El largo camino a casa parecía seguir y seguir. La carretera se extendía delante del vehículo, infinita. Los rayos de luz que atravesaban las copas de los árboles daban en la ventanilla, lastimando sus ojos.
El entorno estaba lleno de profundos árboles verdes que formaban un bosque alrededor de la carretera. El único sonido era el ronroneo del motor de los coches. Era un día tranquilo. Aunque el viaje parecía agradable, estaba muy lejos de serlo.
La conductora, una mujer de mediana edad, vestía una camiseta de cuello en V y un par de pantalones vaqueros. Adornaba sus orejas con pendientes de diamantes, que soltaban destellos de vez en cuando. Tenía los ojos de un tono verde oscuro, cuyo color resaltaba gracias a su camiseta y a la iluminación. Ella sería como cualquier madre de mediana edad de no ser por sus profundas ojeras color berenjena. La expresión de Connie Rogers era sombría y triste, a pesar de que sus líneas de expresión sugerían que sonreía a menudo.
De vez en cuando miraba hacia atrás en el espejo retrovisor para poder ver a su hijo en el asiento trasero, que estaba encorvado parcialmente, tenía sus brazos apretados alrededor de su pecho y su cabeza presionada contra la ventana fría. El muchacho carecía de apariencia normal, cualquiera podría ver que algo andaba mal con él. Su cabello castaño desordenado estaba en todas las direcciones, y su piel pálida, resaltaba por la iluminación. Tenía ojos oscuros, a diferencia de su madre, el llevaba una camiseta y pantalones blancos que habían sido puestos a su disposición por el hospital. La ropa que había usado antes, manchada por lo destrozado y la sangre, no se podía usar más. El lado derecho de su cara dejaba al descubierto unos cortes a lo largo de la ceja. Su brazo derecho estaba vendado desde la muñeca hasta el hombro, que había sido destrozado cuando había golpeado el cristal roto.
Sus heridas parecían ser dolorosas, cuando en realidad él no podía sentir nada en absoluto. Eso fue sólo una de las glorias acerca de ser él. Uno de los muchos desafíos que tuvo que enfrentar creciendo; crecía con una rara enfermedad que le llevó a ser completamente insensible hacia el dolor. Nunca antes en su vida llegó a sentirse herido. Podría haber perdido el brazo y aun así, no sentía nada. Este y otro trastorno del que se había enfrentado, fue al que gracias a él, le pusieron muchos apodos insultantes en el poco tiempo que asistió a la escuela primaria, antes de ser trasladado a la educación en el hogar, era el Síndrome de Tourette, lo que le causaba tics de una manera que no podía controlar. Él movía su cuello y temblaba incontrolablemente de vez en cuando. Los niños se burlaban de él y le llamaban Ticci Toby, riendo a carcajadas.
Él se puso tan mal que decidieron educarlo en su hogar, ya que era muy difícil para él estar en un ambiente de aprendizaje común con niños normales. Toby se quedó mirando por la ventana, su rostro estaba vacío de toda emoción, y cada pocos minutos sus hombros, el brazo o el pie le temblaban.