Capítulo 05: DESPERSONALIZACIÓN

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A los seis años de edad quería ser maestra.

A los siete decidí que sería veterinaria.

A los ocho me gustaba la idea de viajar en barcos y ser bióloga marina.

A los nueve regresé a la idea de ser maestra, porque la mía era muy mala.

A los diez quise ser una celebridad por lo que aprendí a tocar el piano.

A los once dominaba el piano y comencé a cantar, eso se me dio fatal.

A los doce supe que no podría ser cantante así que decidí ser escritora.

A los trece terminé mi primera novela, todos morían y yo estaba muy triste.

A los catorce borré mi novela y perdí todo lo que alguna vez había escrito. No tenía idea de lo que quería ser, pero definitivamente quería ser feliz.

A los quince regresé a la idea de ser una celebridad o por lo menos famosa, comencé a hacer vídeos en youtube, nunca tuve muchos seguidores por lo que renuncié.

A los dieciséis me aferré a la idea de ser una reconocida bailarina, así que empecé a danzar.

A los tres meses decidí que quería ser guionista o productora de alguna película, dejé la danza y me acordé que a los seis años cuando quería ser maestra fui a gimnasia. ¿Debería ser gimnasta?

A los diecisiete quería ser políglota así que comencé a aprender inglés.

A los dieciocho estaba decidida a estudiar Negocios Internacionales. Dominé el inglés.

A los diecinueve no estaba muy segura de que quería ser lo que estaba siendo.

A los veinte me sentí muy sola pero realizada con lo que yo era.

A los veintiuno pensé en la idea de tener un hijo.

A los veintidós supe que tenía un problema. La había cagado a lo enorme.

A los veintitrés viajé con mi mejor amiga.

A los veinticuatro ya hablaba cuatro idiomas.

A los veinticinco tuve un accidente pero salí ilesa.

A los veintiséis me propusieron matrimonio.

A los veintisiete me casé.

A los veintiocho tuve mi primera y única hija.

A los veintinueve me divorcié.

A los treinta y tres me volví a casar.

A los treinta y cinco mi hija enfermó.

A los treinta y siete engañé a mi marido.

A los cuarenta me volví a divorciar.

A los cuarenta y cinco mi hija huyó de casa pero volvió a los tres días.

A los cuarenta y ocho comencé a tener aventuras.

A los cincuenta y cinco supe que tenía un problema.

A los cincuenta y ocho olvidé que tenía un problema.

A los cincuenta y nueve preguntaba las mismas cosas al menos cinco veces al día.

A los sesenta yo no recordaba que tenía una hija.

A los sesenta y dos, yo no sabía quién era yo.

A los sesenta y cinco todo era muy vago, ¿dónde estaba mi marido?

A los sesenta y seis, sólo sabía que existía el sol y la luna.

A los sesenta y siete quiero creer que morí pues lo cierto fue que yo jamás nací.

Pero por alguna razón, siento que esta idea que me construí respecto una vida que jamás viví le perteneció a alguien más ajeno a mí.

Una vida no tan fácil.

Una vida no tan difícil.

Una vida que no tuve porque mi madre decidió que sería más fácil su vida si tomaba aquella decisión tan difícil que eliminaba la mía.

En esta vida efímera aprendí la lección más valiosa de todas: que las decisiones no siempre están en ti. Aprendí lo mucho que influyen las decisiones de las otras personas en la tuya misma, por más pequeñas que estas sean.

En esta vida la gran y difícil decisión de la que nunca fue mi madre terminó con una vida que ni siquiera había comenzado y en mi vida pasada mis propias palabras fueron devueltas en mi contra, años después, atentando con una vida que si tuve y que nunca fui capaz de vivir.

La similitud y diferencia entre esta vida y la pasada es que siempre fue una despersonalización. Como un sueño, como una película o como una historia que lees o ves como simple espectador.

Fui espectadora de mis propias decisiones y de las decisiones de muchos otros. Viví una vida que aunque era mía jamás la sentí como tal y viví la impotencia, soledad y frustración de perder una vida que sentía como mía y que, sin embargo, jamás lo fue.

Siempre me arrepentiré de esa vida, pero siempre estaré agradecida con esta que jamás fui capaz de tener. Pues me volvió ambiciosa y gracias a esto aprendí lo afortunada que era de poder vivir.

Desgraciadamente, lo aprendí un poco tarde pues justo después supe que yo estaba a menos de dos pasos para morir.

Pues conocí a la vida justo cuando era el momento de conocer a la muerte.

Así que caminé agradecida por haber podido vivir y me preparé entonces para morir.  

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