17. Un problema mas a la lista.

69 10 2
                                    

Ya no lo podía negar. Pues sería estúpido negar algo que siento. Pero por mi bien y como bien lo había explicado la gótica. Tengo que cuidar mi corazón y saber sobre el rotundo rechazo que él me daría.

Que cosa. Y nada más me pasa a mi por fijarme en alguien que no es tan normal. Incluso me pregunto a mi misma.

¿Que rayos le estoy viendo a él?

No es una personas agradable, claro que no, eso es algo muy evidente. No suele sentir empatía por algo o alguien y siempre anda de malas pulgas.

O soy masoquista o tanto escribir de él me está haciendo efecto.

Ay Dios. Creo que estoy muy jodida.

¿Se me nota tanto? 

    —  ¿Estás libre ahora? 

Aunque susurro en mi oído me hizo sobresaltar. 

¿Que vicio tiene la ganet de interrumpir cuando pienso cosas muy serias sentada en un escalón? 

Okey, okey, no es un muy buen lugar para estar obstruyendo el paso.    

William me sonreía desde donde estaba de pie. luciendo su uniforme de cocina completamente impecable. 

    —  Hola, William — sonreí. 

    —  Te veo pensativa ¿paso algo? 

    — La verdad, no — ¡SI, SI PASA DE TODO JUSTO AHORA! SIENTO COSAS POR ALGUIEN QUE DE SEGURO ME VA A VOLAR DE UNA PATA. 

  —  Pareciera que si. Y si —  medio achicó los ojos y me señalo — Me debes algo. 

¿Qué? 

—  ¿Qué? —  fruncí el ceño. Él rió. 

—  Ya, pero no te asustes, linda. 

¿Linda? 

—  No es nada malo —  dijo —  Solo que hace varias semanas te invite a la cocina para que me ayudes con algo, y pues hasta ahora eso no se ha hecho. 

—  Ah si, claro... 

—  ¿Tienes tiempo ahora?  

  —  Si, supongo. 

— Bien, entonces vamos. 

Esta vez me tomó por la mano. Un gesto que la verdad de su parte no me habia esperado antes. Caminamos así por varios pasillos del castillo, y como no, algunos se nos estaban quedando mirando. La unica verdad es que nunca habia llegado estar en las cocinas de los estudiantes de artes culinarias. 

—  Bienvenida a nuestro templo —  dijo William  — Y como le digo a todo el que pone un pie aquí. Respeto. Respeto ya que si eres católica o como sea, tu templo es lo más sagrado. Para un chef, esto es sagrado porque con esto nos estamos ganando la vida ¿Capichi o no capichi?

¿Que?

Bueno, por lo último que dijo. Es claro que el resto de lo que dice es cierto. Tanto como yo no soporto el ruido en una biblioteca. Para mi es igual de sagrado un lugar así. Entiendo todo su punto.

Aunque no muy bien. El porque estoy aquí.

— He preparado algo. Y quiero darelo a probar a ti.

— ¿A mi? Vaya, que gran honor — dije.

— Acércate.

Movió algunas cosas y luego sirvió de una manera completamente impecable. Casi simulando los platos servidos en un restaurante muy fino.
William tiene talento.

— Pero lo haremos, de una forma peculiar.

— ¿A que te refieres?

— El gusto lo es todo, Danielle. Y por ello — del bolsillo que tiene su camisa sacó un pequeño rollo, luego lo estiro dejando ver una corbata.

¿Doble qué?

— Te voy a vendar los ojos. Descuida, la corbata es de mi hermano. La tome de su cajón de ropa limpia.

Dejé que me vendara los ojos. Luego me tomo de la mano y me hizo sentar sobre un taburete que da frente a una mesa. O así lo podía sentir yo a tientas. Escuché los movimientos de William. El como movía platos de cerámica y algunos utensilios de cocina.

— Este primero es una creación propia. Aún la verdad no le tengo nombre. Así que como diría mi madre, aquí va el avión, Danielle.

Entendí básicamente a que de refería y como no, probé lo que el había hecho. Y en parte descubriendo. Porque el gusto de Johannes por la comida del rubio.

¡Simplemente delicioso!

Y de nuevo en mi mente se formaba la figura de Johannes. Justo lo que me faltaba al final de todo.

Que cosa...

William siguió dándome cosas a probar. Desde combinaciones con vino hasta lo que creo era pasta con especias.

Luego de todo eso, sentí fue cierta respiración cerca de mi cara. Y luego un beso.

¿Qué?

¿QUÉ?

¡¿QUÉ?!

Apenas y sentí aquello. Me quite la venda con rapidez y como no. Estaba William de frente. Con su rostro muy cercano al mío. Sus grandes ojos igual, de un verde más profundo, me observaban y sus labio estaban levemente curvados.

— ¿Te he asustado?

— ¿Por qué has hecho eso último?

Bueno, es la pregunta más inteligente que se me puede ocurrir a mi justo en estos momentos de tensión.

— Me gustas. Sólo he hecho algo que no pude evitar — dijo con simpleza — Para ser una escritora, no eres una para nada aburrida. Y muy candente.

— ¿A que te refieres con ello?— pregunté con algo de recelo pero a la vez una gota de curiosidad.

— Eres guapa. Inteligente por lo que he visto y bastante amable. Justo el tipo de chica que he estado buscando.

— William...yo...

— No digas nada, Danielle. Te soy sensato. Aclaro que es un gusto. Más no un flechazo  de cupido ¿Entiendes, nena? No te estoy comprometiendo a algo — está vez William tomó asiento a un lado, pues había otra silla — Me gusta ser sincero en la vida, porque con ello uno suele evitar los malos entendidos. Igual soy chef, no me conoces estando aquí dentro en acción, algunos dicen que soy lo peor que ha pisado la tierra — se río y yo no pude evitar hacer lo mismo a pesar de mis nervios — El punto es, que admito que me gustas. Tienes un rostro muy bonito y una  sonrisa preciosa. Pero no te estoy pidiendo algo serio conmigo...porque con la cara de susto del inicio. Vaya que me ha quedado claro  ¿Tan feo soy?— río — Igual por ese pequeño feliz y comentarios. No quiero que alguna amistad cercana en el futuro se vea afectada ¿Estamos?

— Okey — sonreí. Su sinceridad la verdad que si me agrada — Me queda claro. Y una amistad contigo, sería un honor. Chef.

— Me alegra escuchar eso.





   

   

Mi ciego Corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora