Capítulo 07: EFÍMERO

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En esta vida conocí lo que significa la fidelidad en su máxima extensión de la palabra. El dar sin tener que recibir cosa alguna a cambio. El amor más puro del que los humanos solemos hablar sin conocer y sin llegar a experimentar o sentir, pues todo con el paso de los años se corrompe al mismo tiempo que el humano se vuelve sabio.

Comprendí que entre más bueno se vuelve uno en algo, más malo se convierte en otro aspecto. Por ejemplo, mi dueño, era un niño de lo más inocente a la edad de los seis años si bien recuerdo pues eso del tiempo pasaba muy diferente para mí, con los años él se volvió más sabio pero en el proceso se corrompió hasta el punto en el que pasaba lunas sin verlo salir de casa.

Pues en una sociedad perversa la sabiduría era corrupta; como cualquier adulto y persona.

Aunque los niños quienes al aprender y poco saber en su momento eran la salvación del día a día, con los días, seguían el destino circular que la humanidad había prescrito para sí misma.

Como cuando Eva tomó del fruto prohibido y decidió saber aquello que Dios les ocultaba. Las decisiones trazan la vida de cualquier humano y las decisiones en masa trazan la vida de la humanidad entera como lo son las elecciones electorales al momento de elegir un presidente o al admirar a una persona normal que pese a ser un ser común y corriente decidimos subirlo en un pedestal muy encima de nosotros.

No entendía la humanidad pese haber vivido más de una vida hasta este punto. Pero entendí entonces lo que era ver a alguien crecer y amarle pese a los miles cambios que éste hacía entre más envejecía. Entendí lo que era amar incondicionalmente y aprendí a vivir sin corromperme ni una sola vez.

Un día, ese chico salió a las prisas y me apartó con hastío, yo desistí pues comprendí que iba tarde a clases por lo que aguardé pacientemente por él.

Cuando volvió su mirada era fulminante pero pareció volverse más serena en cuanto me vio.

Me sentí feliz.

Me cargó en sus brazos y me acarició el pelo diciéndome lo mucho que me quería; ojalá pudiese decirle que yo lo quería un montón más.

Me apartó después de un rato y entró a casa sin voltear atrás.

De alguna manera había aumentado de estatura y perdido peso, nueve lunas habían cambiado casi por completo el aspecto de mi dueño y aun así yo le seguía amando.

Pasaron 4 soles antes de que pudiese volver a verlo.

Esta vez, creo que se acordó de mí porque traía consigo un redondo plato con deliciosa comida dentro, me lo otorgó y con dulzura dijo: "¿qué haría yo sin ti?"

Yo no entendí en su momento pues su idioma era sólo sonido para mí.

Pero cuando pasaba hambre por mi mente nunca cruzaba lo que haría yo sin mí amo, pues lo cierto era que en situaciones así solía robar comida en cestos de basura, sin embargo, cuando él estaba fuera de casa entonces sí que me preguntaba lo que sería yo sin él.

Él me acarició mientras comía. Me sentí feliz como siempre que él estaba junto a mí.

Pero por alguna razón él lloraba. Yo, por supuesto, no sabía lo que era llorar.

Y entonces habló conmigo sobre muchas cosas que no entendí.

Yo quería jugar y él lucía como alguien con quién jugaban.

Me dio un beso y yo lo lamí.

Él se fue a pasos lentos y yo lo seguí.

Pero llegando a cierto punto sabía que tenía que detenerme y volver a casa.

UN RINCÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora