Capítulo 06: MAMIHLAPINATAPEI

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Me gustaba observar a las personas, escucharlas, pero me asustaba de sobremanera que estas mismas personas me observaran a mí o me quisieran hacer hablar.

Mi profesora solía citar constantemente a mi madre dado a que mi actitud era un problema en el aula de clase. Mi madre preguntaba siempre cuál era el problema y la profesora con persistencia se aferraba a la misma respuesta: "No participa en clase, no habla y desobedece las indicaciones".

Mi madre siempre le prometía que hablaría conmigo y, por supuesto, ella lo hacía: pero yo no entendía.

Yo no entendía cómo es que podía mantener una conversación con mi madre y padre, yo podía hablar con cada uno de mis familiares pero por alguna razón que desconocía el habla se me iba en el aula de clases, donde todos aguardaban por mi voz, donde la profesora siempre me veía con impaciencia, donde algunos se burlaban de mí por ser muda y efectivamente, yo lo era, a ratos.

Fui creciendo y por años mi mudez fue un problema para cada uno de mis maestros y objeto de burla para cada uno de mis compañeros. Yo no era tonta ni sorda, yo escuchaba y entendía, pero ante la comunicación que ellos me ofrecían me resultaba imposible brindar una respuesta.

No tuve amigos, pero tuve muchos primos y una grande familia.

Era como tener dos vidas, que con el tiempo se fusionaron para crear una.

Mi madre siempre supo que tenía un problema, pero el trabajo la consumía y mi excelente comunicación con ella le servía de excusa para convencerse de que quizás tenía un problema pero que éste no era grave y se solucionaría por sí solo.

Lo cierto es que se volvió peor con el tiempo.

Cuando entré a secundaria tenía la necesidad de relacionarme con mis nuevos compañeros, la necesidad de hacer un cambio y demostrarles a todos que no era muda. Pero tenía miedo del rechazo y de ser nuevamente objeto de burla para los demás por mis carencias personales.

A veces, en situaciones como esas, me preguntaba de qué me servía una voz sino tenía qué comunicar.

Pasaron dos semanas en las que simplemente fui clasificada como la rara del salón pero hubo una chica que persistió, la compañera que se sentaba en el banco junto al mío, que aunque yo nunca le diese una respuesta hablada solía responderle con gestos o acciones.

Eventualmente, fui relacionándome con ella hasta que para sorpresa de ambas pude hablar con ella.

Mi voz salió y el entusiasmo que mostró en su mirada me hizo sentir aprobada.

Después de años había logrado tener una amistad.

Una amistad que me consumió con el tiempo y me sumergió en un abismo del que fue difícil salir.

Mi autoestima era baja, aunque era algo que aparentemente nunca demostraba, sin embargo, tristeza era lo que solía expresar normalmente y lo cierto es que esta era por razones desconocidas, por las madrugadas, solía sumergirme en un vacío lleno de desolación.

Un tanto irónico

y más que nada, doloroso.

En raras ocasiones, mi amiga solía evitarme esa desgracia y le estaba agradecida.

Hasta que descubrí que yo no era su amiga ni ella la mía.

Pues lo cierto era que me había tomado como su rata de laboratorio a un experimento que con el tiempo decidí nombrarlo como envidia. Esa tóxica emoción que con decisiones suele destruir a más de una persona.

UN RINCÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora