10 de julio de 2010.
Capítulo uno: C de Caleb el malhumorado. N de nueva familia.
Verano, es la estación en la que todos se sienten felices, comen helados, salen a la playa, beben y se divierten con sus amigos. Pero ese verano, específicamente ese verano, le dio un gran vuelco a mi vida.
Era nueva. Hacía un año que había llegado a aquel pequeño pueblo en Estados Unidos, muy cercano a California, y duras penas tenía amigos. Además, mi teléfono se había roto y mis padres estaban demasiado ocupados con sus excusas para no verme el rostro. Cenas, yates, golf, lo que fuere, simplemente yo no estaría en sus planes.
Sí, dije yates, sí, lo sé. Mi padre era abogado y mi madre anestesista, por lo que el dinero no escaseaba en casa, pero sí la atención. Éramos tres en la familia y la única persona con la que realmente me relacionaba era mi abuela y mis padres la odiaban un poco por llevarse bien conmigo y conectar de la forma en la que ellos no habían conectado con su propia hija. Estúpido, tan estúpido.
Mentí. No tengo amigos realmente. Pero este verano, estas vacaciones, iba a conseguirlo, por mi propio bien, por el bien de mi salud mental, algún amigo me iba a hacer. Hablando de eso, había conocido un chico en el colegio, antes de las vacaciones. Era rubio, alto y bastante amistoso.
El chico tenía novio por lo cual mis intenciones eran y serán nulas, pero se acercó a mí al verme más sola que cualquiera. Y es verdad, en el aula me sentía eclipsada. Era como si de todos los que estaban ahí, yo no existiera. Pero no me molestaba, quizás fue porque hasta aquel día nunca me molestó.
Siempre me sentí bien con casi no tener amigos y querer solo a una persona de mi familia. Pero quizás siempre lo soñé, siempre lo vi tan lejano que quería ser la mejor versión de mí misma que podía ser. Y después llegó la mudanza, llegó el estrés, llegó el pánico y llegó la baja autoestima. Llegaron mis padres y sus peleas, llegaron las altas horas de estudio y la timidez. Llegó todo lo que yo no era y todo lo que me vi obligada a ganar y perder.
Pero siempre habrá que sacrificarse por alguien, vio. Eso decía mi abuela.
En fin, el chico se me acercó, con una sonrisa y un par de papeles. Se veía ocupado y como el típico chico introvertido-extrovertido pero no era quién para juzgar a nadie, por lo que solo me limité a observarlo, esperando ver algún movimiento de su parte.
—Hola —ese día, entre todos los murmullos en el aula, solo escuché su voz. Y no porque me sintiera atraída a él, porque sí, era guapo, pero fue más que nada porque en todo lo que iba del año nadie me había dirigido la palabra, es más, ni siquiera la mirada.
—Hey —mi voz salió en un leve susurro.
—Jeremy, ¿tú?
—Alaska —le otorgué una pequeña sonrisa, ocultando el temor.
—Quería decirte que mi novio y yo te hemos visto muy sola. ¿Estás bien? Si no tienes con quién pasar las vacaciones, estaremos él, unos amigos y yo, eres bienvenida a la playa cualquier día de la semana.
— ¿Yo?
—Sí, tú. Ten, te pasaré mi número y la dirección. Nos veremos —me guiñó su ojo y se retiró junto con su novio.
Y básicamente eso pasó. Por eso es que me encuentro en mi casa, sola, preparándome para ir a la playa con un chico que no conozco, su novio y su grupo de amigos a los cuales conozco menos. Pero mi abuela decía que nadie se arrepiente de ser valiente ni de saber reconocer los cambios que merecen. Además, estábamos de vacaciones y no tenía nada mejor que hacer.
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Ahí estoy yo.
Genç KurguY ahí estoy yo, parada en el apartamento que comparto con mi novio, o mejor dicho prometido, a punto de sacrificar nuestro amor por su carrera. Podría contarles cómo es que sucedió todo esto, pero para oírlo deberán abrochar sus cinturones, que es u...