donde yo sabía lo que era y donde ella sabía lo que yo quería. Usándolo como debilidades y al mismo tiempo como armas.

Alicia era buena dibujando como muchos otros del salón. Lo que la diferenciaba del resto es que ella parecía tener cierta obsesión por dibujar zorros rojos. Los dibujaba tan seguido que incluso podría describir los detalles de dicho animal de memoria; las puntas de las orejas y extremos de las patas negros, cola poblada que como la panza la punta de esta era blanca, pero los ojos era definitivamente lo que más llamaba mi atención, pues estos eran de un color anaranjado la mayoría de las veces y en su minoría de un amarillo dorado.

Era tan común encontrarte con este animal entre las cosas de Alicia, que con el tiempo, el zorro era lo que se me venía a la mente cuando pensaba en ella. Pues estos compartían similitudes: ambos solitarios, astutos, audaces pero sobre todo embaucadores.

Porque Alicia era de esas personas que a diferencia de mí, prometía cosas que no pensaba cumplir.

Sin embargo, como las chicas se enamoran de un fuckboy pensando que pueden ser aquella que los hará cambiar, yo tenía la absurda idea de que como el principito sería capaz de domesticar al zorro, Alicia.

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